«No se lo cuentes a nadie»: Un buzón lleno de correspondencia entre amigas

Dicen que quien recibe una carta manuscrita de un amigo puede considerarse afortunado, ya que es la demostración de que el vínculo entre ambos es fuerte. La dedicación que requiere el escribir, la atención para escoger las palabras adecuadas y saber seleccionar aquello que se considera importante contarle al otro, nace del deseo de comunicarse y de estar junto al destinatario, algo que se repite cuando la misiva llega y éste reproduce con su lectura lo escrito.

Esmeralda Berbel, impulsada por el entusiasmo primero de Lydia Zimmermann y luego de Cristina Peri Rossi y las demás involucradas, tuvo la idea de recoger la correspondencia de diez escritoras. O, lo que es lo mismo, cinco diálogos de ida y vuelta que se prolongan durante un año. Además de las citadas, Diana Patricia Decker, Liliana Heker, Elena Bossi, Isabel Nuñez, Elena Vilallonga, Alejandra Costamagna y Andrea Palet llenan, con sus cartas, el buzón de No se lo cuentes a nadie (Demipage).

Esmeralda Berbel

Esmeralda Berbel (foto: Demipage)

Expones, en el prólogo del libro, dos cosas que me parecen muy significativas. La primera es el hecho de que, para la mayoría, el género epistolar sea la primera toma de contacto con la creación escrita puramente literaria. En tu caso, ¿ha sido un reencuentro o siempre ha estado presente en tu vida?

Sí,  la carta, como el diario, es una de las primeras formas de escritura literaria. Me recuerdo de adolescente escribiendo largas cartas o postales que apuraba hasta la orilla del sello. En principio mi necesidad de escribir tenía que ver con mi necesidad de comunicarme, es a posteriori que te vas dando cuenta de que eso puede ser un género literario. En este proyecto de escribirse, de conversar, la carta ha sido un reencuentro por la frecuencia y la intensidad.

La segunda cuestión, que me parece decisiva, es el conflicto que puede surgir al hacer público un texto que, en su origen, es de carácter privado, como lo es una carta dirigida a alguien. Con No se lo cuentes a nadie se pone en juego una contradicción: las autoras ya saben que estas cartas se van a publicar, por lo que el lado íntimo, en muchos casos, podría quedar disfrazado. ¿Consideraste un reto para las diez autoras que habéis participado ese juego literario en el que se rompe la intimidad?

Para mí el reto fue escribirme con Lydia, hablarle de mi vida y que la escritura tuviera el mismo valor literario que un buen relato. El conflicto vendrá más tarde si es que viene. Toda escritura tiene algo de desquite, escribo porque hay cosas que no puedo decir de otro modo y que las necesito decir. Mi percepción acerca de las escrituras privadas dio un giro radical el día que la catedrática Anna Caballé, dijo en una de sus magistrales clases: “Imaginar que la vida fuera siempre contada solo desde la ficción”. Y recordé lo importante que fue para mí la lectura de los Diarios de Anaïs Nin, de Virginia Woolf, de Christa Wolf y recientemente los de John Cheever. Contar la vida es un riesgo, no sé cómo nos mirarán ahora que nos hemos desnudado, que somos menos misteriosas y que esa línea entre la escritora y la narradora es tan frágil que casi ni se percibe.

El propio título del libro ya invita al juego íntimo y a la privacidad de los textos. Creo que hay una parte de desnudez en estas cartas que nos permite conocer a sus autoras, aunque como escribe Cristina Peri Rossi acerca de los diarios, “no me creo que uno no se mienta a sí mismo también, aunque sea de manera inconsciente”. ¿Crees que, por amistad o por el simple hecho de dirigirse a otra persona, la sinceridad ha predominado en los escritos?

Como escritora de diarios creo que la intención que prevalece en el género es la de no mentir, claro que eliges qué cuentas y qué no cuentas, pero no mientes, ¿por qué engañarse a sí misma cuando no hay nadie que mira la escritura? Al menos yo no lo he hecho. Por eso están bien guardados.

Creo que sí, cada una en su naturaleza, más o menos íntima, ha sido sincera.

Ya desde la escuela se aprende a moldear las palabras partiendo de experiencias propias (las típicas “redacciones de colegio”). Siempre he considerado que “la carta” vendría a ser el siguiente paso antes de manejar la ficción, porque te diriges a “alguien que lee”. ¿Lo ves como el proceso lógico?

