José Manuel De la Huerga | Foto: Eduardo Margareto

De la Huerga, dos juegos literarios

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Decía Nietzsche que la madurez significa haber recuperado aquella seriedad que de niños teníamos al jugar. Este es el espíritu que preside la escritura de las dos novelas cortas –Ultramarinos El Pez de Oro y Naipe de señoritas-, que integran este libro, SolitarioS, del escritor leonés José Manuel de la Huerga. Desde el mismo título, que además de cobijar un semipalíndromo advierte sobre su plurisemia –sus personajes solitarios emprenden cada día mediante los naipes y sus solitarios el juego metafórico de la vida y de sus sueños-; pasando por la estupenda alzada de sus principales personajes, mezcla de habitantes de cuentos de hadas y tiernos señuelos para artistas románticos, los distintos guiños culturales que tienen a los heterónimos de Pessoa y el arte pictórico posmoderno como ejes, y terminando con sus finales luminosos, de esos que rastrean y culminan el insospechado devenir felizmente cumplido; todo, en estos dos largos cuentos habla de un mundo paralelo a este real, como los juegos de los niños, pero que mantiene sus principales estructuras intactas. De hecho, ambas nouvelles se desarrollan en los últimos años de la Transición y comparten en ocasiones el mismo espacio, una pequeña ciudad, Barrio de Piedra, de su propia invención, pero que guarda semejanzas inequívocas con cualquiera otra española y de provincias, y que el autor documenta e imagina a partes iguales para crear esa atmósfera entre casposa y triste que la define. Pero la apuesta lúdica de José Manuel de la Huerga, escritor avisado con una amplia y reconocida obra a sus espaldas entre la que destacan su cuarta novela, merecedora del Premio Miguel Delibes de Narrativa, Apuntes de medicina interna, y Leipzig sobre Leipzig, Premio Fray Luis de León de Creación Literaria, va mucho más allá: se permite esa libertad, que pedimos a los auténticos creadores, del todo necesaria para romper algunas convenciones con rigor y calidad y alzar un nuevo mundo.

Menoscuarto Ediciones
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Dos nuevos mundos, para ser más exactos, con los juegos de cartas como columna vertebral de ambos relatos, y que no son solo simbólicos sino visuales, pues el libro viene ilustrado con los distintos símbolos cartománticos que los representan. El mundo de Ultramarinos El Pez de Oro despliega un mapa de emociones esenciales entre una madre y su hijo sordomudo de siete años, capaces de comunicarse de manera extrasensorial o, mejor dicho, supersensorial, pues lo hacen a través del propio tacto. Se leen los pensamientos y las emociones y recurren al sonido de la lengua portuguesa –“Lo que curaba era el sonido, la palabra misteriosa”- para hallar la curación. Pero tal prodigio queda desembarazado hábilmente de las convenciones de los cuentos maravillosos, que suelen recurrir a los términos mágicos o sobrenaturales que justifiquen su irrealidad, para hablar de un prodigio directamente relacionado con las potencialidades ocultas del ser humano. Quiero decir con esto que no hay universo mágico, sino tierna inventiva, que, en acuerdo con la filosofía y la ciencia contemporáneas, y frente al positivismo decimonónico, se adhiere a un sentido inestable de la realidad y desecha sus parámetros preestablecidos. De acuerdo con estos nuevos códigos, madre e hijo viven con total naturalidad la inexplicable fuerza que les une, y que les permite hacer una lectura inusitadamente honda y certera de las claves emocionales de una obra pictórica que se define en términos más que posmodernos, en uno de los capítulos de este cuento más potentes y sugerentes.

Hay en este relato una doble o quizá triple historia de amor, en todos los sentidos que podamos imaginar: entre madre e hijo, entre hombre y mujer, y de amistad entre dos mujeres. Por no hablar del amor hacia una ciudad, Lisboa, que recorremos llevados de la mano amorosa de su narrador. Y un tercer coprotagonista que en determinados momentos casi arrebata a Berta y Cachelo, madre e hijo, su protagonismo: la joven pintora Mada, personaje de gran interés por su redondo dibujo psicológico.

En cuanto a Naipe de señoritas, también destaca el afinado y humorístico diseño de su extravagante personaje principal, Félix, emblema de todos esos seres melancólicos, fracasados y soñadores, pero a menudo disparatados, que desconocen dónde se encuentra la clave de la aceptación social. Como esos seres que viven en un mundo propio, con tangenciales y siempre desengañadas relaciones con el mundo real, Félix redime a través de una baraja de cartas eróticas todas sus insatisfacciones amorosas. Sin embargo, y aun a pesar de todas las pistas en contra que a lo largo de la narración se nos dan, alcanzará al final la especie de felicidad más cercana que se les suelen conceder a los hombres: el amor de una familia. En esto sí que se atiene a las convenciones de los finales de los cuentos maravillosos, qué le vamos a hacer. José Manuel de la Huerga fuerza este final que adquiere en el contexto del libro SolitarioS valor de símbolo: el azar, contra las expectativas, manda.

No puedo acabar sin mencionar, aunque sea por encima, la escritura de José Manuel de la Huerga en estas dos nouvelles. De la primera quiero destacar el entrenamiento severo del ritmo de la prosa de los cuentos, que no llega a ser oral, aunque a veces lo parezca, debido a su dominio del lenguaje creativo y poético y a sus contenidas alusiones líricas: “Había un castillo para algún caballero, había iglesias y casas que resbalaban hasta el río de los peces de plata”, o: “Berta y Cachelo habían sido los únicos que con mirada limpia se habían adentrado en la casa de su alma”. El fraseo impelido por sus oraciones breves, a menudo de sujeto y predicado, puede llegar a cansar en algunas ocasiones, y vira hacia un ritmo más ameno y rico en la segunda novela. Pero en ambas destaca su lenguaje impoluto, de una limpidez que fluye como las aguas de un río cristalino.

Muchas veces hablo de la ternura. De que es un concepto injustamente vilipendiado y al que ha sido a menudo ajena la alta literatura. En las dos novelas la hay, medida y honrada por una voz que la merece. En el niño sordomudo Cachelo y en su madre, pero también en el resto de los personajes de la primera novela; y en Félix, a raudales, en la segunda. Aunque solo fuera por esto, merecería la pena no olvidar ambas novelas. Pero además se ve en ellas la inteligencia creadora de su autor: ha ideado un juego narrativo de juegos, donde la literatura y el arte están a su modo presentes de la mano de Pessoa, de Italo Calvino o de Paul Klee. Dos relatos de ensueño para lectores que conserven aún alma de niños.

 Yolanda Izard Anaya, (Béjar, 1959), escritora y crítica literaria. Ha publicado las novelas La mirada atenta (Premio Carolina Coronado) y Paisajes para evitar la noche (Premio Cáceres de Novela Corta), además de tres poemarios y una Selección de Poemas en la Transición. En Twitter: @yolandaizard

Yolanda Izard

Yolanda Izard Anaya, (Béjar, 1959), escritora y crítica literaria. Ha publicado las novelas 'La mirada atenta' y 'Paisajes para evitar la noche', además de tres poemarios y una Selección de Poemas en la Transición. Colaboradora habitual del suplemento cultural de 'El Norte de Castilla', y de las revistas digitales 'Sigueleyendo', 'Granite&Rainbow' y 'Subverso'.

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