Mark Stevenson: «Respecto al futuro no soy optimista, sino posibilista»

Medicina, robótica, biología, energía… Hay un mundo ahí fuera del que poco sabemos: el de la investigación científica. ¿En qué estado se encuentran los avances que se están desarrollando? ¿Cuántas de las cosas que hemos leído en las novelas fantásticas, o visto en el cine, son ya realidad? El escritor y cómico británico Mark Stevenson viajó por todo el mundo y ha recogido sus experiencias y descubrimientos en Un viaje optimista por el futuro (Galaxia Gutenberg).

Mark Stevenson (foto: Profile Books)

Tengo entendido que la idea del optimismo pragmático no fue la original cuando comenzaste a escribir el libro.

El título inicial, con el que empecé a desarrollar la idea general del libro, fue «Viaje por el mundo del futuro». Quería mostrar el horizonte de los avances científicos y los diferentes caminos que se estaban tomando para explicar la nanotecnología, la biología, y otros aspectos que conforman las ciencias pensando en lectores de todos los niveles, un libro de ciencia para gente que no lee este tipo de textos. Cuando regresé a casa, después de dieciocho meses viajando y documentándome, había visto a tantas personas inspiradoras y descubierto tantas cosas sobre nuestro futuro, que decidí cambiar el título. Mi postura no es la de ser optimista, sino posibilista. No sé si el futuro será mejor, podría ser terrible, de hecho. Con la información que reciba cada uno, a través de libros como el mío o de otras fuentes, deberá concienciarse como lo estime oportuno.

Una parte importante de los avances que muestras en el libro dependen de la industria, de las grandes empresas. Y siempre, pero en especial en estos tiempos, la gente siente mucha reticencia hacia lo que les ofrecen las corporaciones. Muchos de esos avances, sobre todo los que repercuten en la salud, ya están desarrollados pero no se ofrecen por cuestiones de mercado.

Veamos. Una de las cosas buenas que tiene la tecnología es la de cambiar el punto de vista de los economistas. En los años ’70 estos avances solo eran posibles con una gran inversión de capital, por lo que eran las grandes industrias las que los desarrollaban. Ahora las pequeñas y medianas empresas también pueden abrir nuevas vías de investigación. Internet ha facilitado esto, a nivel incluso colaborativo, pero en especial en el intercambio y resolución de problemas tecnológicos y científicos. Antes era imposible avanzar sin la inversión gubernamental o de capitales privados. Lo que sucede ahora con la nanotecnología y la biotecnología es que se establecen pautas a partir del intercambio de conocimientos. Por ejemplo, explico en el libro el caso de un equipo que está desarrollando una nanopartícula que imita las propiedades del platino. Hace cinco años esta investigación hubiera necesitado de una inversión de varios millones de dólares. Sin embargo, hay diez personas instaladas en un garaje, en California, trabajando sin apenas capital. Pues bien, lo que comentas sobre esa desconexión entre la gente y la industria es muy importante. Es uno de los debates necesarios sobre este asunto, mediante movimientos ciudadanos, como los que se han visto en los últimos meses en todo el mundo, o en las propias empresas. Y te aseguro que hay auténticas batallas en las reuniones de los consejos de esas compañías, entre los que consideran que no existen solo para ganar dinero y quienes piensan exclusivamente en sus cuentas de resultados. Creo que todos son conscientes de que tienen en sus manos unas herramientas muy importantes para mejorar la sociedad, pero no se conseguirá nada si siguen pensando que son los propietarios del planeta en vez de unos inquilinos más, como el resto de nosotros. Y que eso implica ciertas responsabilidades. Gente como Richard Branson, con su compañía de aerolíneas, lo ha entendido. Y otras, que pensarías que no tienen esta mentalidad de servicio, también se están planteando un cambio de conciencia. Esto también lo encontramos en muchos profesionales que prefieren trabajar en una empresa con visión social antes que en una que mueva grandes capitales.

¿Tú crees? No lo veo claro…

¿No? Piensa que lo que comentabas antes, sobre la rotura de la industria con la sociedad, es algo que un periodista jamás hubiera preguntado hace treinta años, porque no se había experimentado esa sensación de desacuerdo.

Hombre, hablamos de los ’70, el conflicto ciudadano era con el sistema político. Ahora es con todo el sistema, político y económico.

Yo veo la revolución como cambiar la dirección cuando vas en coche. Tomas velocidad, te estampas contra un muro y, si sobrevives, vuelves a ponerlo en marcha y tomas otro camino. Prefiero trabajar con gente que toma una dirección al volante y que no la mantienen. Recorren unas millas y giran antes de chocar contra una pared. Lo que pasa es que es una manera de conducir que no llama la atención ni genera titulares. Siempre es más llamativo que alguien se estrelle. Pero es como se debería llevar una empresa, una organización o una nación. Adaptándose a medida que se va conduciendo. Mi norma, cuando trabajo para otros, es mantenerme firme haciendo los cambios que sean necesarios. Si tengo diez oportunidades y pierdo nueve estoy contento, porque en la siguiente oportunidad perderé ocho, e iré disminuyendo sucesivamente. Al final se le da la vuelta al juego y me convierto en líder. Por ejemplo: ahora trabajo en el proyecto de una gasolinera que suministra carbono neutral como combustible. Es una realidad industrial, se ha desarrollado con la participación de universidades y capital privado. Y es algo necesario para el medio ambiente y para el ahorro de los consumidores. Hay una empresa de automóviles muy conocida a nivel mundial que se ha apuntado al proyecto. Podrías pensar que va en contra de sus intereses pero no es así. Esa empresa admite la adaptación, poniendo dinero en algo que le impedirá chocar contra el muro.

