Carmen Moreno: «Los demonios propios son reflejo de nuestras sumas y restas vitales”

Carmen Moreno

La poesía de Carmen Moreno consta de palabras dulces que conforman versos agrios, instantáneas que muestran la desesperación ante el dolor, la pequeñez frente al miedo, el ahogo, la fuerza arrolladora de la muerte, la despiadada caricia de la soledad.

La poeta Carmen Moreno, gaditana de Puerta Tierra, es de las que destacan por su maestría, por la hondura conseguida en esos paseos allí, junto a las fronteras peligrosas, donde límite y final pueden ser sinónimos. Sus obras son como vidas en Tijuana, pero junto al mar, al lado de ese océano Atlántico que baña la costa de Cádiz (sitio al que piensa regresar cuando sea viejecita) y que permanentemente humedece las páginas de lo que escribe, ese eterno runrún que acompaña soledades, amores y desamores. Moreno no es demasiado afecta a creer ciertas verdades: como que es una de las poetas españolas de su época que merecen ocupar un sitio entre las mejores.

La mujer Carmen Moreno hace varias cosas a la vez: responde a las preguntas, abraza a su gata Soma y le hace comentarios a Pippo, el perro que demanda juegos y atención. Se levanta y se vuelve a sentar, prepara café y se refugia en alguna anécdota del día, en algún comentario que le han hecho o que ella misma ha realizado. Es difícil captar su atención, es difícil saber si ella está en su cuerpo o allí lo ha dejado para rebuscar en su cabeza imágenes y situaciones pasadas o, quizás, preocupaciones futuras.

Se sienta, cruza las piernas enfundadas en vaqueros, mira el ordenador y el móvil de manera alternada y en cuanto se abre una grieta introduzco en la conversación uno de sus temas favoritos.

Las mujeres

Acaba de presentar en Madrid un libro de poemas, Mujeres que aman a mujeres, que ha editado Vitruvio y que usted ha tenido la misión de antologar. ¿Se trata de poemas escritos por mujeres para que lo lean féminas?

Es un libro escrito por mujeres, sí, pero no para mujeres exclusivamente. Creo que la buena poesía no sabe de sexos y el hecho de que se recojan voces femeninas no excluye lectores masculinos. Si fuera así, las mujeres casi no podríamos leer. Desde luego, no podríamos acercarnos a los clásicos que son, en su inmensa mayoría, hombres. Lo que me preocupa es que todavía haya gente que piense que por el hecho de ser mujeres es exclusivo de ellas. Nadie se pregunta si Luis García Montero, por ser hombre, sólo escribe para ellos.

Si se descarta lo obvio, ¿qué distingue al amor entre mujeres a otras maneras de relacionarse en una pareja?

Todo amor es único, sea homosexual o heterosexual. Creo que no hay diferencia en el hecho de amar, lo que ocurre es que seguimos teniendo una visión muy machista de las relaciones. Piense que la Iglesia ni siquiera aceptaba las relaciones lésbicas argumentando que no podían existir al no haber penetración. Claro que, piense también, que esa misma Iglesia reconoció el alma femenina en el siglo XVI. Una parte de la sociedad cree que los homosexuales son todos promiscuos, pero hay parejas que llevan cincuenta años juntas, ¿qué diferencia hay entre esa pareja y un matrimonio clásico? Ninguna.

Hablando de los equívocos de Dios y de la admiración que usted siente por Marilyn Monroe: ¿cree que Dios se equivocó con ella?

Sí. Cuando Dios se equivoca era una forma de decir: cuando las personas son diferentes y, por ello, rechazadas por la norma manifiestamente matemática que es sólo lo que más se repite. Marilyn era un ser excepcional. La admiro como admiro a muchas mujeres que como ella se levantan todos los días dispuestas a no ser lo que los demás quieren que sean. Algunas lo pagan caro, muy caro. Muchas todavía se dejan la vida en el camino. Marilyn, de la que ahora se hace película, murió señalada por todos como una casquivana, una cualquiera, una rubia tonta que, además, era mala actriz. Billy Wilder, dios para algunos, la reivindicó como actriz. Nosotros, ahora, la reivindicamos como mujer. Imagino que en alguna parte, ella debe estar sonriéndose de nuestra estupidez.

Esa debilidad que siente por Marilyn Monroe también la siente por Ana Belén. ¿Qué película le gusta más: Los caballeros las prefieren rubias o La pasión turca?

