Algunas cosas sobre el Sr. Hinson

(Inicio con inusual captatio malevolentiae).

He visto dos veces a Micah P. Hinson (Abilene, Texas, 1981) en directo y ninguna de las dos me ha convencido. La primera, hace 2 años, en Sidecar y en solitario, fue un completo despropósito: selección anticlimática del repertorio (empezando el bolo con temas inéditos), cuerdas rotas, acordes fallados, ritmo discontinuo y atropellado, muchos más discursos de los necesarios… Micah, acorde con el estilo vieja escuela que practica, ofrecía 2 pases por la tarde-noche, y en este, el segundo, apenas tocó 1h 10 min, a sus 27 años; uno salía de allí preguntándose cómo podía ser que algunos viejos dinosaurios del rock doblasen en duración e intensidad al que, sin duda, es uno de los músicos más potentes del momento.

La segunda, apenas hace unos días, en el Palau, fue mejor, pero aún no estuvo, para mi gusto, a la gran altura de sus discos, verdaderas maravillas de belleza y orfebrería musical. Hinson, en lo que, al verlo por segunda vez, se me antojó como una maniobra deliberada para epatar, sigue reincidiendo en su torpeza, sus movimientos de Buddy Holly epiléptico (lo dijo Jordi Bianciotto en El Periódico, ¡pero juro que yo lo hice antes!), sus paradas para afinar, su insistencia con pedales y monitores (yo me pregunto ¿a qué ese perfeccionismo sonoro cuando ni su técnica ni su estilo lo permiten/requieren? Esto no es una crítica, pero ¿imaginan al Dylan del ’63 trasteando con pedales para tocar Blowin’ in the wind un semitono más grave? ¿A Cohen buscando sutiles efectos de distorsión para su Suzanne? Pues eso). En este caso, además, se le sumó la molesta presencia de Centro-Matic, banda de apoyo con sonido reminiscente del pop dulzón y estomagante de unos Snow Patrol y que adquirió un protagonismo inusitado, contribuyendo a romper, otra vez, el ritmo del espectáculo.

Pero en fin, no estamos aquí para criticar al pobre Micah, al que por otra parte, y como ya he dicho, considero probablemente el mejor cantautor actual, un músico de una profundidad emocional, sutileza, belleza, capacidad lírica y melódica y precisión incomparables y sobrecogedoras. Estamos aquí, umbralianamente hablando, para hablar de su libro; su primera novela, No voy a salir de aquí, que publica, sorprendentemente en primicia mundial, la editorial barcelonesa Alpha Decay. Quizá no sea tan chocante si consideramos que Micah P. Hinson es un perfecto desconocido en su país de origen; por no tener, no tiene ni críticas en AllMusic. Oigan este dato: hay grupos de mi pueblo que SÍ tienen críticas en AllMusic. Si tus discos no se reseñan en AllMusic no eres, virtualmente, nadie. Pero, sin embargo, en España, Micah P. Hinson es, como una vez dijo alguien de Sr. Chinarro, “un pequeño fenómeno de masas”. Es curioso en un país que no se caracteriza especialmente por su cultura musical; tan curioso como merecido, sin duda. Esto es algo por lo que le preguntaré cuando lo entreviste más adelante. Porque también de eso hemos venido a hablar.

Vamos por partes: No voy a salir de aquí es una novela que se lee tal y como se escribió: de un tirón. Las influencias beatnik y del realismo sucio son más que evidentes (Bukowski, Fante muy especialmente…ese inicio, con un chico aspirante a escritor y que malvive trabajando en un bar tendido en la cama de la habitación de su miserable pensión, es “bandinianamente” inconfundible). Me parece ver algo, en el humor negro, la presencia de la religión y el ambiente sureño, del John Kennedy Toole de La biblia de Neón; la relación entre los personajes, que podrían ser una nueva versión no criminal de Bonnie & Clyde (cuyas cartas también publicó, en una coincidencia significativa, Alpha Decay), se ha comparado mucho con la película Buffalo 66 (“ese tipo –Vincent Gallo, supremo hacedor del filme- está jodidamente loco, colega”, me dirá, con una sonrisa en la boca, cuando más tarde le pregunte por ello), aunque a mí también me recuerda a la insuperable Fat city de John Huston. Poniéndonos estupendos, podríamos llegar incluso a establecer paralelismos bíblicos: Apple (Manzana en inglés) es la que tienta a Paul (segundo nombre de Hinson, por cierto), arrastrándolo a la errancia y a una perdición en la que intervendrá un elemento mediador muy significativo en este sentido, y que no revelaremos aquí. Pero no creo que Hinson haya pensado en nada de eso al escribir el texto, aunque puede habérsele filtrado inconscientemente debido a su infancia en la ultrareligiosa Texas. La suya es una novela que la propia Ana S. Pareja (editora de Alpha Decay, a la que he perseguido incansablemente, abusando de su confianza para lograr esta entrevista, y que a estas alturas debe oír mi nombre en sus peores pesadillas) define como “urgente y pura”; la prosa de Hinson es sólida, rápida, hábil, pero si algo no hay en este libro es una concienzuda planificación formal o una decisión estética fríamente meditada: sólo la voluntad, casi adolescente (Hinson escribió el libro con 21 años), de contar una historia desgarrada, maldita, romántica al fin; algo con tanto encanto como peligro potencial en esta época posmoderna hiperconsciente, y algo con lo que el libro gana y pierde a la vez: gana en impulso, en carisma; pierde en originalidad.

