Silencio, se rueda: «Sonría a cámara», de Roberto Valencia

Sonría a cámara. Roberto Valencia
Lengua de Trapo (Madrid, 2010)

En una época en que la prisa impera y la mejor manera de colocarse en un nicho reconocible (y explotable) consiste en publicitarse como autor joven, hiperjoven, jovencísimo (incluso existe la figura de nuevo cuño del crítico joven: mírenme a mí, sin ir más lejos) me parece un síntoma esperanzador, que revela calma y un elogiable nivel de autoexigencia, esperar a los 38 años para publicar. Es el caso de Roberto Valencia, conocido por ejercer desde hace tiempo como coordinador de la sección de crítica literaria de la revista Quimera: “El Quirófano”. Valencia debuta, además, cultivando un género, el del relato, no tan usual en nuestro país, en el que carece de una tradición sólida y parece relegado al papel de género menor (todo lo contrario que en Estados Unidos, tierra de cuentistas que ha marcado decisivamente las diferentes líneas a seguir al respecto en los siglos XX y XXI). Y no sólo eso: Valencia apuesta por un libro de relatos unitario (que no novela en historias, ni narrativa fragmentaria: los textos son totalmente independientes) en el que los cuentos giran en torno a un mismo tema, enfocándolo desde diferentes perspectivas. Esa, según confesión propia en una entrevista, es una de las cosas que el autor más valora en un libro: que tenga una ambición concreta, que delimite su campo de análisis y trabaje en ello atendiendo a sus relaciones con el mundo actual y sus particularidades: “De algún modo bastante general, me interesan los libros que plantean retos intelectuales delimitados, que parten de una ambición que, salvando todas las cautelas, todas las abstracciones, pueda ser definida (…) y los planes que más me gustan pertenecen a la exploración de determinados contextos”. Según esos postulados (interesantes, sin duda; tan válidos como algunos otros, también), su libro es un éxito, un logro. En Sonría a cámara (quizá vaya siendo hora de que digamos el título), el tema de análisis escogido es la pornografía entendida como fenómeno cultural, síntoma de un nuevo paradigma relacional y consecuencia de las derivas del mundo contemporáneo. Valencia atiende especialmente al consumidor y el canal de difusión, relatando como el consumo en la red produce nuevas formas de  percepción, dando lugar a cambios epistemológicos clave, a nuevos paradigmas del saber inimaginables hace tan solo 20 años y que son resultado ineludible de la intervención de elementos (el vídeo, el correo electrónico, el chat, la red, la posibilidad del do it yourself,…) que (paradójicamente) si bien parecen permitir una mayor inmediatez, son, a la vez, verdaderos mediadores entre nosotros y los demás, determinando la manera que tenemos de relacionarnos con ellos y poniendo nuevos y diferentes límites a nuestra intimidad e identidad.  Son un buen ejemplo de todo ello las notas al pie en ¿Ya lo has hecho?, texto que retrata, en clave de parodia desatada pero helada, de humor inquietante y sacado de su eje, las perturbaciones en el comportamiento que causa el acceso fácil al porno: en él, esas notas explican los avances tecnológicos necesarios para entender la conversación, que forman parte inherente de nuestra cultura actual y que evidencian el hueco generacional que se abre entre el abuelo y el nieto protagonistas.

Roberto Valencia (Foto: Lengua de Trapo)

