Cuentistas (V): Óscar Esquivias

«El instinto nos lleva hacia los libros que necesitamos conocer».

Óscar Esquivias (Burgos, 1972) encarna como pocos la figura del escritor dedicado e inagotable: sin haber cumplido aún los 39 ya reúne en su trayectoria varios libros en los que ha trabajado la poesía y el ensayo, la narrativa juvenil y, sobre todo, la novela y el cuento. La concesión en 2008 del Premio Setenil a su libro de relatos La marca de Creta añadió su nombre a la nómina de cuentistas que cualquier lector informado repasa de memoria cuando piensa en el cuento español contemporáneo, algo que se han encargado de refrendar dos recientes antologías de referencia. Premiado, leído y admirado también por sus novelas, Óscar Esquivias regresó a finales del pasado 2010 con un nuevo libro de cuentos, Pampanitos verdes, publicado en su casa de siempre, la gallega Ediciones del Viento. Desde Burgos atiende a esta entrevista en tiempo récord, haciendo gala de otro rasgo de ciertos escritores dedicados e inagotables: una generosidad a prueba de bomba.

¿Por qué el cuento, Óscar? ¿Qué te lleva a alternar novela y relato breve?

No es algo premeditado. Con la misma naturalidad con la que leo cuentos y novelas, se me ocurren ideas para escribir unos u otras. Prefiero los primeros porque la satisfacción por el trabajo terminado llega antes y, además, si la historia se tuerce da menos pena tirar a la basura tres páginas que ciento veinte.

¿Qué significó en tu trayectoria la concesión del Premio Setenil? ¿Crees que tu trabajo ganó visibilidad real con ello?

Antes de ganar el premio, La marca de Creta había tenido muy pocos lectores y no había merecido ninguna reseña en los suplementos literarios importantes. Tras el Setenil no es que se produjeran asaltos de las masas lectoras a las librerías, ni mucho menos, pero sí pasó que el libro despertó la curiosidad de algunas personas, se ganó su corazón y tuvieron la generosidad de compartir sus impresiones en la red. Esto fue tan importante como el propio premio: si no hubieran existido los blogs creo que La marca de Creta no habría tenido la repercusión que tuvo.

Ediciones del Viento publica tus libros de cuentos y tus novelas, incluso reeditó no hace mucho tu novela Jerjes conquista el mar, revisada. Eduardo Riestra apostó decididamente por ti como autor. ¿Cómo vives esa fidelidad mutua? ¿Te ayuda a la hora de idear un nuevo proyecto?

Eduardo Riestra fue muy valiente cuando se aventuró a publicar mi trilogía dantesca. Yo le estoy muy agradecido (para mí es el equivalente al «señor Bubis» del Archimboldi de Bolaño); además, me siento cómodo con él: nos entendemos bien, compartimos gustos literarios y yo aprecio mucho su criterio como lector. A él le gusta lo que escribo y respeta que vaya a mi aire, dedicándome a lo que más me apetece en cada momento (ya sean trilogías o cuentos). Como autor, me da mucha tranquilidad tener el cajón vacío de inéditos. Para afrontar la escritura de un nuevo libro necesito olvidarme del anterior, y eso no es posible si esa obra se queda en el limbo de las gestiones eternas con los agentes literarios, del peregrinaje por distintas editoriales o del azar de los concursos. Por supuesto, esto no significa que tenga la seguridad de que Eduardo Riestra vaya a publicar cualquier cosa que le entregue, pero sí sé que la leerá apasionadamente y que, si es el caso, la editará (o me la discutirá) con el mismo entusiasmo. Creo que nuestra relación ha sido muy fructífera. Gracias a Ediciones del Viento he conocido libros fascinantes, como las crónicas viajeras de Mungo Park o William Bligh, o los cuentos de dos autores que ahora están entre mis favoritos, como son James Stern y el argentino Jorge Riestra (que, pese a la coincidencia del apellido, no tiene nada que ver con el editor). La literatura no es un deporte de equipo, sino una labor de solitarios; los escritores no somos músicos de orquesta, sino solistas. Con todo, el catálogo de las editoriales donde publicamos acaba indicando nuestras coordenadas en el mapa de la literatura, de algún modo señalan a qué equipo pertenecemos. A mí me encanta posar en una foto en la que, aparte de los dichos, están sujetando el balón y con pantalones cortos Felisberto Hernández, Christopher Isherwood, Rafael Azcona, Somerset Maugham o Julio Verne y, entre los españoles actuales (muchos de mi generación), Ana Esteban, Carlos Frühbeck, Hilario J. Rodríguez, Daniel Sánchez Pardos o Esther García Llovet. Son una compañía fabulosa.

