«José García»: mientras más cerca de las palabras, más lejos de lo que dicen

José García. Jordi Corominas
Ediciones Barataria (Barcelona, 2012)

El mundo parecía seguir su curso habitual, del mismo modo que, incluso en los casos extremos en los que todo está en juego, se sigue viviendo como si no pasara nada.

Enrique Vila-Matas

Mark Rothko se suicidó cortándose la parte interna de los brazos a la altura de los codos. Con una hoja de afeitar de doble filo.

Antes plegó un pañuelo de papel sobre uno de los filos para no cortarse los dedos.

David Markson

Finalmente me decidí por estas dos citas, la primera extraída de Los exploradores del abismo de Enrique Vila-Matas y la otra de La soledad del lector de David Markson, para encabezar estas líneas. Mi propósito: sumergirme en José García, la novela polifónica de Jordi Corominas. Antes he dudado sobre mi elección, puesto que la lectura de esta novela me ha remitido  una y otra vez a pasajes literarios de diversos escritores.

Este deslizamiento mental no se debe a que encuentre similitud entre estos y la escritura de Jordi Corominas, tan peculiar. Son los temas que subyacen bajo lo que se narra en esta novela y el procedimiento literario de Jordi Corominas los que me arrastraron hacia otros escritores. Ya se sabe que cada lector digiere los libros a su manera. En este sentido,  la lectura no deja de ser sospechosa.

A una novela como José García creo que la definiría muy bien otra cita de David Markson en La soledad del lector:

Matisse, consultado sobre la piel verde:

No estoy pintando una mujer. Estoy pintando un cuadro.

Es el mismo proceder de Jordi Corominas en este libro, autor cuya escritura no se emparenta con la literatura que se limita a reproducir el mundo de lo real o, en palabras de Vila-Matas,  a “duplicar la realidad empobreciéndola”. De ahí que su narrativa se mueva en el plano de lo multidimensional mediante un repertorio de voces que se afirman y se desdicen.

Su juego literario parece agarrar por los pelos los signos para volverlos símbolos. De este modo, lo que se narra permite ser leído también en lo que no se indica, en lo que se omite y en lo otro que, mientras tanto, se dice. Incluso las palabras, parece querer manifestar Jordi Corominas, dejan de ser inocentes cuando se pronuncian. Una sola cita al respecto alumbra en José García el carácter polisémico de los vocablos. La escena transcurre en Roma y el protagonista de esta historia vaga por las calles en busca del Ponte Sisto desde el cual arrojarse y acabar con su vida. El puente dejaría de tener sentido si él no alcanzara a transitar un trecho de su superficie para lograr su objetivo. ¿Qué es, al fin y al cabo, un puente? Es lo que tan bien definió Julio Cortázar en El libro de Manuel cuando escribió:

Un puente (…) no es verdaderamente puente mientras los hombres no lo crucen. Un puente es un hombre cruzando un puente.

Pero en la visión de Jordi Corominas el significado de puente se expande en distintas direcciones, alejándose de un sentido unívoco. Escribe en la voz del protagonista:

Quería terminar con mi respiración desde el Ponte Sisto, el más precioso de los puentes romanos. Puente. Del latín pons, pontis. Construcción de piedra, ladrillo, madera, hierro, hormigón, etc., que se construye y forma sobre los ríos, fosos y otros sitios, para poder pasarlos. Suelo que se hace poniendo tablas sobre barcas, odres u otros cuerpos flotantes, para pasar un río. Tablilla colocada perpendicularmente en la tapa de los instrumentos de arco, para mantener levantadas las cuerdas. Pieza de los instrumentos de cuerda que en la parte inferior de la tapa sujeta las cuerdas. Pieza metálica, generalmente de oro, que usan los dentistas para sujetar en los dientes naturales los artificiales. Días o serie de días que entre dos festivos o sumándose a uno festivo se aprovechan para vacación. Conexión con la que se establece la continuidad de un circuito eléctrico interrumpido. Ejercicio gimnástico consistente en arquear el cuerpo hacia atrás de modo que descanse sobre manos y pies.  Pieza central de la montura de las gafas que une los dos cristales. Curva o arco de la parte interior de la planta del pie (…).

Y prosigue con un número considerable de acepciones de puente. Tal vez una ironía más entre otras muchas encerradas en esta novela en la que el sarcasmo es uno de sus distintivos. En este caso, ironía que se revela en el modo en que se desplaza el protagonista por la ciudad, demorándose, durante el camino hacia el suicidio, en tabernas y otros lugares donde se impone la vida.

Entre tanto pensamiento de suicidio, refulge un zumo de naranja que ingiere el protagonista. Parece que este se preparara antes para hacer el puente (“ejercicio gimnástico consistente en arquear el cuerpo hacia atrás de modo que descanse sobre manos y pies”) que para lanzarse desde el Ponte Sisto. Es un botón de muestra de la manera de discurrir de Jordi Corominas en José García, libro en el que no solo está presente la ironía, sino también el sentido de la extrañeza. Extrañeza contenida en la normalidad, de acuerdo a una de las normas que plantea uno de los exploradores del abismo en el libro de Vila-Matas que lleva este título:

No olvidar jamás que era extraño todo lo familiar y cotidiano y, en cambio, lo excepcional siempre tenía que parecerle algo que era perfectamente normal.

