Albert Lladó: «Me proponía escribir muchas novelas en la mínima novela posible»

No hay lugar mejor que el bar Almirall para hablar con Albert Lladó sobre La puerta (A Fortiori Ed.), novela que acaba de publicar. Se trata de la reescritura de una obra que Lladó ya había publicado hace algunos años; en un ejercicio de relectura y reescritura el periodista y escritor nos ofrece el mapa de una Barcelona que está desapareciendo. Es la Barcelona de los bares en los que los jóvenes transcurren sus veladas entre conversaciones de poesía, la Barcelona de jardines interiores donde todavía es posible sentarse y leer en un silencio extraño al nerviosismo urbano. En esta escenario, la ciudad se convierte en un relato, en el texto sobre el cual el protagonista emprende su recorrido de formación, un recorrido hacia la madurez. Las lecturas filosóficas, Nietzsche, Cortázar, la decepción por una universidad institucionalizada, las conversaciones con el poeta Lizano, Blanca y su mirada espontánea terminan escribiendo el cuaderno de notas del protagonista que se abre sobre Barcelona, convertido en la página sobre la que escribir la propia experiencia.

Albert Lladó (foto cedida por el autor)
Foto: Meritxell Gutiérrez

Decía Walter Benjamín en Infancia en Berlín: “No lograr orientarse en una ciudad aún no es gran cosa. Más para perderse en una ciudad, al modo de aquel que se pierde en un bosque, hay que ejercitarse”. ¿Has tenido que perderte mucho para escribir La puerta?

Me perdí mucho, pero voluntariamente. La idea nació cuando yo vivía en el Raval y al volver de trabajar pasaba por delante del piso donde transcurre la historia. No sé muy bien por qué, pero solía detenerme para observar aquel piso, del cual colgaba siempre una bandera. Sinceramente, todavía ahora no sé por qué me paraba, puede que me imaginase viviendo allí o puede que pensase en las vistas que debía tener. En aquella época, frecuentaba unos bares que me gustaban mucho, como por ejemplo el Muy Buenas, que está precisamente al lado de aquel piso. Al empezar la novela, esa esquina y ese apartamento me sirvieron para situar un epicentro para la historia; una vez decidido el punto de partida, comencé a pasear de manera aleatoria. Muchos días pasaba por el jardín que aparece en la novela, pero la mayoría de conexiones y de referencias se han ido dando de forma inesperada mientras escribía la novela e, incluso, cuando ésta ya estaba publicada

¿Algún ejemplo de estas correspondencias?

Por ejemplo, una vez publicada la novela a lo largo de una entrevista que le realizó Josep Maria Espinàs, Josep Maria Lladó contaba que él había vivido en ese mismo piso frente al cual siempre me paraba y que se había convertido en el centro de la novela. Josep Maria Lladó recordaba su infancia transcurrida en ese apartamento y las vistas que desde allí tenía sobre el jardín, donde yo transcurría muchas tardes a lo largo de mi vagabundear. Han surgido muchas conexiones tan inesperadas como ésta, otro ejemplo: tras enviarle el libro,  la editora me contestó que ella no publicaba novelas, pero que le resultaba difícil no publicar la mía al llamarse Natividad de la Puerta.

Al leer la novela, nombres como Walter Benjamín o Charles Baudelaire aparecen como referentes ocultos tras el texto, ¿estaban estos dos autores en tu imaginario o son también conexiones a posteriori fruto de la lectura?

En ese momento, estaba trabajando sobre la tesina del máster así que, más bien mis referentes eran otros. Por entonces, estaba concentrado en Nadja de Bretón y Rayuela de Cortázar, pues quería comparar la figura de la paseante parisina de Bretón con la Maga de Rayuela. Blanca nace precisamente de allí, es un guiño a esa imagen de mujer que te abre los ojos, que te invita a descubrir el terreno de lo espontáneo. El protagonista de La puerta es un joven bastante pedante, muy rígido en cuanto a sus conocimientos, y Blanca le ofrece la posibilidad de relajarse y de conocer la ciudad de otra forma. Nadja y la Maga de Cortázar estaban muy presentes cuando escribía la novela; además, por aquella época, pude conocer a Edith Aron, la mujer que sirvió a Cortázar como modelo para crear el personaje de la Maga.

