El movimiento de la luz: «Tras la luz», de José Ignacio Montoto

“Salvo la luz no hay nada”, escribió en un poema Ángel Campos Pámpano. Recuperé ese verso poco después de tener el libro de José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979) entre las manos. En ambos, en el poeta pacense y en el cordobés, la luz y su forma de proyectarse constituyen la piedra angular de su poesía. Sin embargo, en Montoto hay una vuelta de tuerca más: no se trata sólo de la luz, sino del movimiento que genera y las consecuencias que provoca su circulación. Detrás de esa luz de Pámpano había ausencia. Tras la luz, en visión de José Ignacio, hay desplazamiento. Una forma de temblor que incide directamente en quien la observa.

Sabemos, puede parecer una obviedad, que un libro no comienza en su primer verso. Comienza en su título, que nos anticipa el espacio, temático o geográfico. Y comienza por sus citas iniciales, en las que el autor nos avanza el tono empleado. En este caso, Montoto trae de vuelta un poema de Cernuda, que concluye con el verso “Un muro frente al cual estoy solo”. No añadamos más, de momento. Quedémonos con esa actitud. A continuación, da inicio la primera parte, enmarcada bajo el título “Refracción”. Todas las secciones de Tras la luz tienen un término que el autor previamente explica, a partir de una definición, digamos, enciclopédica. En este caso, nos señala que la refracción “es el cambio brusco de dirección que sufre la luz al cambiar de medio”. No obstante, esas explicaciones previas encierran algo más. No se detienen en su aparente precisión o exactitud científica. Tras la luz, nuevamente, hay un componente fieramente humano. Hagamos la prueba: cambiemos la palabra “luz” por los términos “individuo”, “persona” o “ser humano”. Si esa refracción es un cambio de dirección, también los seres que aparecen en esa parte sufren un cambio de dirección. Esto mismo sucede en las restantes secciones del libro: “Propagación”, “Interferencia” y “Reflexión”. Volvamos a  la primera parte, concretamente a su primer poema: nos encontramos con alguien en un rincón, al margen. Le rodean peluches ciegos, velas derretidas o un yo-yo sin cuerda. Un retrato del subsuelo del que intenta huir dando un portazo. Ahí está el cambio de dirección. Como la refracción de la luz. A partir de aquí, los poemas ocuparán un espacio casi irreal, imperceptible, un mundo representado, un espejismo o simulacro en el que la luz no es, como dijimos, testigo o invitado pasivo, sino todo lo contrario: es algo o alguien que guía e incluso determina lo que envuelve. Un universo que está en el “umbral de lo posible”, inmaterial o inaprensible, como el agua, la luz o el frustrante ejercicio, en definitiva, de escribir en el aire una parábola o dibujar nubes mientras se disipan. Lo vemos claramente (lo que no deja de ser una paradoja en este caso) en la segunda parte, “Propagación”, cuando en la explicación previa recurre al fenómeno de la difracción, “el responsable de que al mirar a través de un agujero muy pequeño todo se vea distorsionado”. Lo interesante, más allá del lugar o de la acción, es el tiempo en el que suceden estos poemas, esos pocos segundos que encierran, en su aparente insignificancia, una explosión capaz de hacer estallar para siempre todo lo que rodea al sujeto poético. Lo importante reside en un lapso, en una contracción o un parpadeo. En un fulgor interno, como las caricias. Se busca ante todo ese gesto concreto, capaz de resumir o encerrar toda la energía del universo. “Vivimos todo pero contamos sus fragmentos”, escribió en una ocasión Sergio Gaspar. “no digas frío/ es un temblor”, escribe Montoto. No es lo general, sino lo particularmente intenso. Un impacto que “rompe orificios/ multiplica cuerpos/ y destruye un entorno”. Un movimiento hacia afuera cuando se detona. O, por emplear una de las imágenes del libro, una bombilla que revienta. Esa detonación que abre una grieta y nos empuja al abismo. Particularmente significativos son estos dos versos: “sin los huecos no hay saturación/ ni equilibro tampoco”. Dos versos, por cierto, que podrían funcionar como una poética.

José Ignacio Montoto (foto: La Garúa Libros)
José Ignacio Montoto (foto: La Garúa Libros)

Una geografía del subsuelo que sucede en poco tiempo, se fracciona, se multiplica o distorsiona por el efecto de la luz, de la mirada. Ante ese escenario Montoto recurre al lector, le insta a que le explique lo que acontece frente a él. Le pide una interpretación. Para ello, le proporciona estupendas metáforas y personificaciones, los dos recursos que más abundan en este libro. Y algo más: le pregunta “qué será de todo esto”, qué será de lo que nadie ve y, sin embargo, sucede. Lo hace en minúsculas, sin puntuación, a renglón seguido, como un todo sin interrupción dicho en voz baja. ¿Qué ocurre realmente cuando en apariencia no ha ocurrido nada? ¿Qué será de nosotros, que “apenas somos/ apenas fuimos/ un haz de luz centrifugada”? Como César Simón, no sabremos nunca “en qué lugar del tiempo y del espacio,/ de la realidad y el sueño sucede nuestra vida”.

Terminaremos con los dos versos que cierran el libro: “su sombra es un atisbo/ de luz”. ¿Qué otra cosa, sino esa, es el ser humano? Tras la luz nos enseña dónde reside, a veces, lo verdaderamente importante. Aunque no sea del todo real y nunca logremos sujetarlo. La esencia de la vida reside ahí, en lo que no podemos tocar y, sin embargo, posee más presencia que algo tangible. Sólo nos basta con saber que existe. Como la luz. O como la poesía.

 

Álex Chico

Álex Chico (Plasencia, 1980). Es profesor y director de la revista cultural 'Quimera'. Ha publicado novelas de ensayo ficción, poemarios y cuadernos de notas. 'Los cuerpos partidos' es su última novela.

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