Valencia logra esquivar por completo el primero (y peor) de los peligros en un libro que trata este tema: el sensacionalismo hueco, la provocación por sí misma. No encontramos nada de eso en Sonría a cámara. Que ningún potencial lector se engañe ni busque aquí lo que no debe: el debut de Roberto Valencia no va a excitar a nadie ni tiene nada que ver con La sonrisa vertical. Como ya se ha señalado en varias reseñas, Valencia no escribe relatos porno sino relatos SOBRE el porno y sus consecuencias. Se trata, digámoslo claro, de un libro triste, muy triste, aunque tampoco se recree morbosamente en ello. El punto de vista suele recaer sobre el consumidor, ser (en general) solitario y reprimido: sobre la manera en que éste proyecta sus deseos y frustraciones en la red; sobre el modo en que se agrupa en comunidades de náufragos virtuales; sobre cómo buscar cariño y empatía en Internet. En cuentos protagonizados por actores, como la biografía apócrifa de Lea de Mae Niños en el balcón, el acento tampoco se pone en la recreación acrobática y meticulosa de detalladas proezas sexuales, sino, en este caso, en la narración voluntariamente exagerada y destinada a mostrar lo verdaderamente obsceno en el sentido literal de la palabra: aquello que no puede mostrarse (ni lo hace, añado, en el género que nos ocupa, destinado a la exaltación del hedonismo): la decadencia y la muerte. En otro texto, Un tal Bergman, una actriz reconvertida en tertuliana se enfrenta a las huestes, no menos decadentes, de los intelectuales catódicos: el texto es preclaro por realista, especialmente en los tiempos que corren. Aún en otro, uno de mis preferidos del libro, titulado Ciudades, pueblos y capitales de provincias se narra la búsqueda, a medio camino del trip beatnik y la consulta en Internet, de una actriz amateur a lo largo de la geografía española, explorando de nuevo las relaciones entre viejas y nuevas formas de búsqueda, entre ideas pretéritas y actuales de comunidad, con un objetivo, al fin y al cabo, antiguo: el revelador (por sorprendente en este campo) hallazgo de la ternura.

En el último, brillante y demoledor relato del libro, titulado Mañana será otro día, se nos muestra como el porno crea unas expectativas que, lejos de estimular la imaginación e invitar a la experimentación, colocan, si se lo consume ingenuamente, el listón de exigencia tan alto que el intento de alcanzarlo no puede sino derivar en un infierno de la carne. La sombra del Polanski de Lunas de hiel parece emerger, tan protectora como amenazante, por detrás de este cuento.

Quede claro, pese a todo, que Valencia no afronta el tema desde una perspectiva conservadora o moralista (ni lo hago yo), aunque sí moral: el autor valora el fenómeno en su justa medida, y lo entiende como algo complejo, que tiene consecuencias sobre nuestra forma de vivir, de relacionarnos y de entender el mundo; algo que está inextrincablemente ligado con los nuevos modos de ver y de comunicarse y que merece un análisis más amplio que el que trazaría un pazguato. Valencia complementa su propuesta con notas de humor sabiamente administradas (y poco reseñadas, quizá por la preeminente dureza del conjunto) que dan más complejidad y veracidad al todo.

Tal vez uno de los peros que se pueda poner al libro es la repetición de algunas perspectivas, más acertadas en unos textos que en otros: la presencia de la televisión como elemento esencialmente obsceno (otra vez), espectacular, disipador de la intimidad, aparece en Un tal Bergman y El problema de la familia Polo, que, a su vez, conecta con ¿Ya lo has hecho? en el análisis de la influencia de los nuevos modos (y productos) de consumo sobre las generaciones jóvenes, y con otros relatos, como Cosas que no hacen demasiada falta en la disección de la frustración, la soledad y las promesas rotas de la vida adulta. Estos hilos internos contribuyen (positivamente) a la deseada cohesión del libro, pero traslucen una cierta sensación, en algún momento puntual, de reiteración.

Otro reproche a hacerle a Sonría a cámara sería la presencia de algunas frases de puntuación errática y un tanto desconcertante que revelan no tanto desidia por parte del autor (todos tenemos momentos en que dejamos descansar al riguroso gramático que llevamos dentro) cuanto por parte de la editorial al hacer una apurada revisión de estilo. No obstante, esto son sólo apuntes menores que no restan valor a lo afirmado hasta ahora: que nos hallamos ante un debut ambicioso, muy seriamente planeado y trabajado, profundo, analítico, autoconsciente, riguroso y, sobretodo, logrado y que demuestra un notorio talento. Esperaremos al próximo libro: el cuento que Valencia publica en el interesantísimo dossier de relatos navideños de la Quimera de este mes (con textos de Jon Bilbao, celso castro o Robert-Juan Cantavella, entre otros) probablemente no indique una nueva dirección a seguir, pero sí demuestra la posibilidad de trabajar con otros materiales (en este caso, una suerte de realismo mágico muy, muy oscuro) y ratifica las buenas sensaciones apuntadas en el presente volumen.

Marc García García

Marc García García

Marc García García (Barcelona, 1986). Licenciado en Humanidades por la UPF y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la UB. Es traductor y coeditor de la web cultural "MAMAJUANA!", de próxima aparición. Colabora habitualmente en medios como "Quimera" o "Hermano Cerdo". Es el mayor experto muerto en la obra del poeta Unai Velasco.

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