No sólo a partir de Blanca, sino también a partir de las fotografías estableces un diálogo con Nadja, que aparece como un referente ineludible.

Si, sólo que la idea de las fotografías nace en el momento de rescribir la segunda versión de la novela. Yo había publicado, por primera vez, La puerta hace tres años, y cuando me ofrecieron la posibilidad de reeditarlo, la volví a leer, quería revisar el texto. Pero la relectura no fue una simple corrección de erratas y empecé a rescribir, y una de las ideas que tuve fue la de añadir las fotografías de forma un poco aleatoria, no como ilustración. Evidentemente, la posición de cada una de ellas está pensada, pero muchas de ellas no siguen el tempo de la narración; algunas se adelantan a los hechos, dando pistas o haciendo guiños al lector.

Detrás de este juego con las fotografías parece encontrarse Sebald y, sobre todo, su novela Auwsterlitz.

En la novela hay múltiples guiños, de algunos ni siquiera soy consciente. Hay guiños que yo no he percibido hasta que me lo han dicho, por ejemplo, el de la masonería. Es un tema en el que he ahondado sobre todo en la reescritura: mientras que en la primera versión aparecía de forma casi imperceptible, en esta segunda versión quise jugar más con aquellas imágenes que ya aparecían, crear una simbología más amplia; a través de una hermenéutica de la intuición, quería establecer unas correspondencias que en la primera versión no se mostraban y, por tanto, tuve que indagar sobre la masonería y su significado.

El protagonista de la novela es un estudiante de filosofía muy crítico con la institución universitaria.

El joven, tras haber perdido al padre, llega a Barcelona y cree que en la universidad va a encontrar el conocimiento necesario para hacerse adulto, sin embargo, se encuentra una institución como cualquier otra en la que se aburre, en la que no encuentra aquello que buscaba. Ahora no sé como se presenta la facultad, pero cuando yo estudiaba filosofía, el estudio estaba muy burocratizado y muy cerrado en sí mismo y en la propia institución; el conocimiento que se ofrecía daba la espalda a la actualidad, a aquello que acontecía más allá de los libros. Por eso, al terminar la carrera, me dediqué al periodismo, para poder establecer un vínculo entre el pensamiento filosófico y la actualidad, el presente, aunque, en el periodismo actual, no es tarea fácil.

Saber que alguien formado en filosofía da el salto al periodismo, un terreno últimamente tan desértico, permite reconciliarse con el oficio de periodista, oficio que ha conquistado un descrédito que tiempo atrás nunca tuvo.

Es evidente que actualmente el periodismo está sufriendo un momento de decadencia, pero no sólo el periodismo, sino todo tipo de profesiones. Yo en el periodismo cultural me siento muy cómodo; para mí la escritura periodística, sea de ámbito cultural o de otro ámbito, es un género literario. No creo que se deba separar el periodismo de la poesía o del teatro o de la narrativa, es un género más. En parte por las exigencias del mercado y en parte por la transición que se está viviendo en el mundo del periodismo, no se tiene claro cuál es el camino a seguir, hacia donde tenemos que dirigirnos. El papel ya no funciona como antes y el digital no termina de arrancar, sobre todo porque no resulta económicamente sostenible.

La crítica a la institución universitaria es paralela a la imagen del protagonista, un joven autodidacta con ansias por aprender.

Lo que el protagonista principalmente quiere es conocer; él llega a Barcelona siendo un niño y en su evolución son muchos los lugares y las personas de las cuales aprende. Está la universidad que representa una decepción, resulta extraño que sea precisamente la filosofía la encargada de construir dogmas. Por otro lado, casi en oposición, se encuentran Lizano y  Blanca, se encuentra la correspondencia de Cortázar, como también la obra de Nietzsche, donde el protagonista, sin embargo, no termina de encontrar aquellas respuestas que busca. La experiencia del protagonista es la experiencia de muchos, de todos aquellos que nos inscribimos a la universidad, pero que, en verdad, pasábamos la tarde en el bar leyendo, hablando entre nosotros.

La puertaLa puerta puede ser definida como una novela de formación donde la ciudad, Barcelona, se convierte en el relato a partir del cual el protagonista aprende, madura.

