La ética más allá del periodismo: «Â¡La exclusiva!», de Annalena McAfee

¡La exclusiva! Annalena McAfee
Traducción de Marta Salís
Anagrama (Barcelona, 2012)

Que el periodismo de hoy no es el de antes,  no sólo no es un secreto a voces, sino que es la consecuencia lógica de los cambios que la realidad social, al menos en el llamado primer mundo -habría que preguntarse primero en qué, pero éste es otro tema- ha experimentado desde que los dispositivos de comunicación han dejado de ser la herramienta de trabajo del periodista para convertirse en objetos de la vida cotidiana de cualquier individuo. El acceso a la información ha dejado de estar restringido a una élite; empezando por Internet hasta las redes sociales, en especial, twitter, los espacios de circulación de noticias se han multiplicado en los últimos años en un movimiento que bien podría ser definido de abstracción al convertirse los tangibles periódicos en el último reducto de una época en la que la prensa escrita todavía era la única ventana hacia la actualidad.

La televisión fue la primera rival de la prensa escrita, una rival, en sus inicios, débil, pero que con los años ocupo un espacio difícilmente recuperable. No es necesario volver la mirada demasiado hacia atrás en nuestra más bien negra historia para vislumbrar los tiempos en los que Televisión Española era el único canal, no había más opciones, como tampoco las había en la prensa cuando la censura planeaba sobre las redacciones silenciando los teclados de todos aquellos periodistas ansiosos por descubrir una realidad condenada al ostracismo. Los tiempos han cambiado, la multiplicación de canales televisivos y los holdings mediáticos, en los que canales de radio, de televisión y periódicos comparten inversores, recrudecen la competencia a la vez que se consolidan las posiciones partidistas de cada uno de los medios. Internet y las redes sociales aparecen, ahora, como el gran adversario, al representar un espacio de libre circulación informativa, aparentemente sin filtros, donde la información, si bien escapa de las presiones fácticas, pierde en demasiadas ocasiones todo rigor al convertirse en noticias verídicas, difamaciones y mentiras cuyas fuentes nunca llegan a confirmar su credibilidad. En este nuevo contexto, los periódicos, aun conservando su versión en papel, se han lanzado a la conquista en la red, donde su difusión, la mayor de las veces gratuita, les ofrece la posibilidad de recuperar aquellos lectores que han dejado de comprar la prensa diariamente.

Es a finales de los años noventa cuando empieza a dibujarse este nuevo escenario, años en el que Internet empieza a abrirse espacio en el mundo de las telecomunicaciones y los más perspicaces comienzan a vislumbrar en la red el futuro de los periódicos, algunos de ellos condenados a desaparecer de las imprentas, cuyos elevados costes son evitables con la publicación online. Es precisamente en este nuevo escenario donde Annalena McAfee traslada la acción de su novela, ¡La exclusiva! Londres 1997, Beckham es todavía una anónima promesa, mientras que las Spice Girls ocupan las primeras páginas de los tabloides ingleses, que en ese mismo año buscarán con especulativa morbosidad todos los detalles de la supuesta y entretejida trama que se esconde tras la muerte de Diana de Gales. Este es el escenario periodístico al que McAfee regresa para narrar la historia de una exclusiva que, independientemente de su veracidad, deberá dar al periódico que la publique un gran número de ventas convirtiéndolo en la fuente de referencia para el resto de los medios, incluso internacionales, a la vez que promete llevar al estrellato a la joven periodista que firma la noticia. La pregunta sobre los límites éticos del periodismo recorre el irónico y poco reconfortante relato de McAfee, el “todo vale” se convierte en ¡La exclusiva! en la única regla dentro de un tablero donde los jugadores, periódicos y periodistas, buscan a cualquier precio la repercusión mediática que,  lejos de ser motivada por la veracidad y por la denuncia que suponga, se fundamenta en el impacto social suscitado por el amarillismo que tiñe las portadas: las intimidades, las vidas privadas al descubierto, los detalles más escabrosos son los titulares ansiosamente buscados por los diferentes tabloides y por los asalariados periodistas en busca de una estabilidad laboral y de reconocimiento público.

