Philip Hoare, en el vientre de la ballena

Leviatán o la ballena (Ático de los Libros) se está convirtiendo en todo un acontecimiento literario en España, que va más allá de los ecos mediáticos. Su autor, Philip Hoare, ha sabido conjugar en esta densa y amena obra didáctica, su pasión por la literatura, el arte, la vida y las ballenas y, así, ofrecer al mundo uno de los libros más apasionantes de los últimos años. Hoare ha escrito el mejor libro sobre las ballenas desde Moby Dick. Mejor aún, se apoya en la obra de Melville para que conozcamos la historia de estos mamíferos y su, hasta hoy, injusta y trágica relación con el ser humano.

Tienes dos pasiones en tu vida, Noël Coward y las ballenas. ¿Cómo respondes a esto?

Pues es interesante eso que dices, porque hará un año encontré un libro que hice a los catorce en el que había pintado ballenas. En él también incluí imágenes de los años ’20, con gente fumando, con las poses clásicas de la época. Al recuperarlo me di cuenta de que esas eran mis obsesiones juveniles, ese libro era una premonición de mi carrera como escritor. Aunque parezcan opuestas, alejadas entre sí, están unidas por la forma en que me fascinan las historias de las gentes y los animales. Cuando era niño solía disfrazarme con el típico bombín inglés, un bastón y un abrigo, como si fuera un gangster. Estudiaba en un colegio religioso, así que solo Dios sabe en lo que me convertí. Sin embargo, no tuve problemas con mis compañeros, les resultaba divertido.

En tu vida siempre ha habido una conexión muy fuerte con las ballenas, te han ido persiguiendo. ¿Has logrado conocerlas a fondo?

Ahora sé menos de las ballenas que cuando empecé a estudiarlas. Al aproximarte a ellas te expones a muchas paradojas, desafían nuestro entendimiento. Son los animales más grandes del mundo y sin embargo apenas se pueden ver. Lo único que vemos es una aleta, la cola, el morro, el chorro que expulsan, que en realidad es una nube de aire, lo más parecido a la nada. Es perturbador y me veo obligado a entender la realidad de estos animales.

Philip Hoare (Foto: Ático de los Libros)

Leviatán o la ballena puede entenderse como un cuaderno de bitácora siguiendo la novela Moby Dick y empleando también la biografía de Herman Melville…

Es casi como una guía para tramposos a los que no les apetezca leer Moby Dick, pero que quieran presumir de conocer la historia (risas). Debemos entenderlo, no todo el mundo tiene tiempo de leer un libro de setecientas páginas. Leviatán o la ballena sería un «Todo lo que quieres saber sobre…» (risas). Por supuesto, está inspirado en el espíritu de Melville y en su manera artesanal de trabajar. Si Melville escribiera ahora la novela, las busquedas en google interferirían en su método, acabaría atrapado en una disgresión que le llevaría a otra y a otra… Es lo que sucede con internet y los buscadores, no acabas nunca. Algo que me sorprendió mucho de Melville es la cantidad de textos que copió de otras fuentes, por supuesto, sin pedir permiso. ¡Era un plagiario como la copa de un pino! Lo hacía como si, en la actualidad, escribiera copiando directamente de la wikipedia…

¿Cuantas veces has leído Mody Dick?

Déjame pensar… Creo que cinco, aunque quizás te esté mintiendo, tal vez sean tres, pero como es tan largo, me parecen más (risas).

Hay un paralelismo evidente entre tu libro y el de Melville, siguiendo la estela de la novela…

Sí, el alma de Moby Dick me atraía. Y en especial el personaje de Ismael. El primer capítulo, que es fantástico, habla sobre la atracción al mar. Es una invitación pero también una amenaza. Trata de ese misterio y de lo importante que es para nosotros. Todos procedemos del mar, es el elemento que nos da la vida, pero casi negamos su existencia. Ahora mismo estamos apenas a un kilómetro de la playa y hay gente que se sorprendió cuando lo primero que hice al llegar a Barcelona fue preguntar dónde podía ir a nadar.

Precisamente tu obra se inicia con ese acercamiento al mar y explicas tu miedo al agua…

Aún le tengo miedo. Nado siempre cerca de la costa de Southampton, me la conozco de memoria. Pero cuando entro al mar lo que me da miedo es lo que hay debajo. Es una cuestión de aceptarlo y vivir con ello.

El tuyo es un libro inclasificable. Hay quien dice que se trata de un ensayo, otros que se acerca al reportaje, al tratado literario, al texto sobre zoología… Pero, en definitiva, no se entiende sin ver claro que se trata de una novela.

Absolutamente. Me gusta que la gente lo lea así. No hice ninguna estructura cuando lo escribí, no tenía un índice ni una escaleta para guiarme, quería que fuera una historia similar a la que podría contarle a un amigo, con referencias a lecturas, lugares para visitar, cosas que ver, pero no hay un planteamiento esquemático, sino una narración libre, lejos del típico «A, B, C». Entendí que debía ser de esta manera porque las historias reales, cuando nos suceden, surgen en forma de episodios. Rechazo la noción de la escritura objetiva porque todos somos humanos y, si escribimos, debemos hacerlo desde nuestra participación activa, partiendo de las vivencias con lo que nos rodea, pero sin olvidar la perspectiva general. Por ejemplo, cuando escribo sobre experimentos científicos puedo fantasear recreando sus efectos a gran escala.

