Pilar Vera: “La escritura de uno es lo que lee”

La periodista y escritora gaditana Pilar Vera debuta en el mundo de las letras con Cámara oscura (Paréntesis Editorial) , que podría definirse como un compendio de relatos de corte fantástico solo si se acepta el sentido más amplio de los conceptos relatos y fantástico. Con personajes como Ann Perry, Henry Wilcox y Seamus MacThorpe, Vera presenta su imaginario de raíces nórdicas, un mundo que encuentra extensión tanto en Facebook como en Scrapbook, una de las bitácoras que mantiene. La autora presentó Cámara Oscura en Madrid en compañía de Luis Alberto de Cuenca, y repetirá el 24 de noviembre en Cádiz junto a Óscar Lobato.

En la presentación de su libro en Madrid, Luis Alberto de Cuenca comentó con cierta sorpresa que Cámara oscura no es literatura española, sino anglosajona. Al margen de la satisfacción que le pueda producir el comentario, ¿es un hecho intencionado, es transferencia geográfica, o inevitable?

Es que este libro tiene un cierto tipo de humor, de temas, y una cierta manera de contar las cosas que es más común en el mundo anglosajón.  Igual que uno es lo que come, la escritura de uno es lo que lee.  O lo que más lee.  Yo tengo, además, uno de los mayores casos de ‘transexualidad cultural’ que conozco.  Lo que me da pellizco no es nada de lo que se supone debería dármelo. Me resbala –o directamente, detesto- todo lo que, culturalmente, debería serme cercano.  Ni el carnaval, ni el flamenco, ni el verano, ni la extroversión, ni la manera de divertirse… Nada.  En cambio, puedo disfrutar muchísimo en verde, en frío, comiendo salmón en pan de soda en un pub de Donegal, escuchando unos reels o paseando por playas siempre grises.  Y leyendo a Saki, a Bradbury, a Susana Clarke, a Joyce Carol Oates… En fin, ¿qué le voy a hacer? Se equivocó la cigüeña, se equivocaba.

El inglés, por cierto, es un lenguaje más rico para definir la soledad. Y sus personajes parecen solitarios sorprendidos que sonríen -a veces- en busca de su sentido. Pienso en Kate Simpkins, de Némesis…

Para nosotros, la soledad tiene indudablemente mala fama, está estigmatizada. El que está solo, está enfermo. Si a uno lo invitan a salir y dice que le apetece pasar un rato a su bola, ya es sospechoso, o de evitar a esa persona, o de no decir la verdad, o de ser rarito… Y sí… en inglés hay –al menos que yo recuerde- dos palabras para definir la soledad. Está loneliness, que es la soledad mala, la que uno no quiere y se ver forzado a aceptar, y solitude, que es el tipo de soledad que uno busca cuando está en casa, escuchando música, haciéndose un guiso lento de cuchara…  Muchos de mis personajes buscan la soledad, o están solos. Algunos, buscan su espacio para reafirmarse: la soledad sería como la jaula de mudas de algunas aves, ¿no? El tiempo de cambio, de crisálida. Y para otros, esa soledad es algo connatural a su condición de extraños, de diferentes.

Se dice –usted misma lo suscribe- que muchos de los autores británicos del XIX hoy serían guionistas de televisión. Los giros inesperados e improbables que hacen que sus historias eclosionen son también muy cinematográficos ¿Voluntad de estilo o influencia?

Siempre se dice de Dickens, ¿verdad? Y es absolutamente cierto, aunque sólo sea por la estructura de lo que hacían, que eran seriales… Y sabían qué temas tocar, cómo hacerlo, qué pedía o preocupaba al público, tenían pinceladas de humor, metían ‘ganchos’ al final de los capítulos… en el caso de Dickens –que, realmente, pasó una infancia a medio camino entre la de Oliver Twist y La pequeña Dorrit-, se unía, además, una fuerte conciencia de clase: sabía que su deber era denunciar y concienciar.  La influencia cinematográfica en Cámara oscura es clara, sí: para mí contar es contar, independientemente del medio. El cine, la televisión, son también fuentes narrativas tan válidas como un libro y presentan muy bien las historias.

Cámara oscura es producto de un lustro de trabajo, aunque el orden de los cuentos en el libro no es cronológico…

¡Y de un trabajo, en principio, no consciente! En Cámara oscura hay anticuentos, microcuentos, historias escuchadas en viajes, relatos convencionales… Y aquí están reunidos siguiendo un cierto orden temático, que me parecía mucho más atractivo.

… Y entiendo que ese lapso de tiempo hace que su libro no sea de un solo género ni busque necesariamente un perfil concreto de lector.

Tal vez sea por aquello de que los árboles no te dejan ver el bosque, pero yo soy incapaz –incapaz- de encuadrar estos cuentos. Dentro del género fantástico, sí… pero tampoco dentro de lo fantástico convencional… Y, por supuesto, no hay perfil de lector. Es el tipo de libro que a mí me hubiera encantado leer con trece años, pero también con veinte, con treinta, y que probablemente me encantaría leer con ochenta. Y que puede gustar –pienso- a personas que vayan buscando cosas muy diferentes: quien busque fantasía la encontrará, pero también quien busque echar unas risas, o a quien le gusten las historias de superación…

Muchos de sus cuentos son invernales. Lou Reed, en algunos de sus discos –New York, por ejemplo-, incluye recomendaciones de cómo debería ser escuchado. ¿Cómo debería ser leído Cámara oscura?

Pues con lluvia, imagino, y enormes calcetines y olor de chimenea. Y si tuviera que ponerle música, sería el Ghostland, de Goblin Market.

El invierno, y también el paladar. “Delicia de grosella, pastelito de canela”, enumera Tom Waits en una de sus relatos. Es poco habitual que se invoque al gusto y al tacto para crear un escenario…

Mmmm… pues debería hacerse, ¿no? Uno tiene cinco sentidos, no dos.  Es cierto que suelo hablar de comida en casi todos los relatos. Porque soy una zampona, desde luego. Pero también, por esa cuestión mágica de tierra de hadas: era una de las normas del otro mundo, si comías algo de lo que te ofrecían las hadas, ya no podías salir de allí, o volvías a tu casa tres siglos después… o como le ocurrió a Perséfone, que se quedó en el Hades al tomar tres granos de granada…

Muchos de los relatos que componen Cámara Oscura comienzan con una frase, un axioma del que se desprende toda la historia. No obstante, vivimos en una época en que muchos discursos son poco más que variaciones sobre un mismo slogan. ¿Por qué nos empeñamos en limitarnos?

No sé si entiendo bien la pregunta… pero intentaré contestarla. Siempre se ha dicho que hay una similitud muy grande entre tejer y escribir. De hecho, palabras como tramar o urdir saltan directamente del telar a la maquinación… y luego está ese estado hipnótico, fascinado, que logra tener el que teje y el que cuenta una historia. El inicio de todo cuento es, por supuesto, el cabo del hilo. Se tira el cabo y tú vas siguiendo la madeja… En la primera frase siempre explico el cuento. Doy una pista, digo: vamos a hablar de esto. Después ese embrión puede desarrollarse de maneras nunca pensadas, pero en esencia, en núcleo, es de eso de lo que vamos a hablar. Como esas bolitas chinas de papel, que se meten en el agua y, de repente, se transforman en una grulla. Y creo que dar esa pista es, en realidad, algo evocador: yo tomo uno de los caminos de la trama, pero tal vez tu mente –mientras cuento la historia- esté trabajando ya en otros caminos, en otras invitaciones sugeridas por esa primera pista… Y ahora no sé si me explico yo.

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