Annalena McAfee (foto: Anagrama)

Si Madison Avenue volvía a ocupar un lugar privilegiado en el mapa gracias a Mad Men, con McAffe Flee Street se convierte en el centro entorno al cual gravita una nueva generación de periodistas que, como la joven Tamara Sim, se han formado “en el pábulo intelectual de los medios de comunicación modernos”, todos ellos únicamente preparados “para la mediocridad”. Poco queda en Flee Street de aquellos años en los cuales para el periodista, como lo había sido para la prestigiosa Honor Tait, no había otro objetivo sino el de “defender a los débiles e iluminar con un faro los rincones más oscuros de la experiencia humana”. Diversas décadas separan a la anciana Tait de la joven Tamara, las crónicas escritas desde los campos de concentración, liberados tras años de guerra, o los reportajes denunciando las atrocidades cometidas durante la injustificada guerra de Vietnam han dado paso a absurdas listas sobre los mejores peinados y a titulares irrelevantes sobre embarazos sorpresas y tormentosas relaciones sentimentales; recopilados en un libro, aquellos reportajes de Honor Tait, testigo privilegiado de los hechos más relevantes del siglo XX, ya no encuentran un espacio en los periódicos, The Guardian aparece, a la mirada desencantada de la anciana periodista, como uno de los pocos rotativos que ha sido capaz de sobreponerse a ese “proceso de decadencia que ha encumbrado a los mediocres”. El conflicto generacional entre la anciana periodista Tait y la joven Tamara sirve a McAfee para ilustrar el recorrido seguido por la prensa inglesa: McAfee no hace concesiones, como tampoco las hacía Evelyn Waugh en su novela ¡Noticia bomba!, donde el escritor inglés retrataba con su habitual ironía mordaz un periodismo que, ya por aquellos años treinta, parecía condenado al mayor de los descréditos: “una mentira simple y escabrosa será siempre más atractiva para la gente como usted que una verdad gris y compleja”, le dice la anciana Tait a la joven periodista, cuyo ascenso empieza precisamente con una mentira convertida en exclusiva.

Waugh había intuido el camino que iba a seguir el periodismo, McAfee no sólo lo confirma, sino que parece afirmar la imposibilidad de una alternativa. No es culpa de los jóvenes, dice en un momento la experimentada Honor Tait a la ingenua Tamara, no es culpa de quienes comienzan, sino del escenario en el cual están obligados a librar una batalla por la supervivencia: en 1997,  años antes de que comenzara la devastadora crisis de estos días, Tamara representa a esa generación que con desesperanza trata de encontrar un trabajo que les permita salir de la precariedad económica a la que parece predestinada. La cínica y maquiavélica afirmación de que los fines justifican los medios se convierte en el leit motiv de la novela de McAfee, el mismo que estructuraba la narración de Waugh y que servía como motor de la acción en la obra de teatro The Front Page de Ben Hecht y Charles MacArthur, llevada al cine por Howard Hawks en Luna nueva y, posteriormente, por Billy Wilder en Primera Plana: en todas ellas, las ganancias económicas y la consolidación del poder mediático justifican las mentiras, las difamaciones así como las noticias obtenidas con métodos poco lícitos de las que los periodicos se hacen portavoces.

¡La exclusiva! dirige una despiadada crítica al mundo periodístico, no hay compasión para los tabloides, para sus directivos, para quienes establecen las líneas editoriales en busca del escándalo; la exculpación por parte de la anciana Honor Tait de Tamara Sim forma parte de aquella mirada de comprensión que McAfee dirige a su joven protagonista, una comprensión, sin embargo, parcial, pues si bien Tamara es víctima del contexto en el que inevitablemente se ha formado y en el que debe construir su carrera, es también responsable de del juego de difamaciones al que decide jugar sin importar las consecuencias que dichas calumnias tienen sobre sus protagonistas.

Mirando retrospectivamente a sus años de periodista en activo, Honor Tait es consciente que fueron muchos los errores cometidos, no sólo como periodista -Tait no puede perdonarse su silencio frente al abuso de poder del que fue testigo-, sino como mujer y como madre. La entereza de Tait como periodista se desmorona al ver su fracaso personal, las piezas inconexas de una vida personal incompleta, siempre puesta en segundo plano a favor de una carrera periodística indiscutiblemente brillante. Para Tamara, en cambio, el periodismo se convierte en el medio para salvar una difícil situación familiar, la exclusiva, a pesar de su falsedad informativa, le aportará aquel beneficio económico para recomponer una vida familiar a la que no está dispuesta a renunciar.

A pesar de los años que las separan y del rigor periodístico que las distancia, Honor Tait y Tamara Sim terminan por convertirse en las dos caras, opuestas y unidas a la vez, de una misma moneda. Más allá de la cara de la moneda por la que se decida jugar, la carencia de ética frente a determinadas decisiones es siempre personal, individual. ¡La exclusiva! condena a la pérdida de aquella ética que impregna y da valor a la labor del periodista, pero la recuperación del valor ético por parte del periodismo solamente es factible y realizable a partir de la conciencia individual de cada uno de nosotros, periodistas, lectores y consumidores de noticias. Fleet Street es sólo una pieza del puzle del descrédito.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

1 Comentario

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

«Historias de asesinos, tahúres…», de Luis Antón del Olmet

Next Story

Diálogo con Miqui Otero, por Jordi Corominas i Julián

Latest from Reseñas