La comunidad científica también estaba distante. Gracias a internet y a divulgadores como tú, se ha aproximado a la sociedad. Ahora podemos conocer mejor cuáles son las vías de desarrollo en las que están trabajando. ¿Uno de tus objetivos era acercar a esa comunidad a los lectores, más allá de ofrecer información sobre los nuevos avances?

Absolutamente sí. Durante muchos años ha existido esa separación entre la sociedad y la ciencia. Muchos escuchan la palabra «ciencia» y se tapan los oídos. Esa repulsión ha sido provocada por los propios científicos. Han creado una «marca» con falta de emoción, es como una religión separada de la cotidianidad de las personas. Mucha de la información que se difunde no es comprensible y, por eso, no sorprende que la gente pase de todo esto. Yo también preferiría que fuera Beyoncé quien me explicara las funciones trigonométricas a través de la vibración de sus caderas. La cuestión es que los profesionales deben reestructurar su sistema de comunicación con la sociedad para que ésta enmarque la ciencia entre los bienes culturales. Por ahora, en muchas ramas del conocimiento, esto sigue siendo una contradicción.

El libro ofrece muchas ideas e información apasionante. Me ha sorprendido el proyecto de genoma personal, algo que cambiaría totalmente la medicina. No tendríamos enfermedades, lo que ya es un logro asombroso.

Es cierto. Piensa que esa idea, como otras muchas, surgen en los años ’60, pero no han podido ser desarrolladas hasta ahora porque no se disponía de la tecnología. Ahora es posible con la nano y biotecnología. Los avances son espectaculares y es importante que la gente sepa que existen para generar confianza y para que comprendan lo que se está preparando de cara al futuro. Me gusta que te hayas sorprendido. Ahora tú mismo te preguntarás en qué afectará algo como el genoma personal a nivel social, económico… Si es algo que deseas para tus hijos, si va en contra de la naturaleza… Son cosas que nos tenemos que preguntar y es por lo que he escrito el libro.

Ante la pregunta de cómo nos afectará el avance de la robótica, ofreces tres respuestas (que la Inteligencia Artificial nos alcance, que no lo haga o que se fusione con nosotros) que me han hecho pensar en las leyes de la robótica que implantó Isaac Asimov. ¿Ves desfasadas esas famosas leyes?

Te contaré la historia de Asimov. Cuando escribió su primer cuento sobre robótica, lo envió a una revista que publicaba relatos de ciencia-ficción. En ese cuento los robots simplemente funcionaban y no tenían ningún cometido, no participaban activamente en la trama. El editor de la revista le respondió que era muy aburrido. Así que Asimov creo las leyes de la robótica, que eran: 1. Tiene que haber conflicto. 2. Tiene que haber conflicto. 3. Tiene que haber conflicto. Es broma, claro. Isamov fue un pensador muy importante, pero sí, está anticuado. Sucede con todos los futuristas, llega un momento en que el tiempo les alcanza. Todas las predicciones que hacen los autores de ciencia-ficción dicen más del tiempo en el que las escriben que en lo que podría pasar en el futuro.

Una de las partes del libro que más se comenta es tu asistencia a una reunión bajo el mar organizada por el presidente de las Maldivas. La veo como una experiencia inquietante por la manera en que resuelves todo el tema burocrático, algo que nada tiene que ver con el avance científico, salvo por las aportaciones económicas de los gobiernos.

Sí. Solemos hablar mucho de la innovación en todos los aspectos, ciencia, arte, deporte. Pero no de la institucional. No analizamos cómo funcionan los gobiernos o una corporación empresarial. Y está claro que en muchas de esas instituciones el funcionamiento es deficitario, está anticuado. En algunas naciones lo han entendido, pero otras siguen haciéndolo mal y eso provoca consecuencias. Ejemplo: si en un país se decide seguir con el sistema educativo de los años ’50, frenas el impulso de curiosidad y creatividad de los estudiantes en unas edades en que las preguntas siempre son más importantes que las respuestas. Y así, impides el crecimiento del país.

Creo que los propios estamentos gubernamentales ayudan a generar confusión al no conocer aquello con lo que están trabajando.