En cierta manera, él busca un complemento a su yo, y lo va a encontrar en Blanca, como también en la ciudad. En ocasiones, resulta difícil saber si el joven está más enamorado de Blanca o de la ciudad, que se convierte en un personaje más de la novela a través de la paradoja que, para mí mismo, representa Barcelona: por un lado se odia Barcelona y, por el otro, no puedes no amarla. Hay cosas horribles en ella y, al mismo tiempo, cuando estás fuera quieres volver, regresar a ella. La desaparición de algunos de los escenarios de la novela, de aquellos lugares que se amaron de la ciudad, despierta el odio hacia Barcelona; por el ejemplo, el Marsella, el bar más antiguo de Barcelona, de 1820, vive sus últimos días por culpa de la especulación y por la inercia del Ayuntamiento que no ha hecho nada. Esto sería impensable en una ciudad como París que tiene una gran literatura urbana tras de sí.

En un momento describes a la Barcelona turística desde su negación: “Las ciudades no son escaparates, ni parques temáticos, ni máquinas tragaperras. No son calcetines blancos y chancletas, no son jarras de un litro de cerveza, no son sangría a diez euros, ni los menús en inglés de restaurantes que no restauran nada”. A través de la negación describes la Barcelona que se ha impuesto en estas dos últimas décadas.

Barcelona siempre ha tenido ese aspecto “canallesco” que la definía y que ha ido desapareciendo. La novela propone unas rutas alternativas que permiten ir descubriendo la ciudad más desconocida, más oculta. Se presenta una ruta modernista, pero es una ruta de noche y de borrachera que nada tiene que ver con los recorridos turísticos preestablecidos. Puede que sea porque ahora salgo menos, pero sinceramente creo que Barcelona ha dejado de ser lo que era; no sólo tras 1992, sino también a partir del año 2000, cuando el Ayuntamiento estableció unas normas muy rígidas que hacen que sea muy difícil encontrar locales con música en directo, bares abiertos hasta altas horas. Aquí para organizar algo es una tragedia, son muchos los permisos que hay que pedir, muchos los obstáculos por sortear. Ha habido una tendencia de querer frenar a la ciudad y el ciudadano se ha dejado frenar.

“La bohemia del momento –¿dónde estará ahora?”, Se lee en la novela; la desaparición de una bohemia mal interpretada, considerada solamente a partir de los tópicos de la noche y del alcohol y no como un aspecto esencial de la vida cultural de una ciudad.

Lo que pasa es que hemos perdido la idea del bar como ágora pública, como espacio cultural. Una conversación a las dos de la mañana de dos personas borrachas hablando de poesía puede ser tan interesante como una conferencia a las diez de la mañana; en esos ambientes canallescos había de todo, pero había cosas muy buenas. Recuerdo en el Muy Buenas, recitales increíbles de poesía por parte de gente cuya trayectoria he ido siguiendo. El problema nace en el momento en el que la institución entra a controlar estos espacios culturales, se intenta institucionalizar la bohemia que, sin embargo, existe precisamente al margen del control y de la institución.

A lo largo de toda la novela hay un constante juego autoreferencial entre la figura del protagonista y el autor; los dos compartís nombre, pero el personaje, en un guiño a Unamuno y a su personaje Augusto Pérez, precisa en más de una ocasión que él dice y hace lo que le indica el escritor.

Éste es el aspecto que más he retocado en la reescritura. Cuando comencé a trabajar sobre el texto, me acordé de cuando había publicado la primera versión y de cómo mucha gente identificaba al protagonista conmigo. Me hacía gracia esta reacción de los lectores y en esta segunda versión quería jugar precisamente con ella, desmontar la identificación que se había creado. En esta ocasión, el protagonista no sólo comparte mi nombre, como sucedía antes, sino también mi apellido, a partir de aquí juego con la confusión entre las figura del narrador y del protagonista, dos figuras que no deben necesariamente coincidir, aunque sus voces se confundan a lo largo de la narración. Además, la novela se presenta como una serie de anotaciones de alguien que, desde el presente, quiere rescatar el pasado que se ha ido.

En la novela, el protagonista termina convirtiéndose en escritor, como lo eres tu; en cierta manera, planteas el mismo juego que planteaba Sartre en su novela Las palabras, una escapatoria del género autobiografía, así como tradicionalmente se entiende.

