Mirar hacia delante: Entrevista con Hilario J. Rodríguez, autor de «El otro mundo»

El otro mundoNo es fácil, incluso cribando la proliferación de chiripitifláuticos bestsellers que atascan el mercado actual, encontrar “buena” (adjetivo señero en su gustosa simpleza) literatura de narrativa española. Reitero lo dicho muchas veces, son un pufo las promociones de planetas y universos editoriales, si están huecas por dentro. Y más de una sorpresa desagradable se lleva el lector, perdiendo dinero y tiempo. Pero, a veces ocurre que alguna editorial retorna la palabra literatura a su acepción de sublime arte, dotándola de la profunda riqueza que nos recuerda por qué leemos. Ediciones del Viento, similar a lo que ocurre con Navona de la que he hablado otras veces, es una editorial independiente, compuesta de un catálogo de muy alta calidad. A esta empresa gallega le soplan varios vientos que mueven las páginas de sus libros: Viento simún (libros de viajes, relatos, con escenarios exóticos…); Viento abierto (narrativa actual); Viento del oeste (narrativa occidental del siglo XX) y Viento céfiro (biografías, memorias, ensayo…). Buenos vientos, influenciados quizá por su prestigio en el mundo del articulismo de cine, me han empujado a elegir la última obra de Hilario J. Rodríguez, titulada El otro mundo.

Sostenida por una prosa consistente, sólida y emocional (no es por nada que hablamos de uno de los mejores reseñistas y ensayistas de cine), sobria e íntegra a un tiempo, cuyo título anuncia la elegancia de su nervio narrativo, la cuarta novela (aunque no libro, pues Hilario tiene en su haber un largo plantel de ensayos sobre el mundo del cine y la fotografía, relatos aparecidos en volúmenes colectivos, así como traducciones) es una demostración (para los que perdíamos toda esperanza) de los registros captados a la realidad cotidiana que llevan a una rehumanización de la novela y el lenguaje. Todo lo contado en este volumen de 173 páginas esta inscrito en la desinhibición de la autobiografía del propio autor, (Rodríguez), confundiéndose en la realidad de un narrador escritor (Hilario) que vive, reflexiona y busca permanentemente guías (quizá musas) a su devenir personal y al mismo tiempo profesional.

En un cauce narrativo que comienza con la decisión de un escritor, llamado Hilario J. Rodríguez, de ir a vivir a Nueva York junto a su mujer Eva y su hijo Samuel de seis años, se extiende una malla de recuerdos y vivencias varias: amistades que influyeron en su vida, escritores que se convirtieron en modelo a seguir u obsesión literaria, vicisitudes en una vida cotidiana tan diferente y tan sorprendente, desarrollada en un país y con unas gentes que pertenecen a otro mundo, como bien reza el título. Situadas esta memorias en un pasado cercano, en los años posteriores a la destrucción de las torres gemelas, el lector va saboreando esta escritura humilde, de la que brota la fecundación de la personal experiencia del mundo del autor con la experiencia de sus lecturas, observaciones, recuerdos familiares, encuentros y escrituras, así como alguna que otra metáfora metaliteraria, todo dispuesto de manera ecléctica en lo que a mi me parece una constante búsqueda, que le llevaré al narrador/autor si bien no a encontrar lo que buscaba, si lo inesperado.

W.G. Sebald decía que para convertirse en escritor hace falta un ojo…un ojo que solo ve cosas diminutas y se conforma. Para Sebald, escribir era escribir entre líneas, sobre nada demasiado importante, un objeto inservible, la corteza de un árbol; escribir como si uno no estuviera en realidad escribiendo, como si sólo respirase…

El otro mundo es la respiración de Hilario, a través de la cual, confiesa en la pequeña entrevista que me ha concedido, “decidí darle importancia a cosas en apariencia banales”. La vida que bulle a nuestra alrededor, y ante la que a veces somos tan ciegos, o nos mostramos tan inanes. Toda la vida que rodea al escritor de ficción en su nueva vida neoyorquina desfila en portentosas secuencias en las que transitan la memoria de otros lugares y otras personas, Londres y Gueloz Nsingui, o la memoria aún más lejana del álbum familiar, de África, de personas desconocidas que dejaron una camisa o unas cartas que llegan a su nombre, con el eco de Sebald, u otros como Roth o incluso alguno de los personajes que pululaban por su anterior libro. Eres perverso Rodríguez, muy perverso, juegas con nosotros, y nosotros, lectores exigentes, nos dejamos pervertir juguetonamente por tu Hilario.

