Qué leemos cuando leemos «Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios», de Rubén Martín G.

Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios.
Rubén Martín G.
Ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera
Alpha Decay (Barcelona, 2011)

¿Quién es Rubén Martín G. (más conocido como Cuaderno Célinegrado)? ¿Y qué es Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios?

Bien: Rubén Martín G. es ni más ni menos que el autor del blog Cuaderno Célinegrado y de la ¿nouvelle? ¿ensayo? ¿estudio crítico-paranoico? Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios. Y éstos son los motivos por los que quiere ser conocido (suponiendo que lo quiera).

Rubén Martín es un personaje extraño: una rara avis del mundo editorial. Su figura es tan omnipresente (cuando me hice una cuenta en Facebook lo veía entre los contactos de todos mis amigos, parapetado tras la misteriosa efigie de un simiesco monstruo peludo) como elusiva, de un modo parecido al de Pynchon, pero sin voluntad alguna de epatar o hacerse notar mediante el ocultamiento. A Rubén Martín, simplemente, no le interesa demasiado lograr la fama. Quizá porque ha reflexionado mucho sobre ella y sus consecuencias. Ése es, de hecho, el tema central de la primera parte de su libro.

Porque, en fin: ¿qué es, pues, Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios? Para empezar, es un debut tan inusual como brillante. Es una original mezcla de novela policial, epistolar, ensayo y crítica (fingida, ficticia) escrita en una prosa reflexiva, poética y humorística a la vez. El texto se plantea como una invitación a la investigación dirigida al lector, al que un tal N. W. Papure, del Club Bilderberg, solicita su ayuda para descubrir la identidad del remitente de dos cartas anónimas y vagamente inquietantes enviadas a Thomas Pynchon. Ese es el primer punto. El segundo y el tercero, que constituyen el grueso del texto, son las propias cartas, anotadas por un “lector profesional” que pone el estudio crítico al servicio de la pesquisa detectivesca. Dos cartas que giran en torno a dos temas fundamentales, con Pynchon como pretexto, y no al revés. Esto es importante; podría presuponerse en Rubén Martín la condición de “Pynchoniano Mayor del Reino”: nada más lejos de la realidad. No hay que buscar sesudas observaciones críticas aquí, aunque sí algunas observaciones modestas pero inteligentes, algunas “intuiciones incomprensivas”(1). El libro nace, de hecho, de la lucha denodada por lograr una lectura fructífera de la obra pynchoniana, de la rabia que generan en Rubén Martín los obstáculos con los que se encuentra y que identifica como pruebas de la exigencia desmedida que impone a su público el propio autor. Pese a todo, Pynchon le interesa y él reincide en su lectura, tenazmente, con la intensidad del que “no ha abandonado completamente porque sospecha que lo logrará, pero de momento sólo puede chillar, como Artaud, JIZI-CRI. O insultar a Pynchon”(2). Esta postura equidistante entre la irritación y el interés suficiente como para lanzarse a escribir sobre ella es uno de los puntos interesantes de este texto sobre un autor que polariza como pocos al público entre aquellos que lo adoran incondicionalmente y los que huyen despavoridos (o indignados) ante su selvática prosa.

Pero, como decíamos, hay aquí dos temas fundamentales. Uno de ellos, el de las relaciones entre la persona privada y su proyección pública, la manera en que la segunda modifica la primera y cómo gestionarlo. El otro es la reflexión en torno a la estética de la dificultad literaria, las tensas relaciones entre autor y lector, las exigencias a que éste se ve sometido, el modo en que el autor lo ignora, la cuestión de si ése es (o no) el enfoque correcto, la actitud necesaria. Es saludable y revelador que un autor novel se interese de forma tan explícita por la manera en que la súbita asunción de una dimensión pública, deseada o no, cambia al escritor: revela una autoconciencia notable de su propia condición, de aquello a lo que se va a enfrentar, y permite intuir cierta madurez a la hora de manejarlo. Es tentador interpretar la acusación del autor de la primera carta -no está claro que sea el mismo que el de la segunda, aunque sospechemos que así es- como una apuesta por establecer una distancia verdadera y no impostada, no destinada a aumentar un misterio que se traduce en una atención mediática y pública que sería inexplicable atendiéndonos únicamente a las propias características del autor (en un momento concreto del texto se califica a Pynchon de “célebre desconocido”). Todavía más tentador es leer en clave de toma de partido literario la segunda carta: esto es, como una apuesta por la sobriedad y la concisión, por una estética muy diferente a la del propio Pynchon, que tal vez sea un anticipo del próximo rumbo literario de Rubén Martín.

Por conversaciones mantenidas en torno a este libro sé que hay algo de cierto, de autobiográfico en una de sus últimas frases: “No es usted ni de cerca mi favorito. Le aprecio, caballero, pero es a menudo muy poco francés para mi gusto: prefiero Guignol’s band a su Arco iris”. No es baladí la mención a Céline en el título del blog: incluso el propio autor admite sus preferencias en la ya citada entrevista en Quimera: “A veces no estoy seguro de que la voz de las últimas líneas no sea la mía propia”. Pero, a la vez, al ser instado a posicionarse a favor de alguien en el partido de tenis figurado entre las posturas de Franzen y Foster Wallace -esto es, entre los dos polos de tensión de la literatura norteamericana actual y, casi me sentiría tentado a decir, de toda la literatura en su conjunto- se inclina por el segundo; a la vez, me confiesa que empezó a escribir motivado por la lectura de Juan Benet, que Maurice Blanchot es uno de sus autores favoritos. En cualquier caso, y a la espera de alguna aclaración al respecto –ver entrevista-, Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios sí nos ofrece la certeza de la aparición de una voz personal y perfectamente definida: la de un autor que escribe en un estilo sobrio y poético, bello, intenso, singular y reflexivo pero sin miedo al humor; un estilo que se saborea lentamente y que crece en significado con la relectura, que presta atención y domina el ritmo y el sonido, y que logra diseñar y modular perfectamente tres (o quizá cuatro) voces que se cruzan y que combinan la potencia e inmediatez de lo oral -el propio autor define su libro como “escrito en voz alta, un texto escrito para tenor dramático”- con el trabajo y la orfebrería de la escritura.

Marc García García

Imágenes: Alfonso Rodríguez Barrera

(1). Entrevista (mínima): Rubén Martín, por Antonio J. Rodríguez. Quimera 326, enero 2011, p.9
(2). Ídem, p.8

Marc García García

Marc García García (Barcelona, 1986). Licenciado en Humanidades por la UPF y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la UB. Es traductor y coeditor de la web cultural "MAMAJUANA!", de próxima aparición. Colabora habitualmente en medios como "Quimera" o "Hermano Cerdo". Es el mayor experto muerto en la obra del poeta Unai Velasco.

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