A mí me interesa mucho la auto-ficción, autores como Francisco Umbral, por ejemplo, y también los cuadernos de notas como género literario. Hay un tipo de literatura que se obsesiona mucho con la idea de estructura, idea que a mí particularmente no me interesa mucho; yo quería plantear la novela como una reflexión en sí misma entorno al proceso de escritura, reflexión que ofrecen los cuadernos de notas y que te permite entender lo que estás haciendo en cuanto autor. Se dice que un autor, a lo largo de toda su vida, escribe siempre el mismo libro; yo me estoy planteando rescribir, cada tres o cuatro años, la misma novela.

Serías una excepción, normalmente los autores tienden a renegar de sus obras anteriores.

Sí, pero la reescritura es también renegar de la novela anterior. Lo que he hecho con esta nueva versión de La puerta es fruto de un carácter obsesivo: yo habría podido corregir simplemente las erratas, pero en el momento en que se entra en el texto, es imposible sustraerse y no hacer ningún cambio.

La novela se plantea como una autorrevelación constante; la ciudad se va revelando a lo largo de la narración. Tu te conviertes en transcriptor en un momento en que, como diría Simmel, la vida nerviosa nos impide ver cuánto sucede en la ciudad que habitamos.

Éste es uno de los peligros; yo he dejado de escribir como antes por esta inercia de velocidad y nerviosismo. El protagonista quiere, en cierta manera, detener esta inercia, su agorafobia se debe a su pánico a la vida adulta a la que se debe enfrentar en Barcelona. En él se plantea una lucha entre un nihilismo pasivo, que podríamos identificar con la agorafobia que lo paraliza, y un nihilismo activo representado por la creación. Desde el presente, se propone escribir a partir de lo que vivió, a partir de esa lucha que ya forma parte del pasado. En Mil Mesetas Deleuze y Guattari hablan de dos tipos de tiempo, el Cronos, que sería el tiempo desde el cual escribe el protagonista, y el Aión, que es el tiempo que se escapa, que no responde a las formas cronométricas. El protagonista busca atrapar el Aión, ese tiempo huidizo que sólo puede capturarse a través de notas en un cuaderno.

En cierta manera, es lo que planteó Walter Benjamín en su Libro de los Pasajes: lo único que se puede capturar y salvar los fragmentos, la totalidad se escapa.

Por esto, los libros de notas me interesan más, los encuentro más reales. Parten de la idea de la imposibilidad de un sistema o de una forma capaz de atrapar la historia en su totalidad. Al escribir La puerta, me imaginaba la novela como un palimpsesto: algunos lectores han visto en ella el relato de una historia de amor con la ciudad o con Blanca; otros han visto una historia sobre la masonería y, si bien La puerta no es una novela sobre la masonería, si es verdad que la utilizo para leer la ciudad de una forma distinta. Lo que yo me proponía era escribir muchas novelas en la mínima novela posible.

El protagonista llega a Barcelona con una mirada idealista, casi utópica; espera encontrar en la ciudad el conocimiento, las respuestas que le faltan, espera encontrar la manera de cambiar el mundo, la realidad que le rodea. En el fondo, el ’68 persiste como un referente casi ineludible.

El ’68 sigue siendo un referente porque, en verdad, nuestra generación no tiene otros. El ’68 abrió muchas brechas, pero políticamente abrió poco. Estamos huérfanos de líderes y, por esto, no hacemos sino buscar alguien que diga cuatro cosas con sentido común y lo alzamos. En el libro aparece ese imaginario de finales de los ’70 que, sin embargo, no ha terminado de borrarse: aparecen las chaquetas de pana, Felipe González, las canciones de Raimon. La transmutación de los valores de la que hablaba Nietzsche, la transformación de camello en león, si ha existido, pero no el último estadio, convertirnos en niños para crear nuevas semánticas. Cuando muere el padre, el protagonista pierde la figura de la autoridad, vuelve a ser niño, pero precisamente el volver a ser niño le permite generar un nuevo discurso. Nosotros no hemos conseguido todavía generar un nuevo discurso, no hemos sabido ser niños, nos hemos perdido en la inercia, en la resignación. En estos últimos tiempos, hemos empezado a gritar más, nos hemos convertido en leones, pero el niño que permite generar un nuevo discurso sigue sin aparecer.

Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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