Interesante. Mira, hace poco estaba en IBM hablando sobre este mismo tema. Vivimos en la era de la información por un motivo: nuestra capacidad de gestionar la información es muy rápida y con espíritu crítico. Es algo que tenemos que desarrollar. Es perfectamente posible, para un gobierno, implementar una arquitectura informática más ágil, productiva y abierta a preguntas o experimentos que la que tenemos ahora. Pero, como te comentaba antes, hay quienes están dispuestos a ello y otros que no. Te recuerdo lo que sucedió en Singapur. Año 1959. Un desastre. El gobierno quiso que la república formara parte de Malasia. Los de Malasia hacían cuentas y decían que no, no salían los números. Singapur no tenía recursos y sus instituciones estaban corrompidas. Así que se decidió invertir en educación. Bien, había cosas perfectamente criticables en el sistema, pero se hizo un esfuerzo para potenciar el capital cognitivo del país. Y se creó una nación con curiosidad. ¿Cuál es la situación actual? Hay una diferencia enorme entre los dos países, sí, pero se han invertido los papeles. ¡En dos generaciones!

En el desierto de Mojave, donde se encuentra el Centro Aéreo y Espacial, te viste en otro mundo. Con todo el secretismo de la NASA y la poca información que facilitan, debió ser algo impresionante.

Fue sorprendente y excitante. El lugar es fantástico, lleno de gente loca. Genios locos, pero en el buen sentido. Es una agencia gubernamental pero pueden asumir riesgos. Pregunté al gerente el motivo por el que hicieron las instalaciones en Mojave. Su respuesta fue que allí hay cuatro puestos de hamburguesas, seis iglesias y una tienda de muebles de segunda mano. Y la puerta hacia el espacio. Era un lugar ideal porque se encuentran muy lejos de quienes hacen la legislación. El riesgo es parte de su trabajo y de su atracción. Para ellos el espacio es una frontera que la comunidad debe abrazar por motivos filosóficos, como experiencia espiritual.

¿Te has planteado dónde queda el papel de Dios en todo esto?

¡Oh! Buena pregunta, pero de difícil respuesta (se queda pensando).

Forma parte del «Â¿Qué viene ahora?».

El mundo es darwiniano. Las cosas que no se adaptan mueren. Y eso incluye a Dios y las religiones. Por ejemplo, la fecundación in vitro. Cuando se planteó por primera vez hubo mucha gente en contra porque, según ellos, el hombre estaba tomando el papel de Dios. Pero cuando comenzó a funcionar se generó un cambio de 180 grados en la opinión pública. Pasó de ser «no ético» a estar plenamente aceptado. Sin embargo la iglesia católica sigue mostrándose en contra porque el hijo no es producto de una unión perfecta. La religión católica no está evolucionando. Y no digo que la religión sea incompatible con el progreso. Por otra parte, el marco moral de la religión es sensible y a veces resulta útil para vivir a nivel cotidiano. Pero si las tradiciones y procedimientos de la religión resultan anticuados para el mundo moderno, como sucede con algunos sistemas políticos, el resultado es la desconexión de la que hablábamos antes. Cuando pregunto a la comunidad científica, que es escéptica en este tema, se suele responder que la religión es poco racional. Yo les replico que sí, pero que todo el mundo es irracional. El amor, las decisiones… El ser humano es un lío de prejuicios. De ahí que el método científico es tan importante y útil, porque equilibra y da control a nuestros locos cerebros y permite que todo aquello que se aleje del papel se acerque a la verdad. El científico que pretenda criticar la religión partiendo de lo racional es alguien que no se ha mirado al espejo.

Me gusta que empieces el libro con un concepto que le da significado a todo el viaje que propones, que es el transhumanismo. Sin la transgresión del propio ser humano resulta difícil entender lo que explicas luego.

Lo hice así a propósito. Cuando comencé a explorar mis ideas, me dije «Â¡joder! Es alucinante. Engañar a la muerte para permanecer joven». Escogí comenzar el libro con ese tema porque quería enganchar a los lectores. Pero resultó ser el asunto con el que se marcan los parámetros del libro. Y es algo que considero personal, porque trata sobre cuánto tiempo vamos a vivir. Todos decimos que no queremos vivir para siempre, pero si a alguien de 99 años, sano y con una vida plena, le preguntas si quiere vivir otros 20, te dirá que sí. La muerte está bien, siempre que esté lejos. Cuando se acerca, la gente comienza a cambiar su mentalidad. Se ha intentado comprender la muerte de maneras muy locas, pero si miras lo que consigue la medicina, como en el caso de la restitución de órganos con células madre, lo de engañar a la muerte comienza a sonar menos loco. Y esto plantea unas preguntas éticas, económicas y sociales que tendrán que ser respondidas en las futuras generaciones.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

5 Comentarios

  1. Interente convrsación., y a su vez bastante más constructiva también, que otras muchas más conversaciones y comentarios.

  2. Me encantaria conocer a una persona asi de perfecta, alguien que lucha para mejorar la convivencia humana como bien claro se demuestra. Un Carlos Marx de nuestros dias. Aunque las ideas de este no han prosperado. Si llegara a haber diez personas asi en este mundo, este planeta seria otro.

  3. CREO QUE LA CORRIENTE POSITIVISTA ES NECESARIA EN EL PLANETA, SER OPTIMISTA ES UN CONCEPTO QUE AUN NO ENTENDEMOS BIEN. Me encanta la vision de Mark Stevenson porque nos acerca un poco mas a nuestra necesidades actuales.

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