La cámara lúcida, publicado poco antes de la muerte del semiólogo francés, es un libro que se pregunta por el paso del tiempo, la esencia de la fotografÃa y el impacto que ésta deja en nosotros. Además, y sobre todo en la segunda parte de la obra, se convierte en un homenaje a la madre fallecida. De esta manera, el recuerdo de-lo-que-ha-sido se hace más evidente y la presencia del referente en la obra cobra un protagonismo sobre el cual Roland Barthes reflexiona.
No estamos ante un volumen cientÃfico. Barthes lo quiere dejar claro. Tampoco quiere hablar, de manera categórica, sobre la fotografÃa en abstracto. De hecho, escrito con una mezcla de pasión y nostalgia, escoge algunas fotografÃas que le han impactado para, de forma fragmentaria, ir desgranando lo que él considera que puede ser su esencia y cómo se convierte en lenguaje propio.
Por este motivo, por lo inusual de una obra de alguien al que se le incluye dentro de la escuela estructuralista, hemos querido clasificar el texto en seis puntos. Como toda categorización, se trata de una clasificación artificial y que se puede extender. Además, como si de cÃrculos se tratara, cada punto influye en el siguiente y asà progresivamente. Pero, de todos modos, creemos que es una óptima fórmula para adentrarnos en el mensaje principal de Barthes e ir entendiendo qué nos quiere decir. Empecemos:
Diario Ãntimo, el recuerdo de la madre
Como decÃamos, éste no es un texto escrito desde el punto de vista cientÃfico. Hay en todo él un aire de nostalgia evidentemente buscado. De esta manera, la segunda parte del libro comienza hablando de la madre y de una foto – la foto del Invernadero – que le hace reencontrarse con ella cada vez que la mira (“… poco tiempo después de la muerte de mi madre… No contaba volverla a encontrarâ€). Se trata, pues, de una especie de resurrección. Y, nos dice Barthes, “La Historia es histérica: sólo se constituye si se la miraâ€. Pero no es un reencuentro fácil, ni cómodo. Hay dolor en la experiencia: “necesito estar solo ante las fotos que miroâ€. Tanto es asÃ, que aunque nos habla constantemente de la foto en la que reencuentra “viva†a su progenitora, jamás nos la va a enseñar: “No puedo enseñar la Foto del Invernadero. Esta Foto existe para mà soloâ€.
Un retrato de la muerte
Este aire de homenaje, de dolor y de pérdida va a inundar todo su análisis y, sorprendentemente, parece como si se estuviese prediciendo la muerte del propio autor. Pero no nos detengamos aquÃ. Roland Barthes quiere reflexionar sobre cómo la fotografÃa, a diferencia de cualquier otra disciplina, refleja el paso del tiempo de una forma absoluta. Consigue que, de alguna manera, el referente pase a una cierta “eternidadâ€. Y es que el “Encuentroâ€, el “Tuché†o lo que se podrÃa llamar en pintura el “momento preñadoâ€, plasma la presencia del referente. De hecho, “la FotografÃa repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmenteâ€.
Más tarde veremos cómo, en su búsqueda de una esencia, se volverá a topar con la presencia “eterna†del referente (“yo no sabÃa todavÃa que de esa obstinación del Referente en estar siempre ahà iba a surgir la esencia que buscabaâ€). Y es que el “noema†lo encuentra en el “Esto ha sidoâ€. De ahà que, irremediablemente, la fotografÃa tenga un patetismo incorporado, ya que “no hay futuro en ellaâ€. Hay una incapacidad del autor en transformar el dolor en duelo, seguramente, porque el referente muere en la vida real, pero no en la imagen reproducida.
