Amor al margen

Me gustan el amor y el sexo en la literatura. Me gustan el amor y el sexo en la vida real. Están ahí, acechando, y resulta imposible escapar; no son como la lluvia, porque no existen portales para refugiarse del dolor por la pérdida o de la pasión siempre insatisfecha, que nos consumen sin piedad. El amor y el sexo son armas arrojadizas, bombas de relojería, fenómenos atmosféricos de efectos devastadores… son pulsiones incontrolables, que nos desbocan: el amor de las canciones de Nat King Cole; el sexo en la película porno de los viernes por la noche; el amor de las comedias americanas de los ochenta; el sexo en las fotografías borrosas, con olor adolescente y manchas de pintalabios, de las revistas transgresoras para quinceañeras… el amor y el sexo en nuestra habitación de piso compartido y, años después, en nuestra casa lastrada por la hipoteca… todas las huellas.

¿Y en las novelas?

Si miro hacia atrás, me doy cuenta de que mis historias han encontrado siempre un espejo en lecturas paralelas que he adquirido en las “librerías de guardia”, las que se cruzaban oportunamente en mi camino para suministrarme una necesaria y sedante dosis de ficción. Pero nunca me han regalado literatura por San Valentín. Tampoco este año ocurrirá, porque mi desesperación no pasa por los escaparates de las grandes cadenas y no se calmará con Perdona pero quiero casarme contigo o La mecánica del corazón. De la misma manera clandestina en que la música de Philip Glass para Watchmen suena en mi portátil mientras escribo, necesito los libros ocultos al fondo de la estantería para domar mi corazón. A continuación, os dejo el rastro de mi camino en el bosque, por si queréis aventuraros y seguirlo conmigo. Tal vez, como diría Frost, sea el menos transitado pero, no lo dudéis, merecerá la pena.

1. Tenía catorce años y vivía en Valencia, cerca del barrio del Carmen, cuando encontré la edición de Seix Barral de Sobre héroes y tumbas en el despacho de mi padre. Empecé a leerlo porque me intrigó la dedicatoria manuscrita de la primera página: “por toda la melancolía”. La historia terrible de Alejandra y Martín, el “Informe sobre ciegos”, a día de hoy, sigue conmigo y se impone con su fatalismo a los premeditados desencuentros de Horacio y La Maga por el París de Rayuela.

2. Tiempo después, ya en Madrid y en medio de la veintena, la misma tarde que vi Closer en los cines Ideal, me compré en Callao La escala de los mapas, de Belén Gopegui; un libro azul celeste, de Compactos Anagrama, con el que me enganché a esta escritora rara y afortunadamente poco prolífica, capaz de enredarte en un Madrid vivo, partícipe del reencuentro casual de sus protagonistas en la madurez, cuando ya empezaban a no esperar nada.

3. Más o menos por la misma época, siendo ya librera, cayeron en mis manos el monólogo sin género de Jeannette Winterson, Escrito en el cuerpo, también de Compactos, y la relación epistolar entre un librero inglés y una intelectual americana durante los años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial, que Helene  Hanff recoge de forma magistral en 84, Charing Cross Road, publicado por Panorama de Narrativas.

4. Más recientes son Blues y otros cuentos (Iñaki Echarte, Baile del Sol); la novelita de celos La ocupación, de la francesa Annie Ernaux, publicada por Hercé (¡ya era hora!); y la premiada El cielo es azul, la tierra es blanca, de Hiromi Kawakami, en el Acantilado; una historia de ritmo lento entre un maestro y su ex alumna, que coinciden en la taberna de la estación.

5. Por último, y para alejarme un poco, de mi tendencia irremediablemente femenina, debo mencionar El revés de la trama (Graham Greene) y Los clanes de la luna afgana (Philip K. Dick), títulos que me han recomendado dos hombres que me merecen todo el crédito, al responder, delante de unos vinos y mientras llovía fuera del local, a mi pregunta sobre literatura que regalar por San Valentín.

Y aquí lo dejo. Esta semana, además, han llegado a las librerías Las cartas de amor de Bonnie & Clyde… amor entre ladrones para un San Valentín que caerá en domingo; el mismo día que eligen las cadenas de televisión para programar películas basadas en hechos reales. Los domingos las horas pasan más lentas. Habrá tiempo esta vez para recrearse y regalar entre sábanas sucias todas las palabras bonitas del mundo.

Marina Sanmartín
La Fallera Cósmica

Marina Sanmartín

Marina Sanmartín (Valencia, 1977), periodista, escritora y librera, es "La fallera cósmica", premio RdL a Mejor Blog Nacional de Creación Literaria. Actualmente trabaja en su primera novela, "El principio del desierto", tras la publicación del libro de relatos "La vida después", editado por Baile del Sol.

5 Comentarios

  1. Perdón, Ernaux traducida por Herce, no.
    Las editoriales no traducen. Publican.
    Traducida por un traductor.
    En el presente caso, serivora.

  2. Toda la razón del mundo, María Teresa. Modificamos el desliz, totalmente involuntario por parte de la autora del texto.

  3. Por supuesto que era involuntario… Pero es que es una frase tan corriente… (siempre involuntaria, lo doy por hecho). Es reveladora del puesto que ocupa el traductor literario en la vida de los lectores.
    Y, como traductora (y como presidente de ACE traductores) me siento en la obligación de reivindicar al traductor literio. No a mí, all traductor literario.

  4. Como verás, Maria Teresa, en RdL siempre citamos al traductor de las obras que reseñamos y, en muchas ocasiones, destacamos el trabajo que se realiza o lo criticamos cuando consideramos que la traducción no está a la altura. A título personal, y al trabajar también en el sector editorial, estoy contigo en que a los traductores se les debería «sacar del armario» y ponerles en primera fila y no dejándoles al margen… Pero ese es un debate largo.

    Saludos.

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