El pasado atormentado de Hinson, tan atractivo a nivel comercial, ha llenado páginas y páginas, estableciendo unos paralelismos entre vida y obra que, si bien en este caso pueden ser más apropiados que en otros, no dejan de ser decimonónicamente reductivos. Aún a riesgo de contradecirme y sacar el tema otra vez, será lo primero que le pregunte cuando Ana me anuncie “Te toca”.

La entrevista será en la calle, frente a los cines Verdi, al lado del Café Salambó, donde se celebra la presentación del libro con la presencia, cómo no, de Rodrigo Fresán (tan brillante escritor como ubicuo presentador y prologuista, al que no se puede negar, de todos modos, un estilo personal y atractivo de manejarse en este tipo de situaciones). Micah quiere fumar; parece que ya no tiene suficiente con el cigarrillo eléctrico que en el Palau se llevaba constantemente a la boca. Así pues, nos sentamos en dos bancos, y enciende su cigarro. Hago lo propio con la grabadora. Vamos.

Bien, le pregunto, se habla mucho del autobiografismo de tu trabajo; sé que es muy personal, pero ¿no estás un poco cansado de tanta insistencia? ¿Cómo te acercas a tu trabajo en relación a tu propia vida y a tu figura?

Micah, amable, contesta: “Mi libro no es personal, es sólo un libro. La manera en la que hablo en mis canciones… sí, son personales, pero intento hablar de una manera en la que tú te puedas poner en la canción, una chica pueda ponerse en la canción; cualquiera. Puede que sean personales, pero también quiero que sean muy universales. Siento que digo un montón de cosas en mis canciones que la gente normalmente piensa; o al menos eso espero. Mierda, si no lo hiciera quizá no sería ligeramente popular. “Ligeramente”, esa es la palabra clave”, sonríe, autoirónico.

Empiezan los “shit” y los “fuck”. Yo también sonrío. Esto va a ser divertido.

Voy al tema de su popularidad aquí, y su falta de ella en los Estados Unidos, sobre todo cuando su obra conecta tan fuertemente con la tradición americana. Supongo que no está en tu mano explicarlo, pero ¿por qué crees que pasa esto?

“A nadie en América le importo una mierda, tío. Soy como alguien de su patio trasero. Para ti, para la gente de otras partes del mundo, quizá parezca un poco diferente… Pero no, a los americanos no les importa una mierda lo que hago. De hecho, me siento muy honrado de tener mi primer libro traducido al español, ya que la mayoría de escritores americanos, ingleses,… publican primero en inglés y luego esperan durante años a que su libro se traduzca, pero, coño, a mí ya me han traducido, así que no me preocupa realmente. Y además, en América las editoriales no leen mis libros a causa de mis “ideas políticas” –supuestamente conservadoras, añado-, lo cual es una puta chorrada; nadie sabe realmente cómo coño me siento”.

No hay que interpretar los exabruptos hinsonianos como gestos de hostilidad hacia el entrevistador; muy al contrario, su sinceridad y naturalidad me hacen sentir cómodo. Como intuía, me estoy divirtiendo. Prosigamos.