Un estudio poco ortodoxo
Ya hemos dicho aquà que se trata de un estudio poco ortodoxo. Y es que Barthes cree que la cultura, si se quiere acercar realmente a la esencia fotográfica, le puede hacer de barrera. Con los prejuicios de la categorización, podrÃa alejarse de lo que, en realidad, quiere conseguir. Por ello, escoge algunas fotografÃa sueltas que le han impactado y las va comentando a partir de notas. Este carácter fragmentario no es inusual en la última etapa de Barthes, ya que antes habÃa publicado, en 1977, su Fragments d’un discours amoureux. Esta forma de trabajar no está alejada, al mismo tiempo, al hecho de entender la fotografÃa como una aventura (“El principio de aventura me permite hacer existir la FotografÃaâ€).
El studium y el punctum
De esta resistencia a un sistema reductor, por otra parte tan nietzscheana, y de esta intencionalidad en ver lo singular aquello esencial de lo universal, comienza a construir dos conceptos que le servirán para tejer esta mezcla entre un discurso expresivo y crÃtico al mismo tiempo. Por un lado, diferencia el Studium, ese estudio cultural de la fotografÃa, aquello que vamos a buscar en ella, su campo de connotación. Y, por otro bien diferente, el Punctum, esa flecha que sale de la imagen, sin haberla buscado, para herirnos e impactarnos. Es un “pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y también casualidadâ€. Es, por resumirlo en un único término, aquello que despunta.
Por lo tanto, lo realmente sorprendente de este libro es ese descubrimiento de Roland Barthes. Deja de un lado el Studium, aquello por lo que la Academia se hubiera interesado, para centrarse en el punctum. Y es que es a partir de este concepto con el que podremos comprender aquello que sugiere la foto pero que no está en ella, el campo ciego que está fuera (“arrastra al espectador fuera de su marcoâ€). Una información que no nos es dada, pero que se advierte. Lo realmente curioso es que este punctum, esto que nos viene a buscar, se encuentra en el detalle. Al igual que lo fragmentario de su texto, el fragmento de la fotografÃa es aquello que nos habla más allá de su connotación cultural (“el punctum es un detalle, es decir, un objeto parcial). Pero ese pinchazo que nos produce el punctum es algo que no ha de estar buscado artificialmente. De otro modo, no funciona (“Si no lo hacen – herir-, es sin duda porque han sido puestos allà intencionalmente por el fotógrafoâ€).
La cuestión de la técnica
No podemos olvidar, y Barthes no lo olvida, que la fotografÃa es una disciplina eminentemente técnica. Por ello, diferencia tres actores que participan del hecho fotográfico. Por un lado, encontramos al operador, aquél que realiza la fotografÃa. Por el otro, al spectrum, aquél o aquello que es “sorprendidoâ€. Y, por último, el spectator, que somos todos nosotros cuando miramos la foto. En este sentido, el pensador francés quiere insistir en que existen dos procedimientos diferenciados (“el uno es de orden quÃmico: es la acción de la luz sobre ciertas sustancias: el otro es de orden fÃsico: es la formación de la imagen a través de un dispositivo ópticoâ€).
La esencia de la fotografÃa
Roland Barthes parece que busca en lo singular aquello que le servirá para establecer, aunque sea fuera de un corpus categorizante, un universal, algo por lo que entendemos la fotografÃa como un lenguaje distinto y autónomo. Este deseo de satisfacer una pregunta de carácter ontológico parece que lo cumple con el concepto de máscara (“Puesto que toda foto es contingente, y por ello fuera de sentido, la fotografÃa sólo puede significar – tender a una generalidad – adoptando una máscaraâ€). Sin duda, para ilustrar esta idea el ejemplo escogido por Barthes es más que óptimo: el retrato de William Casby realizado por Richard Avedon en 1963 y que representa, con la cara de un hombre particular, la idea general de esclavitud.