Con faldas y a lo loco, aunque sé que no la ha dicho, porque mostraba el potencial de una mujer que fue esclava de su físico. La que menciona de Ana Belén fue incluso desautorizada por Antonio Gala. Era una mala película con la única diva (diosa) que ha dado nuestro cine y nuestra música. Son admiraciones distintas. De Marilyn me admira todo: su inteligencia, su sensibilidad, su belleza, su lucha, sus ganas de superarse… Ana Belén es todo esto, pero la española tiene mucha suerte: no es su peor enemigo y no sufrió abusos sexuales, ni abandonos, ni malos tratos (al menos que sepamos). Marilyn era una superviviente, Ana Belén es una triunfadora. A Marilyn le cancelaron su primer contrato cinematográfico por no funcionar en taquilla, a Ana Belén se la peleaban. Son mujeres absolutamente admirables para mí, incluso amables, pero tengo una debilidad especial por Marilyn por ser una maldita, por no haber claudicado, por decir en voz alta cuánto le dolía respirar. Marilyn se despeinaba, lloraba en público, no creo que se puedan obviar aquellas imágenes tras el divorcio de Arthur Miller, ella se emborrachaba… Marilyn era de verdad…

Si es cierto que el mundo se nos va grabando en / el cuerpo, / soy, tan sólo, / la culata de un revólver en la que se marca una muesca… (‘El dolor de Alejandra Pizarnik’ en La tregua de la piel).

La argentina Alejandra Pizarnik y la rusa Marina Tsvetáieva son dos poetas a las que usted suele recurrir. ¿Admiración, identificación o compasión?

Las dos primeras. Tanto la argentina como la rusa eran mujeres llenas de pasión que peleaban por sus ideales, los que fueran y con los que podemos estar o no de acuerdo. Esa pelea las llevó al suicidio y como no comparto la idea judeocristiana de que el suicidio es una cobardía… Alejandra Pizarnik y Marina Tsvetáieva llevaron la pasión a su obra, también su dolor, su frustración, sus dudas. Es decir, no engañaron a nadie. ¿Sabe lo difícil que es encontrar a un artista que no engole la voz, que no sufra de impostura crónica, que ponga el hígado sobre la mesa, lo señale y diga «sí, es mío»? Estas dos mujeres lo hicieron y demostraron que sólo así se hace la gran literatura. Luego, como le digo, es cuestión de gustos.

El dolor, el miedo y la tregua

¿Es consciente en qué momento recibió el primer disparo a bocajarro?

Sí. Cuando era adolescente casi todos los días se quedaba el sobrino de una vecina a comer con nosotros, con mi hermano y conmigo. Tenía cuatro años y se llamaba Carlitos. Carlitos era un niño rubio de ojos verdes que se reía por todo, al que le encantaba que le gastásemos bromas, que jugásemos con él. Un día, al volver del instituto, yo tenía 13 años, y mi hermano de 9 años del colegio, mi madre nos sentó en la cocina, pero la silla de Carlitos estaba vacía. Nos tuvo que explicar que había muerto: una meningitis fulminante. Creo que fue la primera vez que tuve consciencia de la fugacidad de la vida, de lo débiles que somos ante la enfermedad, de que todo es relativo. Fue el primer disparo a bocajarro y me costó mucho taponar la herida. Aún hoy pienso qué sería Carlos si estuviera vivo.

A cuestas con esta tristeza heredada, / desde el disparate de tus ojos muertos, / o en los cristales de luna / que me entrega a cualquier otra / que me envenena los sueños… (‘A bocajarro’ en La tregua de la piel).

En su poemario Cuando Dios se equivoca, que ya hemos mencionado, usted expone una lucha tenaz contra sus propios demonios. ¿En esas guerras es posible llegar a firmar armisticios?

En las luchas que mantenemos con nosotros mismos creo que hay descansos, pero nunca hay paz. Los demonios propios no son sino un reflejo de nuestras sumas y restas vitales. Mientras haya lucha, hay vida. Piense en Marilyn, por ejemplo, ¿quién puede creer que llegó a estar en paz? Los demonios van y vienen y cada uno los enfrenta como buenamente puede, pero es complicado deshacerse de ellos. Eso sí, siempre hay negociaciones y periodos de paz armada.

Si nos atenemos a muchos de sus versos, la relación que usted ha mantenido con el miedo al final ha resultado ser un motor creativo, un alimento para la artista. Ahora bien, ¿la mujer ha salido ganando o perdiendo en ese juego vital?