Se publican más libros de relatos que nunca pero, ¿crees que puede identificarse, al margen de ese auge editorial del cuento, una evolución literaria del género?

No soy un especialista ni un lector sistemático de novedades (más bien todo lo contrario), pero tengo la impresión de que conviven varias corrientes y que todas están muy vivas, desde las más realistas a las fantásticas, en toda su gradación posible de colores y tendencias. Además, me da la sensación de que los cuentistas están acostumbrados al cambio de registro y a la experimentación.

Desde San Sebastián, esta semana “la pregunta del lector” te la hace el librero Adolfo López Chocarro: “¿Cómo valoras en España el actual estado de la cultura, en concreto el mundo de la edición, las librerías y la red de bibliotecas? ¿Estamos ante un verdadero cambio de modelo, o sólo es una crisis circunstancial, fruto de la falta de ideas y de gente capaz de liderar nuevas iniciativas?”.

Vaya preguntita, Adolfo. Empezaré por lo más fácil: tengo la sensación de que en España disponemos de una estupenda red de bibliotecas. Ya me hubiera gustado a mí, de adolescente, tener a mi alcance los cuartetos de Haydn, las películas de Lubitsch y las novelas de Alejandro Cuevas, y poder llevármelo todo a casa.

Respecto al mundo editorial, hay una eclosión de editoriales que publican títulos interesantísimos: actualmente compro y leo más libros de Salto de Página, Xordica, Contraseña, Menoscuarto, Páginas de Espuma o Rey Lear que de Alfaguara, Destino, Espasa, Plaza&Janés, Anagrama o Seix Barral. No sé si esto es una «crisis de liderazgo», pero tampoco me preocupa mucho. Veo las mesas de novedades y los escaparates de los libreros con criterio y comienzo a salivar como un lobo.

Lo malo de este fastuoso panorama es que las ventas son muy pequeñas y resulta difícil que libreros, editores y autores puedan vivir holgadamente de su trabajo. La llegada de los nuevos soportes hace que, además, se tenga la conciencia de que todo va a cambiar (¿qué sentido tienen las bibliotecas, las librerías y las editoriales tal y como las concebimos ahora, si todo se va a encontrar en Internet?). Tengo la sensación de que domina una parálisis como la que aqueja a los soldados de la fortaleza de El desierto de los tártaros de Dino Buzzati.

No sé cuánto durará este tiempo de transición y cómo se reacomodarán las cosas. Igual soy un inconsciente, como la cigarra de la fábula o los pajarillos evangélicos, pero estoy tranquilo y esperanzado. Mi oficio es crear y pienso seguir haciéndolo. Sin ánimo de compararme, supongo que Jorge Manrique tampoco se alteró demasiado ante la noticia de que se había inventado la imprenta.

¿Qué delata para ti a un buen cuento?

La sensación de felicidad. Que después de leerlo deba cerrar el libro y no pueda comenzar de forma inmediata el siguiente. La sensación de envidia intensa.

Hay una huella castellana en el espacio y en los motivos de tu narrativa (Burgos es el referente de tu trilogía de novelas, sin ir más lejos). Sin embargo, quien te etiquete en esa cuerda se queda corto, porque también un lector de Madrid, Barcelona o hasta Illinois puede sentirse identificado con muchos de tus personajes (además, en Pampanitos verdes encontramos historias ambientadas en Roma o, vaya, el mismo Chicago). Tal vez sea porque, antes de escribir, contemplas la vida a pie de calle y miras dentro de la gente como si te asomaras por un ojo de buey a cada océano personal. Eso te lleva de lo particular a lo universal.

Burgos es la provincia en la que nací y donde he pasado la mayor parte de mi vida, y por tanto es natural que sea un escenario recurrente en mis obras, como también lo son Madrid o Roma. De todos modos y pese a lo que pueda parecer, a mí –en principio– me importa menos el paisaje que el alma de los personajes. El escenario es algo que viene añadido, pero lo que me mueve a escribir es la necesidad (o el gusto, para decirlo de forma menos dramática) de contar una historia, desarrollar una imagen o iluminar un sentimiento. Lo que más me interesa es el hombre y sus conflictos íntimos, especialmente aquellos que nacen de zonas oscuras o difícilmente racionalizables. Después, mi mayor preocupación –ya que soy escritor y mi forma de expresión es la palabra– consiste en contar lo que me propongo con la mayor eficacia y precisión (y, por tanto, belleza).