En José García, abundante en referencias artísticas y literarias, y narrada en un estilo vertiginoso, culto y fluido, la mejor literatura reconcilia al lector con lo cotidiano y lo íntimo. En lo más banal del instante se descubre lo sagrado, posible cuando la interioridad se vierte en el mundo y se mezcla con eso que Claudio Magris denomina en El infinito viajar “la promiscuidad de lo real”.

Las interioridades en la novela de Corominas derraman sus pensamientos en las páginas tal y como se suceden, sin mediatizaciones de una lógica preestablecida. A través de lo fragmentario, pero a la vez en una compleja estructura narrativa en la que cada relato mantiene algún punto de conexión con los otros, el escritor se permite cambiar abruptamente con éxito de registro. De este modo, José García parece entenderse como un continuo preludio de sucesos o vivencias que están por venir. Y cuando llegan, si se da la ocasión, el escritor se permite el lujo, porque sabe hacerlo, de retroceder en la narración para relatar otras versiones y desenlaces posibles. Ocurre en la historia de Manolo López, individuo que se ha rebautizado con este nuevo nombre por estar harto de llamarse José García, como todos nosotros. Se propone cometer un crimen homófobo contra Jaime, un frutero homosexual, y el narrador expondrá varias opciones en distintos escenarios y con diferentes desenlaces.

También el narrador (¿o el autor?) logra reflexionar desde dentro de la novela, inmiscuyéndose en ella, sobre su estructura. Sucede con la inexplicable irrupción de Aurelio en la narración, el cual se convierte en colaborador del asesinato que idea Manolo López. Se pregunta el narrador en el libro:

¿Qué pinta Aurelio en la trama?

Y poco más adelante escribe Jordi Corominas con cierta ironía:

La inclusión de Aurelio en calidad de partícipe supone el desbarajusto de lo narrado. La anécdota adquiere significado mayúsculo y confirma las peores sospechas sobre la áurea desesperación de Manolo López y la inabarcable soledad de Jaime. El desenlace volverá a unir las tres piezas, si bien cabe considerar la multiplicidad como solución al conflicto planteado.

En una de las páginas anteriores se lee una idea parecida en un fragmento cerrado, en esta ocasión referido a la búsqueda de un segundo personaje que el narrador introduce en la historia de Jaime:

Sin Manolo López el relato estaría condenado. La introducción de un segundo personaje confiere a la trama la intriga de un futuro desenlace al rico contorno borroso. No solemos tener interés por fruteros homosexuales, es más, los vemos sin adjetivos. Son fruteros, nos dan la mercancía y adiós muy buenas.

Es este el tipo de ironía que recorre la novela “acabadamente inacabada” de Jordi Corominas.  El último relato de José García termina también en un tono irónico. Debido a circunstancias del entorno social, el protagonista padece un trastorno que le impide hablar. Finalmente se propone matarse, después de batallar por recobrar su voz junto a la mujer que le ha amado y se ha suicidado por amor. Sometido anteriormente por su familia a un tratamiento meramente sintomático consistente en hacer gárgaras, termina recuperando su voz y decide ahorcarse en su nueva habitación de las gárgaras. “Gargarearé”, dice, “y el regusto será menos seco”.

Gargareen, pues, también los lectores, mientras bucean en esta novela, que recomiendo. Tal vez entonces “el regusto” de regresar a la gris realidad, una vez que han despertado de la lectura de este libro, sea “menos seco”.

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court (Canarias, 1959) es licenciada en Filosofía y profesora de alemán. Ha escrito relatos publicados en volúmenes colectivos y las novelas 'Decir noche' y 'Dime quién fui'.
Como columnista ha participado en la Cadena Ser, en revistas y en diferentes periódicos de las Islas Canarias. Actualmente colabora regularmente, desde hace años, con una columna semanal en el periódico 'La Provincia-Diario' de Las Palmas.
En 2003 ganó el accésit y al año siguiente el primer premio Mejor labor informativa de Canarias, otorgado por el Instituto Canario de la Mujer.

4 Comentarios

  1. He leído las primeras páginas de «José García» y he de decir que me ha decepcionado bastante. Yo diría que recuerda más a Ruiz Zafón que a Vila-Matas (loado sea su nombre). Por otra parte, reconozco que es un arte hacer apetecible algo que en realidad no lo es. Enhorabuena, Elisa.

  2. Por fortuna, Augustbecker, siempre te quedará Ruiz Zafón para desprenderte del acoso del universo Vila-Matas (ver arriba tu primer comentario).
    En cuanto a tu segundo comentario, se cae por su propio peso. Creo que eres el primer lector que conozco capaz de descalificar una obra por unas páginas que no te han gustado. Lástima que te la pierdas. Por otro lado, en ningún lugar he leído que «José García» recuerde -este verbo en tus palabras- a Vila-Matas. José García se parece, si acaso, a José García y a ninguno de estos es fácil identificarlo. ¡Son tan iguales!

  3. No he descalificado ninguna obra. He dicho que he leído una páginas y que me han decepcionado bastante. Decepción que se ha de entender en relación con las expectativas que me habían despertado el artículo de Elisa Rodríguez, a la que reitero mi felicitación por la razón que consta en mi anterior comentario.

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