Me persigue la sensación de que cada palabra que sale de su boca arrastra un silencio, cada parpadeo de luz viene precedido por un segundo de tinieblas. Al mirarle a la cara, noto una especie de abismo y me imagino a mí mismo precipitándome en él, sin que llegue jamás al fondo…

Embelesa el alma lírica del escritor/autor donde la prosa relumbra a ratos, marinada en sentimiento otras, y se aleja velozmente del registro de la imbecilidad reinante en el mundo editorial.

Leer no es un simple pasatiempo, vuelvo a las palabras del autor, y aún más, hemos conseguido sacarle cinco confesiones robándole un poco de su tiempo. Danos pistas Hilario…

«Quienes están en Estados Unidos son estadounidenses, tengan el aspecto que tengan y hablen como hablen. Lo malo es que ciertas cosas no son fáciles de procesar y eso te hace sentir mucho más extranjero de lo que te habrías sentido en Irlanda…», decías en una entrevista anterior para Larepublicacultural. Pones Nueva York como escenario en tu última novela, la recién publicada El otro mundo, escenario en el que desarrollas una “ficción” autobiográfica en la que precisamente estás escribiendo «Construyendo Babel», tu segunda novela. ¿Por qué irse tan lejos para ver si puedes continuar escribiendo? ¿Qué tipo de felicidad buscas en un sitio tan alejado del que perteneces?

Creo que la cita inicial del libro, de la cineasta francesa Claire Denis, responde a tu pregunta: «Siendo francesa, lo que más me atrae del cine norteamericano es su americanismo. El cine norteamericano está tan sólidamente construido como una casa con robustos muros, y además se concentra en lo que hay dentro de esa casa. Eso es lo que hace tan estimulantes a los directores norteamericanos. Sus películas proyectan energía, poder y realismo. Son sólidas. Por el contrario, las que yo hago son frágiles, porosas, abiertas. A menudo me gustaría estar en una posición más firme, en el interior de una fortaleza. Pero no tengo elección. Yo estoy afuera. No puedo evitarlo».

Yo carezco de hogar, pero siempre he deseado tener uno que fuera firme, donde pudiese conservar las cosas que ahora mismo se me pierden por aquí y por allá. Y creí que en Nueva York quizás iba a encontrar una casa para siempre; me equivoqué, claro. Es posible que mi error consistiera en creer que la felicidad se encuentra, cuando lo que sucede es que la felicidad se construye, creo.

«¿Tú que tipo de escritor eres?», te pregunta Hilario Barrero en la novela. Hegel comparaba al novelista con el poeta, al otorgar la palabra a su mundo interior para despertar en los lectores los sentimientos, los estados de ánimo que están en él (Milán Kundera en El telón). Dinos, ¿es El otro mundo un espejo de tus estados de ánimo, la conclusión de tu proyecto estético como articulista, fotógrafo, ensayista, y novelista?

El otro mundo sólo aspira a ser como aquellas películas de los años treinta en Estados Unidos, películas que nos recuerdan el placer que a veces esconde lo minúsculo. Es un tejido de historias pequeñitas en un escenario grandioso (y también grandilocuente). Puede verse como el último combate que lucha un amor en descomposición, sobre el combate que lucha a diario la ficción contra la realidad, sobre la cantidad de fantasmas con los que convivimos y sobre nuestra propia condición de fantasmas cuando no sabemos qué queremos o cómo conseguirlo.

No sé qué decir sobre mi condición de escritor. Me temo que escribo para descubrir quién soy, si de verdad soy algo. Lo que pasa es que cuanto más escribo menos certezas tengo, y eso al final me permite seguir aporreando las teclas del ordenador, escribiendo en cuadernos, tomando notas en cualquier parte, por cualquier motivo… Si la novela es la conclusión de algo, no puedo decirlo yo, he tomado vacaciones de mí mismo desde hace tiempo y cada día me conozco menos. Mi hermana Veli, al leer el libro, me telefoneó rápidamente para llamarme canalla, aunque me lo dijo de forma cariñosa. Qué pensará otra gente cuando lo lea, es un misterio que se irá desvelando de ahora en adelante; ya te contaré…

En otra de tus obras, Mapa mudo, partes de la idea de que si los escritores fabulan a partir de la realidad, por qué no intentar fabular a partir de la vida de los escritores, sobre su vida cotidiana, su profesión y el lugar que habitan. Te voy a hacer la pregunta que habitualmente se hace, pero al revés, ¿cuánto de ficción hay en este paisaje autobiográfico de El otro mundo?