Tus relatos dan cuenta de la imaginación, el humor, la coherencia, el buen oído para los diálogos y el cuidado del lenguaje con los que sueles trabajar. Podemos encontrar registros más, digamos, clásicos, junto a piezas del todo contemporáneas como “Septiembre”, por ejemplo, o “Temblad, filisteos” (tu sorprendente relato en el libro Chéjov comentado, el que ofrecemos esta semana a los lectores de Revista de Letras). ¿Cuál sería tu seña de identidad, tu huella como narrador en la distancia breve?

Un estilo preciso y, quizá, una profunda empatía con los personajes y sus sentimientos.

¿Qué cuento de todos los que has escrito crees que podría sorprender y conmover más a un lector que llegara por primera vez a tus libros? ¿Hay alguno que, a tu juicio, resuma tu poética personal como cuentista y narrador con un efecto más claro?

Yo tengo especial cariño por «La fiesta más divertida» (título que sopesé para el libro que finalmente se llamó La marca de Creta), pero es una predilección que no sabría justificar. Cuando me toca recitar en público, suelo terminar con la lectura de «Maternidad». En los dos casos, son historias de chicos jóvenes que buscan su lugar en el mundo. Quizá esa sea mi poética, la de alguien que todavía no se ha detenido en ningún sitio.

En cuanto al proceso creativo, ¿cómo te planteas el camino desde la idea inicial al texto definitivo? ¿Cómo surgen tus textos? ¿Planificas todo con antelación, corriges a partir de un torrente inicial o cada relato te pide una estrategia distinta (ninguna, incluso)?

En el caso de los relatos, los suelo escribir deprisa, con mucha seguridad, con todo el plan en la cabeza. Más que la perfección formal, en ese primer momento me interesa abocetar rápidamente toda la historia y dejar bien definidas sus líneas maestras. Posteriormente voy perfilando los detalles y rellenando los huecos. Mi mayor interés está siempre en no perder el tono que quiero imprimir a cada relato.

Aparte de las diferencias formales en cada caso y partiendo de la base de que eres, sin mayores rodeos, un narrador nato, ¿cómo sabes cuándo una idea, una imagen o una frase te llevarán a escribir un cuento y no una novela?

Tienes razón, yo no doy mucha importancia a la longitud de mis historias y, más que cuentista o novelista, me siento narrador, sin más. Sé que tengo una novela en la cabeza cuando no sólo pienso en los personajes sino, sobre todo, en el efecto del paso del tiempo sobre ellos, cómo evolucionan sus pensamientos, convicciones o sentimientos. En mis cuentos, por el contrario, apenas corre: todo se detiene, se estanca. Lo que me interesan entonces son las atmósferas, conseguir un efecto concreto, plasmar una sensación única.

La unidad en un libro de cuentos, creo, debiera partir de la propia escritura, de la voz del autor, aunque variara de registro en cada relato. Sin embargo, reconoces que tus dos libros de cuentos son más bien compilaciones posteriores y no nacieron de una idea unitaria previa, aunque los personajes jóvenes abunden en Pampanitos verdes, por ejemplo. ¿Qué piensas de este asunto? ¿Le pides como lector a un libro de cuentos un hilo conductor o admites cierta (aparente o no) anarquía?

Yo no concibo mis cuentos como un tema con variaciones o como los movimientos de una sinfonía. Me parece bien que otros autores lo hagan así (siento una admiración sin límites por libros como Intemperie de Care Santos, Submáquina de Esther García Llovet o Ropa tendida de Eva Puyó), pero yo no sé hacerlo. Cada uno de mis relatos ha nacido por separado y me gusta pensar que merece del lector una atención individual, solitaria, como si fuera la única obra de arte de un museo. Cuando decidí ordenar los cuentos para publicar La marca de Creta y Pampanitos verdes descubrí que había ciertas afinidades entre las distintas historias, que ciertos relatos (sin que yo me lo hubiera propuesto) vibraban juntos. En cierto modo, me vi en la situación de un pintor al que le ofrecen exponer en una sala y ha de juzgar cada obra no sólo por lo que es en sí misma, sino en relación con las que van a acompañarla. Así escogí los cuentos de cada ciclo, los ordené siguiendo mi instinto y barajé distintos títulos (en el caso de Pampanitos verdes pensé al principio en llamarlo El chico de las flores). Ya no puedo imaginar ninguno de estos dos libros con otros relatos distintos de los que los conforman, ni en otro orden, ni con otro título, pero el que sean así es, en buena medida, resultado de la intuición y del azar.