Juan Marsé cuenta que una vez su maestro le mandó escribir una redacción sobre el almendro en flor y que él empezó a escribir sobre la nieve en una montaña azul. El maestro le puso un cero. En el fondo, dice, yo estaba hablando del almendro.

Eso es lo que pasa aún en muchas escuelas, las redacciones o los temas están demasiado pautados, el niño no puede hacer asociaciones libres, ni dejarse llevar donde la imaginación le lleve. Sería un proceso lógico si en vez de coartar se respetara más el proceso creativo.

¿Cuál fue el proceso para darle forma al libro?

Acababa de publicar un libro de diarios con varias autoras y para mí fue un reencuentro con el género, además el diario siempre lo he escrito a mano y se me despertó el deseo de volver a aquella forma de conversación de antes, comprar sobres, sellos, ir a correos, esperar, leer al otro, pensar en el otro, en mi vida, pero no sabía qué forma darle. Cristina Peri Rossi se entusiasmó tanto con la idea y fue tan amable que pensé que mi deseo no era tan descabellado. Quise unir lo maravilloso del lenguaje de allá con el de acá. Convoqué a cuatro escritoras y que ellas eligieran a su destinataria para escribirnos durante un año. Fue un privilegio que aceptaran

¿No percibes un interés editorial en la publicación de obras de género epistolar?

Lo percibo como un auge en todos los géneros llamados «las escrituras del yo». Son géneros muy cuestionados y que sin embargo poseen un gran valor literario, además de ser un registro de los días, del tiempo, de la historia.

¿Te has visto sorprendida por los textos de alguna de las escritoras que han intervenido? ¿Te ha ofrecido alguna de ellas una imagen diferente a la que tenías concebida previamente, como persona o por su estilo narrativo?

Antes de convocarlas leí de ellas todo cuanto cayó en mis manos, así que ya estaba sorprendida antes. Me he enamorado aún más de su escritura porque es la más personal. Entre las líneas puedes irte bien lejos con ellas, conocer sus casas, sus lecturas, llegar hasta su mesa de escritorio e imaginar cómo escriben mientras duermen a sus hijos o ponen el reloj para que no se les queme la comida mientras teclean. Me he sentido gratamente sorprendida.

No conozco la obra de todas las que han intervenido pero, ¿dirías que podemos encontrar sus voces literarias en estas cartas?

Creo que sí. El lector, lectora, reconocerá en No se lo cuentes a nadie las voces de estas excelentes autoras.

Aunque en los diálogos se abordan diferentes temas, me ha parecido interesante que, entre algunas de las autoras, aparezcan referencias paralelas. Los sueños, los recuerdos, autores como Stefan Zweig o Enrique Vila-Matas, la poesía, el cine… Incluso Niña errante, el volumen epistolar entre Gabriela Mistral y Doris Dana, que podría ser un referente previo. Esa “experiencia común” ¿la ves como otra de las características que le da unidad al libro, además de su formato?

Los sueños, los recuerdos y los autores clásicos son inherentes en nosotras. Leer poesía o hablar de arte es parte de nuestro oficio, es una experiencia que nos une, nos reconocemos en la voz de Mistral, Zambrano, Duras o Stefan Zweig.

En el caso de tu correspondencia con Lydia Zimmermann,  surge esa idea de las cartas que nos acompañan, no sé si como reemplazo de la presencia física de la persona que nos escribe, pero me parece una idea muy entrañable de la amistad, cuando leemos que Lydia lleva tus cartas en el bolso durante un tiempo antes de responder, algo que se ha perdido con el uso de otros medios para comunicarse. Tras esta experiencia, ¿has vuelto a convertir en costumbre escribir misivas en papel y utilizar el servicio de correos convencional?

Durante el tiempo que duró el proyecto la carta era una presencia física, palpable, con olor y un sabor a antiguo. Mi amiga Lydia es muy paciente y tardaba más que yo en responder, que soy muy impaciente, y ese juego con los tiempos lo hemos disfrutado como algo único, casi transgresor, y no sé, ella dice: ahora vendrán otras cartas, esas que no publicaremos. Quién sabe qué forma o género vendrá ahora, lo cierto es que de una manera u otra la escritura será de nuevo un privilegio y unas transgresión como lo es escribir o escribirse.