Grabado de autor desconocido

¿El arte ha tratado bien a las ballenas?

No. Se empezó mostrándolas como monstruos, cuando aún se creía que la Tierra era plana. Luego, como proveedoras de sustancias industriales, con retratos horribles, hinchadas de gas, en estado de descomposición… El propio Melville dio una descripción muy equivocada de ellas. No nos acercamos a la realidad hasta que pudimos verlas bajo el agua. Para entonces el hombre ya veía el planeta Tierra desde el exterior, por lo que estamos hablando de un descubrimiento muy reciente. Aún me sorprende que una especie con más de cincuenta millones de antigüedad y tan inmenso, no haya sido estudiado hasta hace unas décadas.

Me ha gustado mucho la descripción que haces de las labores en los balleneros y, en especial, del puerto de New Bedford (ya aparecía en Moby Dick) que, en el siglo XIX, se convirtió en enclave de estas embarcaciones. Es un lugar que ha logrado vivir, precisamente, de esta fama. Como Melville, también te embarcaste en uno de estos barcos.

Está claro que Melville escribió su novela para dotar de romanticismo a la industria ballenera, que siempre había sido considerada como «sucia», de baja categoría. Quiso aportarle épica. En cierto modo, pensamos en los cazadores de ballenas casi como caballeros medievales enfrentados a un dragón. Así los mostró Melville. Pero, en realidad, eran muchachos de dieciseis años que cargaban un arpón en la proa para tratar de matar a un animal de treinta metros. Ya puedes imaginar la tragedia cuando se desmayaban o perecían devorados.

Imagen de narvales (Foto: Wikipedia)

Confiesas que tu ballena favorita es la narval.

Las narvales son animales legendarios que contribuyeron a construir la leyenda por sus largos cuernos. Precisamente se comercializaban estos apéndices como si fueran de unicornios. A la reina de Inglaterra le llegaron a regalar uno que, literalmente, valía un castillo. También les atribuían poderes curativos para la melancolía, lo que dota a esta especie de una extraña y bella tristeza. A eso ayuda mucho su nombre, que en nórdico antiguo significa «ballena muerta». Me gusta su belleza gráfica, que simboliza lo extraña que resulta la variedad que ofrecen las ochenta y cinco especies de ballenas que se conocen. Procuro coleccionar avistamientos de todas ellas. En la Bahía de Vizcaya logré ver la número veinte.

¿Es cierto, como explicas en el libro, que te orinaste en tu primer avistamiento?

Sí. Y, la verdad, no debería resultar extraño. Se dirigió a mi. Yo sabía que las ballenas no disponen de buena visión, porque tienen los ojos en los laterales de la cabeza. Pensé que no me vería o que, en el último momento, abriría la boca y me engulliría. Noté el sonido de percusión que emitía, la manera en que me escaneaba. Más tarde lo encontré irónico: Cinco años tratando de describir una ballena y ella lo hacía conmigo en apenas unos segundos. Y lo único que se me ocurrió fue pedirle perdón. No sólo por lo que hemos hecho con su especie, si no también por orinarme en su casa (risas).

Imagen promocional de "The cove" (© Lionsgate)

¿Cuándo acabará la guerra que mantenemos con estos animales indefensos?

Creo que jamás. Los japoneses están decididos a seguir con la caza. No hay nada que pueda detenerles, siempre abusarán de ellas. Pero nuestro deber es seguir intentando ponerle freno a esto. En cien años, cuando se sepa traducir su lenguaje, no querremos saber lo que han estado diciendo de nosotros. Será demasiado horrible.

Obras como la tuya o la película The cove, sobre la matanza de delfines en Japón, permiten que haya una mayor conciencia y se conozcan estos crímenes.

Sí, pero es predicar ante gente ya convencida. En Japón no importa, no les interesa saber nada de lo que ocurre. Y la población tampoco se da cuenta. Lo importante es educar a los ciudadanos japoneses para acabar con esos hábitos. Pero no olvidemos que la nuestra es una posición arrogante. En la Segunda Guerra Mundial, las potencias internacionales les lanzaron bombas atómicas y los aliados les «invitaron» a convertir su fuerza naval en balleneros. ¿Con qué moral pretendemos concienciarles ahora, cómo pretendemos aleccionarles, cuando se les permitió, para su propia subsistencia, recurrir a las matanzas de ballenas? No sé hasta que punto tenemos derecho a eso.

¿Piensas seguir escribiendo sobre las ballenas?

Todos mis libros son como hijos, niños pequeños… Una vez crecen, los mandas al mundo, sigues sus carreras, sus vidas… Y en algún momento vuelven a ti y te piden atención, como en el caso de Leviatán o la ballena. En este momento es la causa, lo que me reclama mayor dedicación.

Y te está dando muchas satisfacciones…

Me siento muy halagado por todo lo que han dicho del libro y de mis anteriores trabajos. W. G. Sebald me escribió una carta de admiración y pensé que era una broma. Era como si me escribiera E. M. Forster. Estuve carteándome con Sebald y fue una tragedia cuando falleció. Estoy convencido de que hubiera ganado el Nobel. Lo que aprendí de él me permitió escribir con libertad.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

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