Lucidez vs. ceguera

Algunos escriben obras literarias; otros, filosóficas o políticas, pero sólo unos pocos han sido capaces  de armonizar todos estos aspectos en cada una de ellas para, a través de la ficción, ahondar en la oscura alma del ser humano y en su conducta como individuo social, desde una postura crítica y reivindicativa.

Foto: Fundação José Saramago

José Saramago, escritor vital y comprometido hasta sus últimas consecuencias, uno de los más insignes y lúcidos escritores, y uno de los grandes pensadores de nuestra época, ha muerto en su refugio de Lanzarote, y con su desaparición el mundo de  las letras, de la literatura y del pensamiento ha perdido  una de las figuras más destacadas de las últimas décadas.

Desde una ideología declarada y marcadamente comunista y agnóstica, defendida hasta el final de sus días, el escritor lleva a cabo  un profundo análisis del mundo actual y de la condición humana, a la vez que realiza una aguda y dura crítica de la sociedad occidental y de su comportamiento como grupo desde la ficción que supone el hecho literario; pero al mismo tiempo, en cada una de sus obras, se vislumbra  una fe sólida en el ser humano y en su capacidad para salir de ese estado de ceguera intelectual, ideológica y social en el que se halla sumido. El hombre, como individuo, como ente pensante y ser inteligente, debe redimir y salvar al grupo.

Cada una de sus obras es un intento de despertar las conciencias, ya sea desde la provocación, ya desde la simulación o desde la denuncia, y de abrir los ojos a una sociedad, la nuestra, indiferente, poco crítica y dócil ante las manipulaciones y el abuso del poder en cualquiera de sus manifestaciones.

La civilización occidental debe salir del letargo en el que se encuentra, acomodada en un sistema de vida capitalista, en el  que la escala de valores sitúa en primer término lo superfluo, dejando a un lado los valores éticos de solidaridad, compromiso y sensibilidad, y en el que el hombre, ignorante de su alienación, es manipulado por los poderes fácticos y esclavo de unas ideologías impuestas, en algunos casos, por la tradición de la que difícilmente puede liberarse.

Desde una postura ética, abierta y radical al mismo tiempo, critica la resignación para asumir doctrinas, especialmente religiosas, que comprometen la libertad del hombre y nublan su razón. Esta ceguera es la causa de su esclavitud; se hace necesario recobrar la visión, la lucidez, cuando el resto el mundo permanece ciego, vagando sin rumbo en una espesa nube blanca, y la supervivencia, única razón para actuar, marca las pautas de conducta.

Foto: Fundação José Saramago

Usando su palabra como revulsivo para incitar a nuevos planteamientos, ésta será la luz que ilumine el camino hacia una nueva sociedad fruto de una visión renovada que empujará al hombre a la rebelión transformándolo en un ser libre para actuar, para cambiar  el status quo y construir un mundo mejor, más justo y más habitable, más social, en el sentido marxista del término; se trata de la defensa de un socialismo revolucionario que el escritor reivindica desde la literatura y que defiende utilizando como arma la palabra.

Pero para que estos planteamientos se hagan realidad es necesario ver la luz, salir de la oscuridad, abrir los ojos, cuestionarse lo establecido y replantearse las normas que rigen las relaciones sociales y la propia vida. Hay que destruir para crear. Hay que cambiar para progresar.

Esta es la proclama que, de un modo u otro, trasmite con cada una de sus obras desde las que se reivindican valores éticos de compromiso personal, social y político.

Así, inquieto y preocupado, pero  en armonía con su entorno, se nos presenta la figura de este escritor que manejó como ningún otro la alegoría en sus novelas para trasmitir una visión personal y apasionada del mundo en el que le hubiera gustado vivir.

Foto: Fundação José Saramago

“Soy un hombre que mantiene intacta la capacidad de indignación. Tengo un cabreo profundo, permanente… En América, hace poco, me hablaban de los epitafios. Mire, si yo pudiera redactar mi propio epitafio diría «aquí yace, indignado, fulanito de tal». La indignación es, digamos, mi estado habitual. […] Por decirlo de una forma que puede parecer chocante, estoy en armonía con un mundo que no me gusta».

Alejandra Crespo Martínez


Alejandra Crespo Martínez

Alejandra Crespo Martínez es licenciada en Filosofía y Letras (especialidad en Filología Hispánica) por la Universidad de Málaga y Licenciada en Humanidades, con Premio Extraordinario, por la UCLM. Catedrática de Lengua Castellana y Literatura en el IES Ramón y Cajal de Albacete. Imparte clases de Gramática en la Facultad de Filología Hispánica del Centro Asociado de la UNED en Albacete, y de Literatura en la Univ. de Mayores José Saramago de la UCLM. Ha trabajado algún tiempo como profesora de español en el extranjero (Polonia y Nicaragua)

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