¿Qué te interesa o te llega más de un cuento, la emoción provocada, la idea contenida o la perfección formal? ¿Cuál de ellas te parece más importante en un buen cuento?

Un buen cuento es aquel en el que no se notan ni las intenciones ni la técnica del autor. Una idea potente puede verse arruinada por un tratamiento torpe y no hay nada más triste que un estilista virtuoso contando naderías. Lo que me interesa en mis cuentos es que nadie los pueda concebir escritos de otra manera, que sean la expresión más perfecta posible de mis intenciones.

Escribir cuentos requiere un especial trabajo de precisión y renuncia. Por razones parecidas, leer un buen cuento demanda una predisposición a lo que de tarea tiene la lectura. ¿Crees que el lector de cuentos es, en general, un lector más exigente? ¿Viene de ahí tal vez que el cuento, todavía hoy, parezca asunto de minorías inquietas?

No estoy seguro. A mí no me cuesta ningún esfuerzo leer cuentos (buenos cuentos, se entiende, porque los malos son peor que una tortura china). Creo que la preferencia por los cuentos antes que por las novelas tiene más que ver con el temperamento de cada persona que con su competencia lectora o con su exquisitez.

En una reciente charla en la Universidad de Barcelona hablabas de tu descubrimiento más o menos tardío del cuento gracias a autores como Kipling y luego con la gran escuela latinoamericana y los maestros rusos. ¿Qué referencias e influencias literarias de otros autores de relato breve te gustaría que hubieran calado en tus cuentos?

Me gustaría tener el encanto de Kipling, la imaginación de Gómez de la Serna, el humor de Jorge Ibargüengoitia, la naturalidad de… (llevo un rato dudando entre Pushkin, Chéjov y Leskov), la sensualidad de Sandro Penna y (para no hacer interminable la lista) algo que no sé definir muy bien pero que yo encontré en Cesare Pavese: un tono moral, una dignidad, una ética melancólica que a mí me resultó irresistiblemente atractiva.

Al inicio de este ciclo le preguntaba a Medardo Fraile por una especie de salto generacional en el cuento español, una zona de penumbra en la que, salvo excepciones, los veteranos y los más jóvenes no comparten referencias ni se leen demasiado entre sí. De repente, un autor de 2011 reconoce no haber leído nunca a Ignacio Aldecoa o a Max Aub, por ejemplo, pero sí haberse nutrido del cómic y las series de televisión. ¿Crees que hay en nuestro país un espacio literario en blanco entre tu generación (si es que podemos aceptarla como tal, a la vista de la diversidad literaria actual) y las anteriores?

Es posible, aunque tengo la impresión de que no es un problema intergeneracional. Cada uno de nosotros forma su bagaje de lecturas en solitario y tiene referentes distintos (las únicas lecturas realmente comunes son las que se hacen en la escuela y el instituto, o sea, poquísimas). Yo creo firmemente que el instinto nos lleva hacia los libros que necesitamos conocer. Manuel Puig se preciaba de no leer apenas literatura y de nutrir su imaginación sólo con el cine, las canciones de la radio, biografías y cosas así, y escribió una novela tan maravillosa como Boquitas pintadas. Un escritor de genio se alimenta de todo lo que encuentra.

¿Qué autores de relatos (españoles, latinoamericanos o de cualquier otro lado) te parecen más destacables en los últimos años? ¿Qué libros de cuentos más o menos recientes te han dado mayores alegrías como lector?

Hay muchos autores que aprecio y que leo con gusto e interés, pero me voy a ceñir a libros donde hay un cuento que me ha tocado el corazón (ni siquiera valoro los libros en su conjunto). Haré listas breves para que sean significativas (cinco autores extranjeros y diez españoles).

Wells Tower, Todo arrasado, todo quemado, traducción de Ismael Attrache (Seix Barral, 2010).

Alice Munro, El progreso del amor, traducción de Flora Casas (RBA, 2009).

Olivier Adam, Pasar el invierno, traducción de Irene Antón (Errata Naturae, 2008).

Ian McEwan, En las nubes, traducción de Juan Gabriel López Guix (Anagrama, 2007).

Charles Baxter, Viaje de invierno, traducción de Jaime Zulaika (RBA, 2003).

La selección nacional:

Jon Bilbao, Como una historia de terror; Bajo el influjo del cometa (Salto de Página, 2008 y 2010).