Desde mi punto de vista, El otro mundo es una novela, una obra de ficción pura. Podría considerarse una novela documental, pero en todo caso sería una novela que lo que documenta es mi manera de ver, interpretar e inventar la realidad, que es un poco lo que cualquiera de nosotros hace a diario: ver, interpretar e inventar.

Por supuesto, algunas de las personas implicadas en la trama, personas que se han visto reflejadas porque aparecían sus nombres y apellidos, no lo han tenido tan fácil como yo. Las ficciones tienen un efecto extraño en la gente si de algún modo se ve reflejada en ellas. Uno se quiere ver guapo, bien vestido, como en una fotografía de boda, pero la ficción es traicionera y nunca consigue presentar una imagen a gusto de todos. Lo malo es que no existen los héroes de una pieza, tampoco los finales enteramente felices.

¿Qué compartes con W. G. Sebald, su eclecticismo literario en una misma obra, las reflexiones que realizas de la condición humana, su tardía vocación, el viaje como búsqueda…por qué Sebald esta vez?

Sebald es uno de los últimos escritores de su estirpe, escritores que aspiraban a algo más que a contar sus estados de ánimo o sus rollos sexuales. Su peculiaridad fue trazar un camino hacia la Historia utilizando una trayectoria diferente. No quiso apoyarse en los hechos más obvios, en las grandes gestas, sino en todo aquello que permanece en los márgenes. Y eso le proporcionó una humildad a ciertas cosas que por regla general quieren acaparar la atención mayoritaria, como si tuviesen más derechos que nadie.

Con El otro mundo también intenté encontrar una nueva vía. En 2004, Estados Unidos se encontraba en un momento particularmente importante, pero yo decidí darle importancia a cosas en apariencia banales y no a los hechos que todo el mundo consideraba decisivos. Me importaba más la lucha de una profesora con sus alumnos o la desaparición de una persona que las elecciones presidenciales; me importaba más la determinación de una madre ante un hijo difícil que la guerra de Irak… Fue una forma de acercarme a Sebald, con su peculiar camino a la Historia a través de acontecimientos diminutos.

Me gustan todas esas pequeñas historias que vas intercalando en el recorrido de tu escritor, casi diríamos tiras ensayísticas donde la visión del mundo se amalgama con la experiencia propia de autor/personaje y a la vez se nos hace cercana, porque muchos hemos vivido experiencias parecidas o conocido a personas curiosas, a poco que se salga y se viva en otros mundos. ¿Quién es Lyudmila Pronek? ¿Persona o personaje? ¿Juegas con el lector?

Lyudmila Pronek es un personaje de ficción que aparecía en Construyendo Babel y que en El otro mundo vuelve a aparecer, ahora como un personaje real reclamando sus derechos ante el autor que le dio vida. Está delineado a partir de una persona real a la que, sin embargo, no he conocido jamás y que también menciono en este libro: Tatjana Stankovic.

La confusión que se establece entre realidad y ficción pretende recordarnos que incluso cuando leemos hay una responsabilidad por nuestra parte. Una novela puede ser un artefacto, como una bomba, que podemos utilizar de muchas maneras ante los demás.

Me parece bien que, cuando se habla sobre literatura, uno pretenda invitar a la gente a leer un libro en particular y que lo haga demostrando que cualquiera puede hacerlo porque no requiere esfuerzo y es fácil. Mi novela no es difícil de leer, creo, pero también quiere recordarnos que, si escribir es un oficio extraño que te expone a muchas cosas (como que la realidad se rebele contra tus ficciones, o viceversa), leer no es un simple pasatiempo, es una actividad que nos coloca en el mundo de un modo diferente aunque no sepamos cuál.

Blanca Vázquez
El gusanillo de los libros
http://elgusanillo.blogspot.com

Blanca Vázquez

Blanca Vázquez Fernández (Euskadi, 1962), formación en economicas, empresariales y contabilidad. Colabora con revistas digitales de cine y literatura (larepublicacultural.es, miradasdecine.net, judexfanzine.net, cinencuentro.com). Ha colaborado en el ensayo de cine "Ellos y ellas", junto a Hilario J. Rodríguez y otros autores, de próxima publicación.

2 Comentarios

  1. Con todos mis respetos, en esta novela el autor derrapa mucho. La historia de los correos con la chica de vida airada no es creíble, tampoco los diálogos con su suegro, ni la historia de iniciación en Africa, todo muy literario, no vital ni real. Además, este libro supone un retroceso claro de calidad y humanidad respecto a Babel. ¿Y acaso la ex-mujer no ha protestado? El libro parece un ejercicio de castigo hacia ella.

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