Esta idea de máscara funciona en otros campos. Tan sólo deberÃamos fijarnos en el arte primitivo – especialmente el africano – en el que la figuración no está reñida con la abstracción, y en el que el naturalismo no existe. No se representa aquello singular, variable, finito, sino lo universal, continuado y eterno. Pero la fotografÃa tiene, según Barthes, otro componente que forma su noema: el “Esto ha sidoâ€. Y es que, cualquier obra fotográfica es, en esencia, “una evidencia extremaâ€. Esta confusión entre lo que “Esto ha sido†con lo que en realidad “Es esto†crea, según el autor, una “loca realidad†que lleva a lo que él llama el “éxtasis fotográficoâ€.
Para concluir, tendrÃamos que reflexionar si todas las tesis de Roland Barthes seguirÃan vigentes hoy, en una época donde la digitalización perpetua la fotografÃa. Al menos, esta idea de “patetismo†en el que el objeto (el papel en el que se imprime la fotografÃa), al mismo tiempo que logra eternizar al referente, se va degradando como objeto fÃsico que es. Seguramente, pues, en la era post-analógica algunos enunciados podrÃan ser ligeramente diferentes. De todos modos, estamos radicalmente de acuerdo en que “es injusto que, en razón de su origen técnico, se le asocie a la idea de un pasaje oscuro (camera obscura)â€, porque, efectivamente, la cámara es lúcida. Nos enseña el referente, el campo de connotación y la herida que, sin saber exactamente por qué motivo, nos afecta. Y, siempre, bajo el efecto de la luz.
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Albert Lladó
info@albertllado.com
Considero que si, que en una época donde la digitalización perpetua la fotografÃa, la teorÃa del semiólogo francés en este libro está vigente porque como él dice: «lo que vemos no está en la foto»…
Un gran libro.
Saludos para ti, muy buena reseña.
Hola, Magda!
Muchas gracias por leerme.
Tienes razón con lo que dices, pero me refiero al «patetismo» del que habla Barthes. Creo entender – tal vez me equivoco – que se refiere a la contradicción que tiene la fotografÃa sobre papel: Al mismo tiempo perpetua al referente (en un momento muy concreto) pero lo hace sobre el papel (algo que se deteriora con el paso del tiempo). O sea, hace eterno al referente en un soporte que es finito.
Hoy, el referente queda eternizado del todo (ya, puede ser que se pierda el archivo donde está guardado, es cierto, …).
Te agradezco mucho que hayas comentado la reseña porque, precisamente, leà tu apunte antes de leerme el libro:
http://apostillasnotas.blogspot.com/2008/02/la-cmara-lcida-roland-barthes.html
Me declaro fan de tu blog.
Saludos desde Barcelona.
Muchas gracias, Albert.
[…] mismo Barthes, en su célebre La cámara lúcida, distinguÃa entre el studium y punctum. Mientras que con el primer componente de la imagen nos referimos a las intenciones del fotógrafo, […]
¿ porque dice en una parte que el libro defraudara a los fotografos?
Ulises212: Efectivamente, el propio Barthes anuncia, “defraudará a los fotógrafos†en tanto en cuanto no se trata de un estudio de las técnicas fotográficas, estilos, etc., sino que es una reflexión sobre el tiempo, la muerte y la nostalgia. Aunque es también una apuesta y un giro radical hacia la subjetividad pura, dando lugar a uno de los textos más influyentes de la perspectiva hermenéutica de raÃz fenomenológica , seguramente influenciado por la rupturista monografÃa «Sobre la FotografÃa» (1971) de Susan Sontag. Tal y como indica Pepe Baeza en «La cámara lúcida» apreciamos una “proposición radical que propicia el protagonismo del receptor, la imagen como posibilidad de análisis, pero antes que nada de búsqueda, de percepción de significados individualizados, huidizos de la universalización y de procedimientos estables o infalibles†. Saludos
[…] . “La foto del invernadero” famosa imagen que nunca se vio y que es el fundamento de la mitad de La Cámara Lúcida de R. Barthes […]
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La fotografÃa digital sigue siendo perecedera porque los discos duros y los servidores de internet son perecederos.