Mientras le pregunto por sus influencias más allá de las evidentes y reconocidas de Fante y Bukowski, Hinson fuma con avidez y nerviosismo, hasta que se ahoga y empieza a toser. “Oh, esto es una mierda”, dice, con el humo saliendo a golpes de la boca. Mientras me río, intento señalarle mis ideas entorno a Kennedy Toole, Huston… desconoce estos referentes, pero se interesa sinceramente por ellos. Respira al fin y contesta: “Me encantan Bukowski y Fante, sí. Crecí estudiando literatura, así que leí mucho a Charles Dickens, Yeats, Shelley, Byron, Whitman, Hemingway, Hunter S. Thompson,…” Con inusual honradez y algo de nerviosismo me confiesa: “Va a ser extraño entrar ahí y hacer una jodida presentación del libro, ¿sabes? No sé mucho sobre literatura. Estudié un poco en la escuela antes de dejarlo, pero aparte de eso… He leído “Miedo y asco en Las Vegas” unas 200 veces, “En el camino” unas 90, “El diario del ron” unas 300… Otras personas habrían leído 300 libros diferentes, pero para mí todo consiste en estudiar aspectos muy particulares… Es un poco extraño, quizá compulsivo, pero es la manera en que lo veo. Veo en el libro una referencia más directa a Fante que a Bukowski… si te fijas, no hay sexo… Bukowski se pasa un poco a veces, no creo que mi mujer lo aprobara (los dos nos reímos). Él tuvo la suerte de encontrar el tipo de mujer que aceptaba sus dosis de locura. Sin él, de todos modos, no conoceríamos a Fante. Y luego está Kerouac, y habla de lo que Faulkner hizo por él… Creo que es algo muy común en literatura tratar de apoyarte en tus predecesores, porque sin ellos no sabrías como escribir”.

Micah me confirma que como escritor cumple el prototipo romántico a la vieja usanza, al que no es ajeno su método de trabajo: “Definitivamente no pensé en una estructura para el libro. Lo escribí en una máquina de escribir. En esa época bebía un montón. Trabajaba en un bar desde las 10h de la mañana hasta las 14h del mediodía, y luego solía beber hasta que cerraban, a las 2 de la madrugada; o me iba a casa, me ponía realmente enfermo, dormía unas horas y luego de vuelta… Escribí el libro en un mes, así que quizá sí haya un cierto sentimiento de urgencia, no lo sé… lo escribí en un momento particularmente angustiado y urgente de mi vida, así que quizá salió así por eso”.

Durante la pregunta han pasado una chicas disfrazadas de algo (algo felino, no sé muy bien qué) y se han reído, igual que nosotros; “That’s great” dice Micah. “Yeah”, digo yo.

El tiempo se va acabando y quiero preguntarle qué opina de la obra de otros músicos metidos a escritores que parecen tener que ver con su propio estilo, ya sea musical o literario: Dylan, Cohen, Cave, Everett (Eels)… Sé que no quieres ser etiquetado dentro del “rock literario”, empiezo…

“Sí, tío, esa palabra, tío, esa… oh, tío, ¡joder!”, nos reímos los dos. “El otro día tuve una rueda de prensa, y esperaban que tocase una canción, luego hiciera una especie de entrevista, luego tocara otra canción,… Para mí… digamos que eres un pintor y que también escribiste una novela… ¿le vas a pedir a un pintor que pinte un puto cuadro mientras habla de su puta novela? No, no lo vas hacer, tío. Eso primero. Y luego… se volvieron tan locos conmigo, tan locos… Sé que estoy aquí para la gente, quiero estarlo, pero no soy un mono… no tengo una ranura por la que puedes meter euros y hacer que cante, y toque (tararea, irónico). No puedo hacer eso, quiero que las dos cosas vayan por separado”. Me voy a reír mucho de esto luego cuando un asistente a la presentación empiece a preguntar, inocentemente: “¿Te has traído tu guitarr…”.

“La única persona que creo que abrazó la música como una forma de escritura fue Woody Guthrie”, sigue (más adelante me contará con genuino entusiasmo como logró, por 5 dólares, una primera edición de Rumbo a la gloria, sus memorias. Le hablo de la película, que desconocía, en la que David Carradine hace de Guthrie. “No creo que sea tan buena”, dice. No lo es, Micah.) “Él escribió un libro fabuloso con el que creo que si me hubiese obsesionado tanto como con “En el camino” me hubiese hecho mucho más bien. Habla sobre los oakies (lugareños de Oklahoma), el Dust Bowl,… ahí es donde yo y mi familia crecimos. No crecimos en Nueva Inglaterra, no teníamos esa idea de ir tras el sueño americano… Esa no era nuestra forma de pensar”.

