La precisión de la palabra: «La transmigración de los cuerpos», de Yuri Herrera

La transmigración de los cuerposLa transmigración de los cuerpos.
Yuri Herrera
Editorial Periférica (Cáceres, 2013)

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Es cierto que casi siempre las novelas son demasiado largas, tal y como afirmaba Jules Renard. En el caso de La transmigración de los cuerpos, del escritor mexicano Yuri Herrera (Actopan, 1970), ocurre todo lo contrario. En esta novela parece medirse cada una de las palabras. No solamente su lenguaje es de una precisión encomiable, sino parece hablar con una voz venida de otra parte. Con esta expresión en cursiva aludo de forma intencionada al título de un libro de Maurice Blanchot, porque La transmigración de los cuerpos, en la medida en que me sumergía en su lectura, me iba transportando a unas palabras de Blanchot sobre ese lenguaje que “no toma apoyo en algo que ya existe, ni sobre una verdad vigente, ni sobre el mero lenguaje ya dicho o verificado”.

La lengua de Yuri Herrera en esta novela se me aparece como un comienzo. Un nuevo empezar a dar nombre a una realidad que solo conocemos mediatizada por un lenguaje tan totalitario como trillado. Esa realidad textualizada que en el ámbito particularmente periodístico denunciara en su momento Karl Kraus.

Yuri Herrera encuentra una manera nueva de decir para reinaugurar el mundo bajo otra mirada.  Un botón de muestra: uno de los personajes ha intentado en vano suicidarse y al cabo de un tiempo se le ve feliz, “como recién bañado o apenas parido”. Frente a la concepción dominante del suicidio, que destaca las ganas de morirse, Yuri Herrera proclama en la voz del narrador de la novela:

A lo mejor no es que quiera morirse, pensó el Alfaqueque, sino que lo que no quiere es andar a tientas.

En otro pasaje en que el protagonista, el Alfaqueque, se sorprende de encontrarse a solas junto a la mujer que desea, en lugar de pensar acerca de sus diferentes maneras de ser, piensa:

Qué prodigio por eso, qué extraño, poder estar tan cerca de ella, si somos de tan diferente maldad.

El Alfaqueque es un hombre al cual recurre la gente para que resuelva litigios y apacigüe la violencia entre las partes involucradas. De sí mismo dice que lo único que tiene es verbo y verga. Sobre todo, labia, y mucha, para “mermar verdades de piedra” y para ayudar al que se deja ayudar. No con ánimo de redimir ni de “juzgar los vicios de cada cual”, sino para satisfacer las expectativas que deposita la gente en su capacidad de “ajustar el verbo”.

El verbo es ergonómico, decía, Sólo hay que saber calzarlo con cada persona.

A todos les da una oportunidad, incluso a la gente más retorcida,

porque la gente toda es como estrellas muertas: lo que nos llega de ellas es distinto de la cosa, que ya ha desaparecido o ya ha cambiado, así sea un segundo después de la emisión de luz o de la mala obra.

Yuri Herrera (foto: Periférica)
Yuri Herrera (foto: Periférica)

De todos modos, en el caso central que se va desgranando en esta novela, finalmente con tintes inesperados,  la palabra se tambalea ante el cometido que tiene por delante el Alfaqueque de intercambiar cadáveres de seres queridos entre dos bandos. Vence la palabra, pero esta tampoco puede evitar muertes anunciadas.

La transmigración de los muertos transcurre en una ciudad sin nombre azotada por una epidemia de origen desconocido por mucho que se hable de un insecto, un “bicho mustio” que pudo generarla.

La epidemia me parece un motivo fabuloso del que se vale Yuri Herrera para crear en su novela una atmósfera de fin del mundo. Una situación límite vivida en “ese día tras otro que es la vida”, como escribiera el poeta colombiano Aurelio Arturo.

En las calles despobladas domina el saqueo; el tráfico con el dolor, cuando no con cadáveres; la violencia y la venganza; los locales puteros, el alcohol, la desidia, el aburrimiento. También se da esa segregación o estigmatización de los enfermos.

Casi nunca pasaban trenes (…) pero éste era un tren de ocho vagones sellados avanzando sobre las vías lentamente. ¿Se lleva a los sanos o se lleva a los enfermos?, se preguntó.

En las casas, cerradas a cal y canto, se recluye la gente atemorizada por el desconcierto, la falta de información oficial y el posible contagio. Personas que, como el Alfaqueque, están habituadas a bregar con contratiempos pero no con situaciones extremas en las que “lo que más asusta es no saber a qué tenerle miedo”.

Estaba acostumbrado a lidiar con imprevistos, pero hasta los imprevistos tenían sus límites, uno podía confiar en que al abrir la puerta cada mañana el mundo no se habría vaciado de gente. Esto era como si hubiera dormido en un elevador y al despertarse las puertas estuvieran abiertas en un piso que no sabía que existía.

La epidemia es, haciendo uso de una expresión de J. M. Coetzee referida a Sudáfrica, como un albatros alrededor del cuello. La gente quiere que se lo quiten, le da igual cómo y a qué precio, para poder respirar. De ahí que aflore lo más recóndito de la naturaleza humana. Desconfianza, envidia, intransigencia, indiferencia ante el sufrimiento de los demás…

No sabemos qué tanto nos odiamos hasta que tenemos que aguantarnos unos a otros en un cuarto bajo llave, pensó El Alfaqueque.

Al respecto ha manifestado Yuri Herrera en una entrevista que para él era importante no definir el tipo de epidemia en su novela. Ha declarado:

“Tenía un par de modelos sobre cuál podía ser esa epidemia, aunque para mí era importante no definirla. Pensaba en la epidemia de dengue, en la epidemia de la fiebre porcina; pero también pensaba en esa epidemia no declarada que es el miedo que nos tenemos los unos a los otros, el recelo, el odio. Esta es, en términos poéticos, la epidemia de nuestro siglo”.

Se trata de una epidemia que a la vez facilita abordar narrativamente temas como el deseo, la posesión, la visión masculina y femenina sobre el amor, la denuncia de los gobernantes invisibles como en El castillo de Kafka, el cariño frente al asesinato, la valoración del instante, etc.

Sobre todo ello habla La transmigración de los cuerpos. Novela con mucho ritmo, de excelente estilo narrativo y cargada de símbolos, contiene además un sinfín de curiosos neologismos que, por su acierto, espero algún día sean “reconocidos”, siguiendo la lógica de Borges según la cual “todas las palabras fueron alguna vez un neologismo”.

Después de leer a Yuri Herrera queda la certeza de que la literatura aún es posible.

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court (Canarias, 1959) es licenciada en Filosofía y profesora de alemán. Ha escrito relatos publicados en volúmenes colectivos y las novelas 'Decir noche' y 'Dime quién fui'.
Como columnista ha participado en la Cadena Ser, en revistas y en diferentes periódicos de las Islas Canarias. Actualmente colabora regularmente, desde hace años, con una columna semanal en el periódico 'La Provincia-Diario' de Las Palmas.
En 2003 ganó el accésit y al año siguiente el primer premio Mejor labor informativa de Canarias, otorgado por el Instituto Canario de la Mujer.

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