Descerrajar un beso: “Un beso”, de Ivan Cotroneo

Un beso. Ivan Cotroneo
Traducción de Raquel Marqués
Libros del Silencio (Barcelona, 2011)

Quizá la solución (al menos en el aspecto cultural) a los problemas de nuestro país pueda empezar a vislumbrarse cuando nos fijemos en crisis más cercanas (hablo de proximidad geográfica y humana) a las nuestras, en lugar de admirar con nuestro modo enfermizo los desvaríos de las grandes potestades. Miremos por ejemplo a Portugal: la obstinación literaria por la vida y una obsesión vital por el valor de la literatura en nuestro mundo que hay en los libros de José Luís Peixoto. O si nos resulta demasiado desconocido nuestro país colindante, o bien muy antinatural esa búsqueda de puentes entre narrativa y situación actual, podemos enfocar hacia Italia: en medio de la vergüenza por una clase política tan nefasta como la nuestra, pueden surgir voces a contracorriente que enfocan sin pudor ni medias tintas problemas como la corrupción y su relación con el poder o la evolución de la mafia (léase Gomorra, de Saviano), la puesta en duda de la propia historia, la religión y el arte nacional (léase a Carlo Lucarelli, Massimo Carlotto y Roberto Calasso respectivamente), o el tema siempre incómodo de la violencia y la homofobia en el caso de Un beso, escrita por el traductor al italiano de Kureishi y encargado de adaptar para el teatro los libros de Bret Easton Ellis, teniendo tiempo también para encapsular el dulce ácido de Kriptonita en el bolso (Libros del Silencio, 2010) y sus artículos para Rolling Stone.

Ivan Cotroneo (foto: Fabio Lovino / Contrasto - Libros del Silencio)

Como una alumna aventajada de Sin Sangre (Anagrama, 2003), reflexión sobre el hambre de venganza que escribió Alessandro Baricco, la novela de Ivan Cotroneo expone sin trampas y con toda la sensibilidad posible una dolorosa historia sobre cómo un simple beso basta para desencadenar una profunda conmoción en una ciudad de provincias tan acostumbrada a la violencia que, como el mismo personaje que empuña la pistola en el libro, es incapaz de reaccionar frente al amor. Se inspira para ello en un suceso ocurrido en 2008, en que un estudiante californiano llamado Larry King fue asesinado por un compañero de clase de un tiro en la cabeza. Lo que convirtió al homicidio en un crimen distinto a los perpetrados en las aulas norteamericanas fue que King había tratado de conquistar al chico que le asesinó.

Pero este libro es bastante más que un panfleto de denuncia por un caso de homofobia. Cotroneo intenta ir al germen verdadero del problema, que reside en la violencia como forma de vida. El beso invisible aquí, apartado de nuestra lectura, nos muestra con honestidad que nuestros actos nunca son inocentes, que son como las caricias frustradas, o las falsas acusaciones infantiles sobre una pizarra, limpias pero cuyas consecuencias a menudo ignoramos:

“A mí Lorenzo siempre me ha fastidiado, por eso no lo entiendo. La manera en que me miraba de lejos y el hecho de que cuando me giraba siempre estaba ahí. Me dejó flores y poemas dentro de los libros. También me lo encontré en el baño, lo empujé y salí a toda prisa, antes de que nadie me viera, aunque luego vete a saber lo que pueden pensar. Una vez me siguió por la avenida, iba detrás de mí por la calle, y yo me decía: «Si alguien lo ve, ¿qué va a pensar de él? ¿Y qué va a pensar de mí?». Creo que alguna vez me llamó por teléfono y colgó. Me daban dolor de cabeza esas cosas que hacía, que parase ya. No quería que estuviera en clase conmigo y rezaba para que se marchara de la escuela y del pueblo, rezaba para que se muriera, y por las mañanas no quería ir al colegio porque no quería verlo. Por eso no entiendo qué pasa, y puede que nunca llegue a entenderlo”.

Antonio lo explica así, y es cierto que hay pocas maneras de explicarlo mejor que con los sentimientos enfrentados. Porque eso es el miedo y el fondo de lo que nos preocupa de lo cotidiano. Esa falta de coraje es la que ve Elena, la profesora de Antonio y Lorenzo, cuando reflexiona sobre sus alumnos:

“Estos chicos son infelices, son demasiado infelices. Llevan al colegio todo el peso de sus vidas, de la familia que no les comprende, de sus casas de pueblo; llevan ya en su mochila el trabajo que no encontrarán, las chicas que no les sonríen y los enamorados que no saben hablar con ellos, la moto nueva, el coche, la camiseta de marca, todo lo que no tienen ni tendrán nunca; llevan dentro de sí la desesperación, las ganas de huir de este sitio y la conciencia de que nunca lo conseguirán, de que si todo va bien los cogerán en la fábrica, como a su padre y a sus hermanos mayores, o bien acabarán trabajando en verano en los hoteles de la playa”.

Y le gustaría acabar esa conclusión con la pregunta: ¿Qué podemos hacer nosotros por ellos si ni siquiera sabemos ayudarnos a nosotros mismos? Sin embargo, como ocurre en el mundo que no es literario, donde la palabra mata, ese pensamiento de enfrentar el odio con amor suele quedarse en contemplación, la de la nieve en una estación que la espera sin éxito frente a la ventana de Lorenzo, de una fuerza poética extrema:

“Todos pensaban que era raro que aquel invierno no nevase más. Era el primer mes de diciembre sin nieve después de no sé cuánto tiempo. Los viejos decían que el mundo se había vuelto loco. Mis compañeros de clase esperaban la nieve para no ir al colegio. Michele y Maria se habían pasado más de un mes explicándome cómo se complicaban las cosas cuando nevaba: no se podía salir y había que quedarse encerrado en casa, los autobuses no pasaban y la avenida se cortaba, las flores de las plantas se volvían de cristal y se rompían entre los dedos, había que comer de las provisiones y a veces llegaba a saltar la luz, hasta nos podíamos despedir de la televisión. Parecía la desgracia más grande del mundo. Y sin embargo, cuando ya no nevó más, a Maria se la veía disgustada. Decía: «Este invierno no nieva», y los ojos se le ponían oscuros, oscuros, como diciendo «Este invierno no vale para nada. ¿Para qué ha venido este invierno?»”.

Daniel Jándula
www.nedham.blogspot.com

Daniel Jándula

aniel Jándula (Málaga, 1980) es autor de “El Reo” y la obra conjunta, “Pistolas al amanecer” (ambas en Ediciones Noufront, 2009). Colabora con Ruta 66 y Calidoscopio. Traduce bestsellers y manuales que ayudan a mejorar nuestras técnicas de venta, además de corregir y volcar al castellano libros de todos los temas que puedan imaginarse.

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