Crónica sevillana en cuatro coplas

Aviso: Los comentarios de esta crónica sobre los Premios Ateneo de Sevilla, forman parte de conversaciones sesgadas cazadas al vuelo, de comentarios cuyas fuentes no citaré y de opiniones personales.

«Â¡Vamos con la primera!»: La lluvia en Sevilla…

Estaba anunciado. El día se presentaba lluvioso. Tras un vuelo con retraso de una hora y fuertes turbulencias (todo el mundo temblaba pensando en Perdidos), llegamos a Sevilla. El taxista nos lleva hasta el hotel serpenteando por las callejuelas del casco antiguo. Por un momento, pienso en Luis Moya («Â¡Trata de arrancarlo, Carlos, por Dios!»). Hotel Doña María, frente a la catedral. Expositores con abanicos y gitanas, platos de cerámica con ilustraciones típicas y un hall que parece el tablao de El balcón de la luna. Pues sí, esto debe ser Sevilla.

Óscar Oliveira (Foto: Javier Puebla)

Encuentro con Óscar Oliveira, de la editorial Algaida. Si hay un responsable de prensa que pudiera servir como modelo de anfitrión, sería él, fijo. No hay nadie más risueño, simpático y accesible. Con un guiño de ojo ya te da confianza, seguro que no te pierdes. Nos tomamos unas cañas con unos pocos compañeros periodistas que han viajado hasta aquí para cubrir el evento. Charla amable y distendida. Vemos pasar a Luis del Olmo. ¿Estará en la cena? No le volví a ver. Se nos une Andrés Pérez Domínguez, ganador del Ateneo del año pasado. Al poco rato, vemos acercarse a Miguel Ángel Matellanes, editor de Algaida. No dice nada, pero todos nos incorporamos, como si tocaran diana.

«Â¡Vamos con la segunda!»: Sevilla, una maravilla.

Reales Alcázares. Nos dicen que, en un principio, se iba a celebrar la cena fuera, en el patio, pero debido a la lluvia, han tenido que habilitar dos salones del interior. Eso sí, el aperitivo nos lo sirven al aire libre, porque ha escampado.

Reales Alcázares (Foto: José Manuel Vargas)

Los del grupito de corresponsales intentamos reconocer a alguien. Primer aviso: el Ateneo es una institución antiquísima. Y así se ha quedado, antigua. Por lo visto, se hacen cargo de dos eventos sociales que son lo más «in» de Sevilla (si no vas, no eres nadie): la cabalgata de los Reyes Magos y el Premio Ateneo de Novela. Y poca cosa más que sea de especial relevancia.

Los del grupito de corresponsales intentamos reconocer a alguien. Segundo aviso: Gente muy mayor, con traje oscuro, camisa blanca o azul y corbata roja. Gente de mediana edad con traje oscuro, camisa blanca o azul y corbata roja. Mmmm. ¿Es personal uniformado? No puede ser, son demasiados. Nos sacan de dudas: Políticos. Estamos rodeados. Invitados poco interesados en la literatura invaden el lugar porque «hay que estar». Señoras que ocupan las sillas y se levantan sólo cuando ven pasar una bandeja de croquetas. Hay queso, jamón, albondiguillas de buey («no saben a nada»), pinchos de cordero y gambas («esto sí sabe a algo»), una especie de rollitos de rabo de toro («No, gracias»). Señoras que se sientan cuando no queda nada en las bandejas. Curiosa especie, la de los políticos. Sostienen las copas con tal ligereza que se les caen de las manos. El fino. Un camarero se pasea con escoba y recogedor para hacer desaparecer los cristales. Eso sí, lo que se lleva a la boca no se cae. Y si algo va a parar al suelo se recoge, que no están los tiempos como para tirar la comida.

Los del grupito de corresponsales intentamos reconocer a alguien. Tercer aviso: Hay poca prensa. Algunos representantes locales, pero a los medios ya se les ha informado y tienen la noticia embargada. Caramba, entonces, ¿los políticos no van a salir en los papeles? Tranquilos, hay un par de fotógrafos que dejarán constancia para la posteridad. De repente, vemos pasar a un escritor reconocible. Lo comentamos. Parece que todos hemos hablado con él alguna vez, pero pasa de largo sin saludar. Pues vale. Para uno que reconocemos…

Salón de Tapices de los Reales Alcázares (Foto: L.P. Pérez Camino)

«Â¡Vamos por la tercera!»: Quien se fue a Sevilla…

Vuelven a tocar diana. Todos adentro. Los periodistas no estamos en la lista de invitados. Óscar, «al loro», nos acomoda. Los corresponsales no cenaremos en el salón principal, sino en el de Tapices, sin un monitor desde donde seguir el evento, junto a la puerta de salida (se agradece, por si hay que huir). Detrás nuestro, una mesa ocupada por «chicas de oro» y otra que permanece vacía. De repente, llegan unos señores de traje negro, camisa blanca o azul y corbata roja. Se dirigen a la mesa vacía. Cara de mosqueo. Son los representantes del Partido Popular. Ofendidos por no estar en el salón principal, deciden marcharse, sin darse cuenta de que quienes estamos al lado somos periodistas y lo estamos viendo/escuchando todo. La clase política…

Comienza el acto. Me parece interesante que, a diferencia de otros premios, en este confiesan públicamente que el jurado ya ha decidido quién se lleva el gato al agua, pero que van a «reproducir» las deliberaciones del jurado durante la cena. O sea, como el Planeta, pero sin tomarle el pelo al personal. Se nos avisa que, además, los invitados podremos participar en un sorteo para la subasta de una pequeña escultura (¡!).