Cristina Peri Rossi

Cristina Peri Rossi (foto © Inés Marful)

¿Cómo te llegó la propuesta para participar en No se lo cuentes a nadie y por qué decidiste mantener este diálogo epistolar con Diana Patricia Decker?

No “decidí” mantener este diálogo epistolar con Diana Decker a partir de la propuesta de libro. Con ella mantengo una correspondencia continua, intensa, desde hace muchos años de modo que cuando Esmeralda Berbel –a quien no conocía- me propuso el proyecto, se trataba, para ambas, sólo de continuar esta correspondencia epistolar con la misma intensidad y frecuencia con que lo hacemos sin libro. Nos conocemos hace muchos años, mantenemos una amistad íntima y nos hemos visto varias veces, ya sea en Washington o en Barcelona; además, ha traducido dos libros míos de poemas: Evohé y Babel bárbara. Con este último, obtuve el premio al mejor libro de poemas extranjero en USA.

Yo soy adicta a la escritura de cartas, quizás porque tengo una gran necesidad de expresión y de comunicación; no necesito diez mil amigos en Facebook (no uso redes sociales); necesito, en cambio, tres o cuatro amigas muy íntimas, confidentes. Por suerte, ellas también me necesitan a mí con el mismo grado de sinceridad.

Dices en una de tus cartas que no crees en los diarios porque siempre acaba uno mintiéndose a sí mismo. Lo de las misivas, ¿no viene a ser lo mismo, más aún tratándose de un proyecto que no va a quedar en lo privado?

No nos mentimos a nosotros mismos sólo en los diarios, lo hacemos también en la vida real.  Intentamos dar la imagen de nuestro yo idealizado; ocurre que ese yo tan exigente se viene abajo en la vida cotidiana, en las relaciones más íntimas, allí donde las pequeñas mezquindades, las ruindades, los egoísmos no se pueden ocultar todo el tiempo. Ese lado oscuro aparece también en la amistad y la prueba de fuego es aceptarlo. Por ejemplo, en una de sus cartas, Diana reconoce su goce perverso ante el accidente mortal de una mujer celosa, y es tan sincera como para admitirlo. Y yo tengo que quererla porque no me engaña, no me lo oculta.

Siempre temo, cuando leo una novela epistolar, esa falta de espontaneidad que se detecta en los volúmenes que recogen cartas que sí han sido escritas con carácter privado para una persona. ¿Hasta qué punto te preocupó el hecho de que la correspondencia fuera a ser leída por más gente?

Dado que mantenemos correspondencia íntima desde hace muchos años, el proyecto de Esmeralda sólo consistía en publicar la correspondencia habitual, no estaba “a propósito” para el libro. Diana aceptó enseguida. A mí no me preocupó en ningún momento que la correspondencia fuera a publicarse. Escribo lo que siento, y vivo como siento (frase robada a Alfredo, en La Boheme: “Sono un poeta. Que cose fatto, scrivo. E como scrivo, vivo”. Cuando escribo una carta sólo pienso en su destinataria, nunca en qué ocurrirá después con la misiva. Tampoco pienso en los lectores cuando escribo un poema o una novela. Diana me dijo que conserva una carta mía de 97 páginas manuscritas. No me planteo qué hará con eso. Una vez que envío una carta, es propiedad de quien la recibe. Julio Cortázar y yo también tuvimos una abundante correspondencia, y recuerdo que a los pocos días de su muerte, un profesor vino a verme porque quería editar un libro con toda la correspondencia de Julio y me pidió las cartas. Le dije un no airado, rotundo. Luego se publicaron un par de volúmenes con las cartas de Julio,  pero faltan las que me escribió a mí. No me las escribió para que yo las publicara, aunque respeto la decisión de quienes sí lo hicieron.

Me arriesgo un poco más, ya que tienes la ventaja de la autoría: ¿Te esmeraste estilísticamente para lograr algún efecto en el lector, o la Cristina Peri Rossi que leemos en estas cartas es la auténtica?