Ana ya se ha acercado a decirnos que el tiempo se acaba pero aún quiero colar una última pregunta sobre el libro que he leído que prepara, y al que quiere titular La Gran Novela Americana: “Escribí este libro hace 8 años, he escrito 3 desde entonces y ahora trabajo en esto. No te voy a contar de qué va, pero claramente el concepto de un título así es paródico, muy irónico, porque creo que nadie hace eso ahora. Tiempo atrás tenías a Hemingway matando putos alces en el bosque y esperando lograr «La Gran Novela Americana”, pero ahora tenemos a niños fumando puta metanfetamina, que ni siquiera acaban el instituto, y no buscan «La Gran Novela Americana”, así que alguien debe hacerlo… De toda la gente con la que crecí sólo quedamos dos vivos. Todo el resto están muertos o en la cárcel (supongo que en realidad no es así, pero espiritualmente lo están). Creo que siento que esa pequeña generación con la  que crecí y a la que nadie será capaz de entender… creo que debo explicar cómo se siente uno al estar en Texas, como piensa alguna gente y la locura que hay allí, con la religión, el alcoholismo y un montón de cosas más…”.

Se acabó el tiempo. Micah confiesa otra vez su nerviosismo al enfrentarse a la presentación y a Fresán («That writer scares the shit out of me” – Ese escritor me tiene cagado -, dice). Tanto Ana como yo lo tranquilizamos, diciéndole que Fresán es admirador suyo, y que todo el mundo que ha venido a la presentación lo ha hecho porque aprecia su trabajo. Antes de irme (“Ha sido un placer”, me dice, mientras me da la mano) le digo cuánto aprecio la oportunidad de ver su carrera a tiempo, en su mejor momento; para mí es casi como haber visto a Dylan en los 60, le digo. “¡Oh, gracias! Ver a Dylan ahora sigue siendo mágico, pero a mí también me gustaría haber estado en ese aeropuerto, con los periodistas…”. Junto a su mujer, Ashley, (fiel, incansable escudera) comentamos el momento en el que, en el concierto del Palau, le llamaron “¡Judas!” cuando se colgó exactamente la misma guitarra que Dylan en su transición eléctrica. No lo oyó, y le resulta muy divertido: “Si lo hubiera oído, hubiera gritado: «¡No te creo! ¡Eres un mentiroso!»”. Nos reímos todos por última vez y nos despedimos.

Ha sido divertido, ha estado bien. No me ha dicho nada que en gran parte no supiera ya, ni me ha dado grandes claves para entender mejor el libro: de hecho, ya se entiende por sí mismo. Pero ha sido divertido, y me ha dado la sensación de ver a un Micah más genuino que el del Palau; algo de lo que ahí no me creí, de lo que me chirrió, me cuadra aquí. Más tarde, en la presentación, a media pregunta, Micah se interrumpe y no entiendo porqué; está explicando que su abuelo no quería dejarle en herencia la máquina de escribir porque pensaba que la empeñaría o perdería, y que cuando hubo muerto, su abuela se la dio. Finalmente se hace evidente que está llorando. Al principio no sé si creérmelo. Pero ya de entrada dudo. Es mucho.

Flashback: Estoy de nuevo en el Palau, y Micah está despidiéndose por segunda vez. Pero antes de irse, se centra al fin y entrega una versión, espectacular en su desnudez e intimismo, de Don’t you, que deja callada a toda la sala, empezando por este vulgar plumillas. Y uno ve que Micah quizá sea torpe, molesto a ratos; que quizá no sea el mejor performer del mundo; que, a la luz de lo leído, no es, sin duda, el mejor escritor del mundo (aunque podría ser mucho peor); pero tiene genio. Y eso, otra vez, es mucho.

(Final cursi y facilón):

Don’t you
Forget about me
Forget about me
Forget about me

Canta Micah, sólo con su acústica.

I won’t, Micah. We won’t.

(Discúlpenme por esto, amigos: no me pude resistir.)

Marc García García

Fotos: Ferran Martínez Rubio

Marc García García

Marc García García (Barcelona, 1986). Licenciado en Humanidades por la UPF y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la UB. Es traductor y coeditor de la web cultural "MAMAJUANA!", de próxima aparición. Colabora habitualmente en medios como "Quimera" o "Hermano Cerdo". Es el mayor experto muerto en la obra del poeta Unai Velasco.

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