«Â¿Pero, aún no sabes quién gana? Yo lo he preguntado y me lo han dicho». Vale, periodista. Un compañero me comenta lo raro que es todo. Lo raros que son todos. Y «feos». Asiento con la cabeza mientras doy cuenta de la lechuga. Otros compañeros se levantan, inquietos. Salen, entran… Así no hay quien cene. Tardan una hora en traer el segundo plato. «Claro, es que lo de cambiar el lugar de la cena lo ha trastocado todo». «Sí, pero una hora para traer el pescado… Ni que estuvieran pescándolo en el Guadalquivir en este momento». La gente se comienza a impacientar, el cortijo se alborota. «Â¿Qué, ya sabes quién gana? ¡Pero si yo ya lo sé!». Vale, listillo.

Vanessa y Eugenia, hace cuatro años (Foto. Mireya López)

Tras la espera, el pescadito. Y casi enseguida, el postre, que hay que aligerar. Una mousse de chocolate acompañada de una flor gigantesca de galleta rellena de helado. Soy el único al que le sirven la mousse sin la flor. «Será porque no es grande, si ocupa medio plato. ¿No han visto que el mío no tiene flor, antes de servirlo?». Matellanes comienza a revolotear por los salones. Esto se acaba con el café. Miro hacia la puerta. Veo a Vanessa Montfort esperando en la oscuridad de la noche. «Â¡No puede ser, si ya ganó un Ateneo!». Me alegro de verla, recuerdo que hace cuatro años se organizó una comida de prensa en Barcelona para presentar su novela y la de Eugenia Rico, ganadora entonces del premio. Acabamos tomando un café con su tía, una mujer admirable, en el Café de la Ópera. Tarde inolvidable. Sospecho que sí, que ha ganado ella. Pienso que el listillo debe saber su nombre, pero no tiene ni idea de quién es ni de lo estupendo  que resultó ser su anterior libro, El ingrediente secreto. O sea que, en realidad, debería callarse. A ella la veo guapísima y elegante. La «fealdad» de los demás contrasta de una manera escandalosa. Pero se entregan dos premios, me faltaría el/la otro/a afortunado/a.

Y, efectivamente, nos anuncian el fallo del jurado. Vanessa Montfort y María Zaragoza suben al estrado para los agradecimientos y, cuando pensamos que todo ha acabado… Pues no, aún deben intervenir más personas con largos discursos. Especialmente tedioso resulta el de una señora que, sin duda, debía ser representante de algún organismo público, a pesar de no llevar traje negro, camisa blanca o azul y corbata roja.»Seré breve». Ocho minutos de perorata. Por suerte, la puerta de salida nos queda cerca. ¡Huyamos! Y huímos, al «Pecata Mundi», un pequeño bar en el que celebramos un encuentro con Vanessa, María, los compañeros corresponsales y algunos de la prensa local. Las cuatro de la mañana. Por fin duermo.

«Â¡A por la cuarta!»: Y al día siguiente…

Vanessa Montfort (Foto: José A. Muñoz)

Siete de la mañana. ¿En Sevilla no hay agua caliente? En el Hotel Doña María no, desde luego. Ducha fría para aliviar la resaca de Baileys.

Hemos quedado un compañero y yo para conversar con Vanessa Montfort después de desayunar. Óscar acompaña a la ganadora, ha cambiado su billete de regreso para estar con nosotros esta mañana. Insisto: Ningún responsable de prensa editorial haría algo así.  No por nosotros. Una conversación agradable con Vanessa en la terraza del hotel. Me explica cosas de la novela con la que ha triunfado de nuevo y que saldrá en octubre, Mitología de Nueva York. Una sesión de fotos por las callejuelas de Sevilla. Sin duda, el mejor momento de las últimas dieciocho horas. Caen cuatro gotas, no hace calor. La naturalidad y simpatía de Vanessa es tan poco habitual en el mundo literario que casi dan ganas de llorar. ¿Por qué no habrá más gente como ella?

Regreso a Barcelona. Otra vez una hora de retraso en el vuelo. Cansancio, y la sensación de que, a pesar de los trajes, la cena, la «fealdad» y la parte política de los premios, aún podemos encontrar belleza, en este caso, en las «Ateneas» que, seguro, darán que hablar a partir de octubre.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

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