Javier Sáez de Ibarra, Mirar al agua (Páginas de Espuma, 2009).

Andrés Ibáñez, El perfume del cardamomo (Impedimenta, 2008).

Carlos Castán, Sólo de lo perdido (Destino, 2008).

José Manuel Martín Peña, Zeppelin (Pre-Textos, 2007).

Elvira Navarro, La ciudad en invierno (Caballo de Troya, 2007).

Fernando Aramburu, Los peces de la amargura (Tusquets, 2006).

Cristina Grande, La novia parapente (Xordica, 2006).

Eloy Tizón, Parpadeos (Anagrama, 2006).

Alberto Luque Cortina, La senda de nieve oculta (CELYA, 2005).

¿Qué obsesiones personales crees que has convertido en literatura más a menudo?

Creo que muchos de mis cuentos ilustran lo que podríamos llamar «el síndrome de Mowgli», esto es, la conciencia súbita de ser diferente a los que te rodean, la incapacidad de asimilarte a la sociedad circundante. Me interesan mucho los momentos de transición de nuestra vida, el proceso de autoconocimiento, la conformación de nuestra personalidad, la incomunicación, la sexualidad… En fin, lo que obsesiona a todo el mundo.

Próximamente el director Antonio Giménez-Rico presentará la adaptación cinematográfica de tu novela Inquietud en el Paraíso (2005). Eres, además, un gran aficionado a la música clásica, a la ópera y al teatro. Muchos de tus relatos tienen carta de naturaleza para la escena y una visibilidad espontánea, como verdaderas galerías fotográficas, una disciplina a la que tampoco eres ajeno. Háblanos un poco de cómo ves esa relación entre tu narrativa y las artes relacionadas con la imagen.

Mi primera vocación no fue la literatura sino el dibujo. Hay un aforismo de Vicente Núñez que, pese a su enunciado aparentemente absurdo, creo que encierra una gran verdad: «Dime cómo dibujas y te diré cómo escribes» (Sofismas, Visor, 2010). A mí, como escritor, me ha ayudado mucho estar habituado a observar la realidad con ojos de dibujante, el tener la costumbre de tomar apuntes rápidos, de disponer los elementos en una hoja en blanco y calcular las proporciones de las figuras. De alguna manera he traspasado estos saberes plásticos a mi técnica literaria. Es frecuente que en vez de tomar anotaciones, haga dibujos: me resultan más evocadores para fijar los recuerdos.

¿Tienes algún proyecto literario concreto en este momento?

¡Siempre! Ya el mero hecho de vivir y abrir los ojos todos las mañanas me parece un proyecto bastante literario. Aparte de eso, está fermentando en mi cabeza una novela.

A menudo a uno, como lector, le basta que una narración, ya sea cuento o novela, además (o incluso aparte) de cualquier belleza formal, le comunique vida, le diga verdad. ¿Qué verdad de la vida te han revelado hasta ahora tus libros?

Estoy convencido de que las obras de arte nos transmiten «verdades» sobre la realidad y sobre nosotros mismos que nos enriquecen de mil maneras, pero esas iluminaciones, aunque son percibidas y sentidas con absoluta evidencia, rara vez se pueden formular en una frase que las explique plenamente. Esta es justamente la forma en que nos habla la música, pero esa cualidad también se da en otras formas artísticas. Me gustaría pensar que mis cuentos también revelan estas verdades hondas, pero informulables (Platón habla de ellas en El banquete).

Sergi Bellver
sergibellver.blogspot.com

Foto © Asís G. Ayerbe

El cuento de Óscar Esquivias

“Temblad, filisteos” pertenece al libro Chéjov comentado
(Nevsky Prospects, 2010).

Lee “Temblad, filisteos” clicando aquí

Sergi Bellver

Sergi Bellver (Barcelona, 1971) es escritor, editor y crítico literario. Responsable de la edición y el prólogo de «Chéjov comentado» (Nevsky Prospects, 2010) y autor en «La banda de los corazones sucios. Antología del cuento villano» (El Cuervo/Baladí, 2010; ed. de Salvador Luis). Profesor de Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès y Escuela de Escritores de Madrid, donde ha colaborado con la Cadena SER. Publica artículos y reseñas en las revistas Tiempo, BCN Week y Standdart, en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, y en los medios digitales Culturamas, Revista Kafka y La tormenta en un vaso.

2 Comentarios

  1. No recuerdo cómo se llamaba tu relato del canario en la mili, pero sí que era de antología.
    Un abrazo de Bagheera.

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