La relación que el ser humano tiene con el miedo es una manera de crecer y decrecer. Dicen los que se han enfrentado a la muerte que si no tienes miedo no es que seas un valiente, sino que eres un estúpido. Yo comparto esa opinión como comparto aquello de que no hay nada peor que el hecho de que el miedo te paralice. Personalmente me ha perjudicado más de lo que me ha beneficiado.

Miedo a perder la cabeza / y que la encuentres una noche / vagando en un mar de virus con asma. / Miedo a sentir la muerte de la vida / cuando regules la extraña tierra / que bosteza del otro lado… (‘Miedo’ en Como el agua a tu cuerpo).

Carmen Moreno

La edición y el futuro

Como co-coordinadora del Proyecto Alumbre de la Diputación de Cádiz, ¿nos puede adelantar quién es el/la poeta de la edición 2012?

Este año publicamos a Begoña Callejón, una de las poetas actuales que más me gustan. Begoña tiene una fuerza que al lector lo arrastra con ella. No hay manera de desprenderse de sus versos una vez leídos. Personalmente la adoro, profesionalmente la admiro. ¿Hay mejor combinación?

Es la combinación óptima. Ahora, si la poeta no se lo toma a mal, me gustaría hacerle una pregunta a la editora. ¿El libro ha muerto, viva el eBook?

Yo no estoy contra el eBook, me parece que resistirse a los cambios es una tontería. Los budistas dicen que si uno se estanca se pudre, como le pasa al agua. Esto no quiere decir que yo sea consumidora de obras en eBook. Adoro el libro como objeto. Creo que comprar un libro, abrirlo, olerlo, hojearlo y ojearlo no tienen precio. Pero me he descargado libros descatalogados que son imposibles conseguir por el método tradicional. Lo que no entiendo es que los precios sigan siendo los mismos cuando el autor mantiene su porcentaje, se ha eliminado el coste mayor que es el distribuidor… A esos precios el eBook no puede competir con el libro tradicional. Pero, me parece muy lógico lo que está haciendo Cristina Fallarás con Sigueleyendo, por ejemplo.

Usted, además de escribir poesía, escribe novela. ¿La narrativa es un ejercicio de autoayuda o en ese campo también adentra el bisturí hasta tocar hueso?

Cuando escribo intento no hacer un ejercicio de autoayuda por tres razones: porque para eso pago a mi psicóloga, porque no me gusta Paulo Coelho, aunque reconozco el mérito que tiene conseguir que millones de personas lean. Y, lo más importante, porque en literatura hay que ser honestos, para contar tus problemas están los amigos. La literatura es creación. Todos asumimos que al crear exorcizamos, pero usted no puede vomitar sus angustias, sus problemas, sus miedos o sus tristezas porque supone que al posible lector le va a interesar. Eso es un ejercicio de egolatría que no comparto. La gente que me quiere está para aguantarme, los lectores no. Siempre se habla del respeto exigible del receptor al artista, pero hay mucha falta de respeto en sentido contrario. Además, creo que la narrativa da mucha más facilidad para conseguir un distanciamiento sano.

No es que tus ojos ya no me pertenezcan, / es que, de repente, / me dio miedo la soledad conmigo… (‘Mi cuerpo en lo oscuro’ en Como el agua a tu cuerpo).

Terminamos la charla y Carmen Moreno vuelve a coger el ordenador, se mete en su blog (www.morenocarmen.blogspot.com) y me comenta que le espera una novela que corregir y varios mensajes que responder.

Daniel Dimeco
http://www.cafecopenhague.blogspot.com
http://danieldimeco.wordpress.com

*Fotos cedidas por Carmen Moreno

Daniel Dimeco

Daniel Dimeco es escritor y dramaturgo. Graduado en Ciencias Políticas y Máster en Gestión Cultural. En 2013 ha publicado la novela “El mapa de las viudas” (Algaida), Premio Ciudad de Badajoz y finalista en el Premio Clarín-Alfaguara, y en 2011 “La desesperación silenciosa” (Junta de Castilla y León), Premio Fray Luis de León. En teatro ha conseguido el Premio Antonio Buero Vallejo con “La mano de János”, el Premio de Autores Nacionales Teatro El Búho (Argentina) con “Mirando pasar los trenes” y el Premio de Teatro Mínimo Rafael Guerrero con “El ángel azul”, además de un accésit en el Certamen de Relatos Ciudad de Zaragoza en 2012. Coordina talleres literarios y laboratorios teatrales.

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