“El estilo es el hombre al que le escribo”, dijo Foucault. Mis cartas a Diana no son iguales estilísticamente a las que  escribo a otras corresponsales. Pero todas son auténticas. Del mismo modo, algunos de mis libros de poemas o de relatos son intensamente líricos, y otros, irónicos, mordaces, satíricos. No me gusta tener un solo estilo. El estilo es el de cada libro, no el de la autora, que puede variarlo según el efecto que quiere provocar en el lector, o según el lector a quien se dirige. Pero puedo afirmar rotundamente que el estilo de las cartas a Diana que se han publicado en No se lo cuentes a nadie (el título lo propuse yo) es el mismo de todas las que no se han publicado. A veces ella se ríe y dice que podría editar un par de libros sólo con mis cartas. En mis cartas soy tan auténtica como en mis libros: nunca he escrito una sola línea para complacer a un editor o para ganar dinero.

En tu correspondencia con Diana hay dos asuntos que, precisamente por su privacidad, pueden sorprender a quien crea que se trata de un juego de intercambio de ideas puramente culturales: el duelo tras una pérdida (en tu caso, una separación amorosa) y la soledad. Y aquí entraríamos en tu propia obra. ¿Te resulta más cómodo abordar estos temas personales desde la ficción donde, tal y como nos recuerda Diana, expones en pequeñas dosis tu autobiografía?

En mi obra literaria el tema de la soledad urbana y el tema de las pérdidas es bastante frecuente, ¿cómo no lo iba a ser en mi experiencia vital, por tanto, en mi correspondencia? Y quien crea que este libro es “un juego de intercambio de ideas puramente culturales” tiene un prejuicio: una idea preconcebida sobre el libro, lo cual suele ser muy frecuente, especialmente cuando se trata de autoras (por favor, no escribir “féminas”). Lo autobiográfico en mi obra se reviste de ficción muchas veces; otras, no. Pero hay que recordar que hasta la poesía del yo es ficción, porque el yo que escribe nunca es todo el yo. He terminado una novela en el mes de julio: Espejos circulares, muy autobiográfica; solamente he cambiado los nombres de los personajes. ¿Se dirá entonces que mi obra es excesivamente autobiográfica? Posiblemente los hombres sean menos intimistas cuando escriben cartas o cualquier otra manifestación literaria, por cierto pudor machista (recordar los agravios de Naipul a la literatura escrita por mujeres), en cambio no tienen el más mínimo pudor en escribir sobre guerras, violaciones, todo tipo de agresividad testosterónica.

¿Cómo has leído al resto de tus compañeras? ¿Te han sorprendido en algún aspecto?

Leí la correspondencia de las otras escritoras cuando el libro fue publicado, no antes, y recibí una grata sorpresa con Liliana Hecker, buena narradora, porque su estilo, mucho más abundante que el mío, más barroco, digamos, me hizo recuperar esa calidez, esa libertad que suele tener la prosa que se escribe en América Latina; el placer de leer. La verdad que me gustó muchísimo leer el libro, me parece muy original y muy demostrativo de la verdadera cultura femenina, que es totalizadora: abarca lo público y lo privado, no parcela, no compartimenta.

Por cierto, ¿guardas tu correspondencia? ¿Haces relectura del pasado a través de las cartas que has enviado y recibido?

Antes de que existieran los emails nunca guardé una sola carta escrita por mí: las envié todas, de lo contrario, las rompí. Pero desde que existen, están guardadas en mi dirección de correo. No acostumbro a releerlas, con alguna excepción; en los conflictos sentimentales el archivador es muy útil para saber qué dijimos y qué nos escribieron. Y en las propuestas de los editores. También conservo el historial de messenger. Las cartas que recibo las conservo, aunque no suelo releerlas. Sólo borro los emails intrascendentes. Me provocaría una sensación horrorosa de destrucción romper cartas o borrar emails. La escritura es una lucha contra la devastación devoradora del tiempo, que es muerte, de modo que conservo hasta el último papelito que me escribió un amigo. Ahora bien, dos exilios padecidos más numerosas mudanzas son tan devastadores casi como la muerte.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

2 Comentarios

  1. Muy interesante y que excelente idea tuvieron. Si es cierto que estamos en la era digital y ya todo se maneja con mensajes de texto que es mucho más rápido y fácil pero también las cartas es algo que nunca pasará de modas, antes era con la intención de poder comunicarse, ahora se realizan con propósito romántico

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